12/12/13

Durante el día, el hombre usaba el cubo para fregar el suelo con un poderoso desinfectante; por la noche, lo usaba para repartir café a precio de saldo

“Un espíritu emprendedor estaba vendiendo café que sacaba de un cubo, y no de la olla del desayuno habitual. El rótulo del cubo, DESTACAMENTO SANITARIO, me dijo lo que quería saber. Durante el día, el hombre usaba el cubo para fregar el suelo con un poderoso desinfectante; por la noche, lo usaba para repartir café a precio de saldo.

 Más tarde, el mismo hombre y el mismo cubo contaban con unos clientes fijos que usaban el utensilio como váter portátil cuando no eran capaces de ir a la letrina. Por este servicio el hombre cobraba una pequeña tarifa. Quién sabe si el bribón se molestaba en lavar el cubo. 

Una mañana no tuve fuerzas para levantarme de la litera, ni siquiera para satisfacer la necesidad vital de incorporarme a la fila del café. Tenía la garganta hinchada y mi cabeza se negaba a abandonar la almohada. Esto me convirtió en no apto para el trabajo y el viejo del barracón me consiguió un permiso médico para descansar durante dos días.

Sin embargo, después de la asamblea de la mañana me pareció haber oído mi nombre. Confirmé este hecho cuando noté que alguien me tiraba de las piernas y vi a un agente de las SS gritarme:
—Levántate inmediatamente. Has cometido un error en la copia y debes corregirlo antes de que el comandan-te se entere; va de camino a la oficina.
Conocía las consecuencias de ser descubierto en un error. Con los nervios se me olvidó que estaba enfermo y salté de la cama completamente curado. Tuve que correr medio kilómetro hasta la oficina. Me palpaba la cabeza y la garganta para ver si me dolían. Por lo visto mi enfermedad era sólo mental. Afortunadamente, el error era leve y lo corregí con facilidad.
Cuando me puse a realizar mi trabajo habitual, de pronto recordé el permiso de dos días de descanso. Mis compañeros de trabajo me animaron a aprovecharme de aquella valiosa prima y quisieron saber cómo me las había arreglado para engañar al médico.

Parecía una oportunidad demasiado buena para perderla. Pero no iba a ser así, pues tan pronto como me tumbé en la litera volvieron los síntomas y estuve postrado en cama exactamente dos días. “

(Joseph Bau: El pintor de Cracovia. Ediciones B. S. A. 2008, pág. 167/8)

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