"Alejandro Ruiz-Huerta (Madrid, 1947) es el único superviviente de la
matanaza de Atocha, de la que mañana se cumplen 40 años, y preside la
Fundación Abogados de Atocha, una institución impulsada por CCOO para
que, como él mismo recuerda, no se debilite el eco de aquellas voces.
Perdió a cinco compañeros en esa noche de odio y de sangre –tres
abogados, un estudiante de derecho y un administrativo que también
trabajaba en el despecho– y aunque desde entonces ha escrito varios
libros y ha sido muchas cosas –profesor de Derecho Constitucional en la
Universidad, investigador, ciudadano comprometido, militante de CCOO–,
como si de una recreación del mito de Sísifo se tratara, vuelve a ser
requerido, una y otra vez, para rememorar unos hechos que fueron claves
en el desarrollo de la Transición y en la llegada de la democracia.
Transmite serenidad y nos recibie en la sede de la Fundación.
– Después
de repasar algunas de las muchas entrevistas que le han hecho en los
últimos años, la primera pregunta que se me viene a la cabeza es: ¿puede
un hecho, aunque sea un hecho terrible, como el asesinato de los
abogados de Atocha, encadenar la vida de un hombre? Y hablo de la vida
en todas sus extensiones.
– Encadenar no es la palabra,
pero lo cierto es que mi vida sí está vinculada de forma definitiva a
esa historia. Primero porque el azar quiso que sobreviviera y segundo
porque aunque yo tengo mi vida independiente, autónoma, siempre que me
reclaman para hablar es para hablar sobre aquellos asesinatos y las
consecuencias que tuvieron.
A veces me cansa hablar tanto de Atocha y
repetir las cosas que llevo 40 años diciendo, pero, eso sí, soy de los
que piensan, como decía Paul Éluard, que “si el eco de su voz se
debilita, pereceremos”.
– No habrá sido fácil vivir con todo eso.
–
No lo ha sido. He tenido que superar momentos muy complicados
psicológicamente, porque la herida psíquica fue mucho más fuerte que la
física. Tenía 29 años y me costó mucho salir adelante. Ha sido un
proceso duro y lento.
– Una de las cosas que he leído y
que me ha impresionado es su relato nítido de una de las escenas de
aquella terrible noche del 24 de enero de 1977, concretamente, la de la
muerte de Ángel Rodríguez Leal.
– Ángel era un trabajador de Telefónica despedido que incorporamos
para trabajar en tareas administrativas. Había salido ya del despacho,
pero se había dejado el último número de Mundo Obrero y volvió y fue
entonces cuando los pistoleros lo pescaron y lo trajeron al lugar donde
estábamos los demás. Se me paró el tiempo y la vida cuando vi que Ángel,
estoy seguro de ello, reconoció a uno de sus verdugos.
Atando hilos con
lo que hemos ido conociendo después sabemos que los pistoleros habían
estado por la mañana en la sede del sindicato vertical con motivo de la
huelga del transporte, de hecho esgrimieron sus pistolas allí, y Ángel
había estado también. Su cara, reconociendo a su asesino antes de caer
vapuleado por los disparos, nunca la podré olvidar.
– Ángel
le había regalado esa misma mañana un bolígrafo que le acabaría
salvando la vida al desviar la trayectoria de una bala que parecía
llevar escrito su nombre.
– Así fue. El atentado fue muy
bruto. Tuvo dos oleadas distintas de disparos. Una cuando estábamos de
pie y tiro a tiro iban terminando con todos y otro posterior cuando, ya
en el suelo, remataron a todo el que se movía y también lo hubieran
hecho conmigo si el cuerpo de Enrique Valdevira no hubiera estado encima
del mío.
– ¿Tuvo el azar que ver también en la fecha y el lugar elegido para el atentado?
–
No lo sé. No sé por qué decidieron ir allí esa noche. Supongo que
sabían que se encontrarían con gente vinculada a la izquierda
antifranquistas, al PCE, a CCOO… No lo sé. Lo que sí sabemos es que ese
día se produjeron dos reuniones de abogados distintas en Atocha, una en
el número 49 y otra en el 55. Los abogados importantes del partido,
Manuela Carmena, José María Mohedano, Manolo López, José Luis Núñez
Casal estaban reunidos en Atocha 49.
Nosotros, los abogados de barrio,
nos reunimos en Atocha 55 como nos podíamos haber reunido en otro lugar.
No lo sé. Da la impresión de que hay más azar de lo que parece en la
elección del lugar. En cualquier caso, esa misma mañana nos habían
amenazado de muerte en el despacho y la sensación general esos días era
que la extrema derecha y sus ramificaciones en los aparatos del Estado
estaban preparando las condiciones para justificar una intervención del
Ejército.
– ¿Durante estos años ha tenido sentimientos de rencor, de
odio, de venganza, respecto a los asesinos? ¿Cómo se administra
emocionalmente eso?
