“París, 29 de mayo de 1944
A última hora de la tarde en la habitación del Presidente. Cinco
mil seres humanos han caído aquí en Francia en estos días le Pentecostés a
consecuencia de los bombardeos. Entre otros objetivos fue alcanzado un tren abarrotado de
gente que iba a as carreras de caballos de Maisons-Lafitte.
El Presidente me ha hablado de un cabo que se ofrece con
insistencia para participar en las ejecuciones. De ordinario apunta al corazón
— pero cuando la persona que va a ser ejecutada le cae mal apunta a la cabeza,
que vuela en pedazos. Es un rasgo infrahumano: la voluntad de robarle al
prójimo su rostro, la voluntad de desfigurarlo.
¿A quiénes apuntará a la cabeza ese hombre? Probablemente a los
que más se acercan a la imagen humana, a los bien parecidos, a los bondadosos,
a los nobles.
Cuando a Murat lo llevaban al paredón para fusilarlo gritó:
—Soldados, apuntad al corazón, respetad la cara.
Anteayer por la mañana se fusiló aquí, por cierto, a un
capitán de veintiséis años, hijo de un armador de Stettin, por haber dicho que el
Gran Cuartel General bien merecía una bomba. Lo denunció un francés del entorno
de Laval.”
(Ernst Jünger:
Radiaciones II. Diarios de la segunda guerra mundial (1943-1948). Tusquets
Editores, 2005. Págs. 251)
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