“(...) Radio Berlín comunica que, a petición de las autoridades españolas,
ha sido detenido en Francia el ex presidente del Consejo de Ministros rojo y
conocido cabecilla socialista, Francisco Largo Caballero.
¡Que si le conocemos...! Otro de los infames instigadores
del vandalismo de la horda que va a responder de sus culpas. ¡Los desastres de
la patria y la sangre de millares de mártires y camaradas sacrificados
acusan...!' La prosa en que se redacta la Hoja de Campaña del día n de
noviembre no ha mejorado todavía.
Pero la noticia tiene su importancia. De
Largo Caballero sí saben los divisionarios muchas cosas, y se destacan en las
conversaciones las peores de las infamias y las más zafias de las mentiras. Se
dice de él que es el responsable de los asesinatos de monjas en Madrid a
principios de la guerra.
La detención se ha producido, efectivamente, a petición de
las autoridades españolas, pero el hecho no es aislado, sino el final de una
cadena de acontecimientos que se inició hace ya más de un año, y la aparente
desgracia de Largo ha quedado algo atenuada por la peculiar relación entre las
autoridades de Vichy y las alemanas.
Largo fue a parar a Francia cuando la República fue
derrotada y fijó su residencia en Albi. El jefe de la gendarmería de la zona le
detuvo en esa fecha, pero hubo de ser internado en una clínica porque su estado
de salud era muy malo.
Hasta allí llegó la petición de extradición hecha por el
embajador español en París, José Félix de Lequerica, el hombre que consiguió la
detención de Lluís Companys y Julián Zugazagoitia para llevarlos a España, juzgarlos
sin tener ningún derecho real a la defensa, maltratarlos, humillarlos y,
finalmente, conducirlos al paredón. El mismo hombre que persiguió, azuzando a
la Gestapo, hasta su lecho de muerte a Manuel Azaña. Un auténtico perro de
presa lleno de odio y de afanes de venganza.
Pero Largo Caballero tuvo más suerte. El tribunal de Limoges
denegó la petición española. Eso le dio la libertad por poco tiempo. Al salir
del hospital, la Gestapo, la policía política de Hitler, le ha detenido.
Pero
no le va a entregar a la policía española para que Franco le asesine, sino que
le va a deportar a un campo de concentración, el de Sachsenhausen-Orianenburg
para detenidos políticos. Eso es lo que ha sucedido, para su «fortuna».
En el campo, que no es de exterminio, sufrirá lo indecible,
y contará a Indalecio Prieto su experiencia:
Lo más terrible es que los nazis
habían llegado a hacer una ciencia y una técni-ca de la crueldad. Perseguían
sistemáticamente la animalización de las gentes a las que consideraban
enemigas. En buena parte consiguieron sus objetivos. He observado casos de
abyección verdaderamente lamentables [...].
Largo Caballero sobrevivirá al campo de concentración.
Morirá en libertad en marzo de 1946, en París. Si hubiera sido entregado a
Franco, habría caído fusilado ante un paredón. Como Companys y Zugazagoitia.
Vichy dejó de conceder extradicciones a España a partir del fusilamiento de
Lluís Companys.
A cambio, conocerá muy de cerca la abyección que los nazis
consiguen inculcar en los hombres. Eso forma parte del Orden Nuevo que
defienden los divisionarios. En Rusia y en España.
El perseguidor de Largo Caballero, el embajador José Félix
de Lequerica es un hombre valioso para Franco, que le tiene en gran aprecio
porque sabe rendirle buenos favores, como los de la entrega de exiliados para
poder vengarse de ellos. (...)
La actitud de Lequerica ante la caza de judíos en Francia es
tan feroz y falta de piedad como la que tiene con los exiliados políticos
republicanos. Ha mantenido una actitud abiertamente hostil contra el cónsul
general en París, Bernardo Rolland de Miota cuando este se obstinó en proteger
los bienes de los judíos sefardíes, que corrían riesgo de perderlos según el Statut des juifs promulgado por el
régimen de Vichy.
Luego, hizo todo lo posible para que Rolland no alcanzara su
objetivo de salvar a catorce internados en el campo de Drancy. Lequerica es un
fiel servidor de la política de Serrano Suñer, quien ordena a sus diplomáticos
que no se altere la tranquilidad de las autoridades alemanas, como ordenó a los
gobernadores civiles que se censara a todos los judíos españoles hace pocos
meses.
Los problemas de los sefardíes son, para el ministro, justamente eso, problemas
de los sefardíes.”
(Jorge M. Reverte: La
División Azul. Rusia, 1941-1944. RBA, 2011. Págs. 239/241)
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