– Nunca he sentido rencor. Nunca he
tenido voluntad de venganza, sino todo lo contrario. No soy quien para
perdonar y soy de los que opinan que hasta el peor asesino se merece un
mínimo de respeto y así lo he defendido siempre en muchos foros.
– ¿Incluso los asesinos de Atocha, a los que, por cierto, la Justicia no trató “nada mal”?
–
Carlos García Juliá ha sido localizado en Latinoamérica en un proceso
significativo de tráfico de drogas; de Fernando Lerdo de Tejada no hemos
vuelto a saber nada desde que un juez, con una indignidad manifiesta,
le dio un permiso de fin de semana en 1979.
El tercero, José Fernández
Cerrá, cumplió lo que tenía que cumplir de acuerdo con la legislación
española [14 años de una condena de 193] y también se le sitúa en
Latinoamérica.
Ni nuestros abogados ni nosotros pedimos nunca la pena de
muerte, con la que estábamos y estamos radicalmente en contra… Y dicho
todo esto, tengo que referirme también a un hecho que a mí me
desconcierta muchísimo, que siempre me ha desconcertado, y es que
durante los 14 años que cumplió condena, Fernández Cerrá celebraba el 24
de enero pidiendo marisco.
– Siempre se ha dicho que el
atentado de Atocha y la respuesta popular organizada por el PCE y las
propias Comisiones Obreras fueron un factor determinante en la
Transición. ¿Qué le parece esa corriente de opinión que defiende que hay
que revisar lo que fue realmente la Transición?
– Lo cierto es que se ha contado la Transición de una manera
realmente absurda. Se ha dado mucho barniz a aquellos años duros que
Joaquín Leguina llamaba “los años de plomo” y se ha presentado el
proceso como una ‘transición rosa o milagrosa’, cuando las cosas pasaron
de otra manera. Desde luego, esa visión edulcorada de la Transición no
se correponde con la realiad.
Pero tampoco comparto algunas lecturas que
se hacen desde las fuerzas políticas emergentes como Podemos. No me
explico como se habla del “régimen de la Transición” para tratarnos de
decir que era el mismo régimen franquista… y tampoco era eso. También
políticamente las cosas han sido distintas a como las cuentan, porque
aquí no ha habido un pacto de castas.
Aquí hubo un pacto hasta cierto
punto de silencio que todavía perdura. Y eso funciona también con la
memoria de Atocha. Pero, además, hubo muchísimos ciudadanos y ciudadanas
de este país nos jugamos la vida por mucho que ahora tengamos que
hablar de una democracia de mínimos, una democracia de la que hay que
cambiar muchísimas cosas, porque, si no, no vamos a ningún lado.
– En un artículo publicado en este periódico
con motivo del 40 aniversario de los crímenes de Atocha Agustín Moreno
ponía en valor el nivel de conciencia obrera que había en los estertores
del franquismo. No sé si hemos avanzado o hemos retrocedido respecto a
eso.
– Ha pasado mucho tiempo, han cambiado las cosas,
pero lo cierto es que a día de hoy nos encontramos con situaciones de
semiesclavitud que posiblemente deberían tener mayor contestación a
todos los niveles.
– Escribir el relato de aquellos hechos
le costó nada más y nada menos que 25 años y eligió el título de “La
memoria incómoda”, cuya tercera edición, por cierto, acaba de llegar a
las librerías ¿Por qué ese título?
– La memoria de Atocha es incómoda para mucha gente y lo que resulta
más sorprendente es que a día de hoy “incomoda” al poder. El alcalde de
Casasimarro (Cuenca) se niega a poner una placa en una plaza del pueblo
en memoria de Ángel Rodríguez, que nació allí. Y lo justifica diciendo
que eso podría provocar enfrentamientos entre los vecinos. Resulta
inexplicable, pero es así. Parece que algunos nunca aprenderán.
– Creo
que como presidente de la Fundación Abogados de Atocha va a entregar
este martes 24 el premio 2017 a Juan Genovés, autor de El abrazo. ¿Qué
le sugiere, a día de hoy, esta imagen icónica para varias generaciones?
–
Siempre que envío un wasap a un amigo termino con “abrazo”. La historia
empezó cuando el poster de la amnistía se colgó en nuestro despacho de
Atocha. Ese poster acabaría lleno de sangre. Y con el paso del tiempo,
la necesidad de la amnistía, del encuentro de todos desde la diversidad,
se transformó en ese abrazo.
Desde Atocha hemos intentando avanzar en
ese camino de reconocimiento y de respeto, de perdón, de piedad, como
decía Azaña en plena Guerra incivil, y al final ese cuadro se colgó en
el Congreso de los Diputados. Y por eso hay que seguir trabajando, por
la reconciliación y la concordia." (Pascual García, Cuarto Poder, 23/01/17)
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