"El objetivo de todo nacionalismo es la unidad cultural, la
construcción de la unidad desde la diversidad para dar lugar a una
totalidad diferenciada, coherente y armoniosa. Sin embargo, las culturas
no son totalidades perfectamente delimitadas y congruentes con un grupo
poblacional, se encuentran en constante evolución y son porosas.
Como
señala Turner, el nacionalismo esencializa la cultura cuando la
convierte en propiedad de un grupo étnico; la ‘reifica’ como entidad
separada al poner un énfasis excesivo en su carácter definido y
delimitado; y la fetichiza al convertirla en insignia de identidad
grupal.
Pero, además, cuando la cultura se hace descansar sobre una base
natural el nacionalismo penetra en el territorio del racismo. Al
acecho, el racismo sabe que como las culturas son inestables, asalta la
tentación de naturalizarlas, pues una cultura disfrazada de naturaleza
reclama obediencia.
Aunque en el nacionalismo vasco todavía afloran tics racistas, como
la parodia de Andoni Ortuzar sobre los virus infecciosos de los
españoles (Hitler hacía referencia a los virus judíos), ya no sustentan
racismo biologicista de Arana que inscribía una diferencia esencial en
la naturaleza de vascos y maquetos. Ya nadie defiende la existencia de
razas con atributos naturales asociados a características intelectuales y
morales.
El nuevo racismo se legitima en la incompatibilidad e
irreductibilidad de las culturas, de modo que al Otro se le niegan sus
valores y su ser cultural y es percibido como alguien que no tiene
cabida en la sociedad. Según Wieviorka operan dos lógicas: la
diferenciación que tiende a rechazar los contactos y las relaciones, y
la inferiorización que lleva a la descalificación del Otro presentándolo
como taimado, corrupto, despreciable o ignorante.
Las dos vertientes del nacionalismo vasco llevan décadas inmersas en
una titánica cruzada cultural. De un lado, el nacionalismo democrático
en la tarea de institucionalización político-administrativa del país; de
otro, el ala radical con su proyecto de exclusión de elementos extraños
a su diseño social.
Una vez derrotada militarmente ETA, principalmente
desde el nacionalismo radical se propone un marco interpretativo con dos
bandos en torno a un conflicto. Dice Bauman que, «lo más cruel de la
crueldad es que deshumaniza a las víctimas antes de destruirlas». La
deshumanización se produce cuando un ser humano es excluido de la
categoría moral de ser persona, cuando tiene lugar la desconexión moral.
Bandura propuso los siguientes mecanismos de desconexión: 1)
justificación de la agresión; 2) etiquetaje eufemístico; 3) comparación
paliativa o ventajosa; 4) difusión y desplazamiento de la
responsabilidad; 5) minimización de las consecuencias y 6)
culpabilización de la víctima.
Pues bien, los mecanismos de desconexión que deshumanizaban a la víctima
para luego agredirla sin el peso moral de la conciencia fueron
articulados en una ideología sólo por el nacionalismo radical.
Desde
variadas instancias (medios de comunicación, enseñanza, organizaciones
políticas y sindicales, etcétera) se elaboró un discurso que etiquetaba
al agredido (txakurra) y al agresor (los jóvenes descarriados de
Arzalluz); minimizaba o ridiculizaba el mal («Ortega Lara vuelve a la
cárcel» decía un titular de Egin cuando aquel fue liberado); comparaba
la violencia de ETA con la legítima del Estado de derecho; culpabilizaba
a la víctima (algo habrá hecho); desplazaba u oscurecía la
responsabilidad o, en fin, justificaba sin más el asesinato por el
conflicto.
Exceptuado un periodo muy determinado de terrorismo anti-ETA y
de violencia ilegal de Estado que los constitucionalistas han
repudiado, nunca el constitucionalismo activó dinámicas de desprecio,
nunca tuvo lugar una respuesta organizada a la violencia del
nacionalismo radical. La hipótesis del conflicto se desvanece porque
nunca el constitucionalismo se organizó para deshumanizar a quien luego
sería agredido.
Karl Jaspers publicó en 1946 –fecha del juicio de Nuremberg– un
pequeño texto titulado ‘La cuestión de la culpa’ y en el que se
preguntaba por la responsabilidad por los crímenes nazis. ¿De quién fue
la culpa? ¿De un puñado de criminales? ¿De una coyuntura histórica?
Jaspers estableció cuatro conceptos de culpa: penal, moral, política y
metafísica. La culpa penal concierne al delincuente que transgrede el
código penal. Sin embargo, los crímenes fueron posibles porque una
mayoría de alemanes fueron espectadores que se desentendieron de las
agresiones. Por ello, para Jaspers fueron moralmente culpables de las
atrocidades. En tercer lugar, hubo una culpa política porque amplias
capas de ciudadanos se dedicaron a medrar en un Estado criminal.
El Plan de Paz y Convivencia del Gobierno vasco obvia el concepto de
culpa. Señala que «es propio de la condición humana el rechazo impulsivo
de la culpa. Nadie quiere cargar con ella…el pasado nos aleja porque
estimula el miedo al dolor de la culpa».
El plan no contempla la
existencia de culpa moral porque sostiene que tenemos una sociedad
adulta con unas cuantas ideas claras (sic), cuando aquí el terrorismo
fue posible porque la mayor parte de los vascos se limitaron a observar
las atrocidades.
Y tampoco se hace referencia a la culpa política que
concierne a los partidos nacionalistas que obtuvieron ventajas políticas
y consolidaron su poder por el acoso a los constitucionalistas. Con la
sociedad vasca ya muy fracturada, los nacionalistas no sólo tratan de
ocultar la culpa moral y política, sino que, además, unos se identifican
con el pasado violento; y otros, con las heridas del terrorismo
nacionalista aún abiertas, tienen la osadía de proponer un nuevo
Estatuto. Y dicen que quieren construir una plaza pública en la que
tengan cabida todas las familias políticas…" (IÑAKI UNZUETA / Profesor de Sociología, EL CORREO 11/12/13, en Fundación para la Libertad)
No hay comentarios:
Publicar un comentario