30/12/13

La política agresiva de Franco contra los judíos va atenuándose poco a poco. Las presiones americanas desempeñan un papel importante en ello



“Después de que las tropas alemanas invadieran el territorio en el que gobernaba Pétain, el gobierno español adoptó la política de no devolver los refugiados a Francia. Los alemanes, que mantienen en la zona del Jura dos divisiones preparadas para la posible entrada en España, han vencido esta política y han conseguido que Jordana se echara atrás y se volviera a la política de entrega de huidos.

 Pero Winston Churchill y el Departamento de Estado americano han sido más contundentes: si España no ayuda a los refugiados a escapar del terror nazi, si cometía ese crimen, «ello destruiría nuestras buenas relaciones».
Con «nuestras buenas relaciones» se refiere al petróleo que permite que en España se mueva algún automóvil o vuelen los aviones de Iberia, o al trigo que asegura que pronto los niños españoles puedan tener una ración de pan de doscientos cincuenta gramos diarios, el doble que los de Leningrado, por ejemplo.
Los refugiados que cruzan de forma clandestina la frontera, que huyen pisando la nieve, dejando tras ellos un rastro para las patrullas alemanas acompañadas de perros de presa, no son sólo judíos, sino también jóvenes franceses que quieren incorporarse al ejército de De Gaulle, o pilotos norteamericanos e ingleses que han sido derribados en territorios conquistados por el Reich.

 Aunque la mayoría son judíos. Desde el 7 de abril, la policía española no puede devolver a estos refugiados al otro lado de la línea fronteriza para que los alemanes los maten.4 Eso sí, a los que no tienen resuelta la recepción en otro país, como Portugal o Inglaterra, se les interna en el campo de Miranda de Ebro, en pésimas condiciones de alimentación e higiene, pero a salvo de los hornos crematorios.

 Se les conduce al campo en trenes formados por vagones de ganado que tardan cuatro días en hacer el trayecto desde Barcelona.
Hacinados, mal alimentados, pero con vida.
No está tan claro el destino que Franco quiere darles a los judíos con nacionalidad española que viven en Francia y en Grecia, sobre todo en Saló-nica. En París, un desesperado Bernardo Rolland sigue trabajando para proteger a sus miles de sefardíes, y experimenta el desaliento por no haber conseguido liberar a catorce de ellos que están internados en Drancy.

Pero el embajador Lequerica prefiere que se aplique la política de no interferir en las decisiones de las autoridades alemanas de ocupación.
El 21 de enero el nuevo embajador alemán en España, Hans von Moltke, que lleva apenas seis días en Madrid, comunica al Ministerio de Asuntos Exteriores una decisión de su gobierno: España tiene hasta el 30 de abril para evacuar a sus ciudadanos judíos de las áreas controladas por el Reich.

 En caso de que no lo haga, quedarán a merced de lo que decidan las autoridades. Los cónsules saben qué significa eso. El conde de Jordana y el subsecretario de Política Exterior, José María Doussinague también. Todos tienen los datos para no tener que forzar la imaginación sobre el destino de los judíos de nacionalidad española si no se les pone a salvo.

Pese a ello, el ministerio responde a Von Moltke que España no va a auto-rizar la entrada de ninguno de sus súbditos «de raza judía». El nuevo embajador en Berlín, Ginés Vidal, recibe instrucciones para que busque visados de entrada a judíos españoles, por ejemplo residentes en Francia, a otros países como Grecia y Turquía.

 Algo que parece una broma siniestra, porque en Grecia ya han comenzado las deportaciones asesinas. El 15 de marzo los ayudantes de Eichmann organizan la primera deportación de sefardíes para su exterminio.
Sin embargo, esta política del abandono a su suerte ha cambiado de forma sutil en marzo. Las súplicas de muchos judíos, las de diplomáticos como Rolland de Miota o Ginés Vidal acaban por alterar la brutal decisión.

 Y Jordana encuentra una fórmula que desafía todas las normas de la decencia pero resuelve algunos problemas: pueden volver a España los judíos españoles que ofrezcan garantías de que luego van a marcharse a otros países.
Una decisión de tintes antisemitas, que no protege ni mucho menos a todos los españoles, a los que se niega la tutela de su patria, pero que alivia el destino de una parte de ellos.
Jordana ha pedido una prórroga en el plazo dado por los alemanes para que sean reconocidos o abandonados a su suerte. El nuevo plazo es a finales de mayo.
Pero la nueva política aplicada por Jordana no se materializa más que a duras penas. Sólo la valentía de algunos hombres como Sebastián Romero Radigales en Atenas, Ángel Sanz Briz en Budapest, o Julio Valencia y su mujer, Zoé, en Bulgaria, va a permitir que algunos cientos de judíos salgan indemnes del destino que les reservan los nazis.
La política agresiva de Franco contra los judíos va atenuándose poco a poco. Las presiones americanas desempeñan un papel importante en ello. La alternativa es el hambre para el país. Un argumento contundente que han manejado bien los americanos y los ingleses. Mario Xesa no se ha enterado. Ni le importa, porque él a quien se debe es a Goebbels.
Hay que apoyar el Orden Nuevo. Y el gobierno español lo hace dejando a muchos de sus nacionales a merced de los asesinos.
Son judíos.”     

(Jorge M. Reverte: La División Azul. Rusia, 1941-1944. RBA, 2011. Págs. 508/510)

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