"En una carta a su maestro, Hannah Arendt, la autora de Eichmann en Jerusalén, afirmó: “Nadie podrá ya escribir sobre estas cuestiones sin recurrir a él”. Se refería a Raul Hilberg (1926-2007) y a su obra cumbre, La destrucción de los judíos europeos,
un ensayo que aportó una nueva visión del Holocausto y en el que este
profesor de la Universidad de Vermont (EE UU) estuvo trabajando toda su
vida.
Su tesis es que para comprender la Shoah es necesario estudiar los
mecanismos burocráticos del exterminio, que se debe contar la historia
desde el punto de vista de los verdugos y de la administración. Sin
embargo, sus ideas no siempre fueron fáciles de asimilar y, pese a que
la primera edición data de 1961, no fue publicado en Israel hasta 2012.
Se trata de un libro tan insoslayable como incómodo.
Su autobiografía, Memorias de un historiador del Holocausto,
que ha publicado recientemente la editorial Arpa en traducción de Àlex
Guàrdia Berdiell, permite comprender cómo se gestó su obra magna y las
polémicas que provocó un libro que transformó la comprensión del
Holocausto. De hecho, nada más leer la primera versión del estudio, que
entonces era su tesis doctoral, su tutor le dijo sobre un fragmento
concreto: “Esto es muy difícil de digerir. Quítalo”.
Cuando Hilberg
se negó, su profesor le replicó: “Será tu funeral”. La idea que
defendía este historiador, un judío vienés cuya familia huyó por los
pelos del nazismo siendo él un niño, era, como explica en sus memorias,
“que, administrativamente, los alemanes habían necesitado que los judíos
siguieran sus órdenes, que estos habían cooperado en su propia
destrucción”.
Aunque muchas de las ideas de Hilberg han entrado a formar parte del
acervo sobre el Holocausto, y ya son admitidas por todos los
historiadores como parte esencial del conocimiento sobre los crímenes
nazis, su teoría de la cooperación de las víctimas, sobre todo a través
de los Consejos Judíos, sigue siendo todavía objeto de debate. Cuando se
publicó su libro en Israel, en 2012 por parte del Museo del Holocausto,
el Yad Vashem, David B. Green escribió en el diario Haaretz:
“La aproximación de Hilberg le trajo muy pocos amigos.
Su creencia en la
responsabilidad colectiva de los alemanes no le hizo muy popular entre
los historiadores de Alemania Occidental y su insistencia en que los
judíos hicieron muy poco para defenderse y la cooperación de los
Consejos Judíos, los Judenräte, que facilitaron el trabajo de los nazis —incluso si pensaban que salvaban vidas—, le convirtieron en un personaje que no era bienvenido ni en Israel ni en los círculos de la diáspora”.
Sus memorias reflejan esa lucha contra el mundo, pero también el apoyo que recibió por parte de personalidades como Hugh Trevor-Roper,
el historiador británico que escribió el primer libro sobre los últimos
días de Hitler con información que obtuvo cuando era agente de
inteligencia militar británica en Berlín, y de Claude Lanzmann, el director del monumental documental Shoah. Hilberg
es el único historiador que aparece en el filme, muy influido por sus
investigaciones. La importancia de los trenes en la película está tomada
de La destrucción de los judíos europeos (existe una edición castellana, en Akal, de 1.500 páginas y en traducción de Cristina Piña Aldao).
“El conocimiento de los trenes ha afectado a mi trabajo”, escribe en
sus memorias para explicar el principio de su relación con el director
francés. “Alemania no solo aprovechó el ferrocarril para mover
suministros y tropas, sino también para la llamada Solución Final, que
implicaba transportar judíos desde todos los rincones de Europa hasta
campos de exterminio y áreas de fusilamiento.
El aparato ferroviario no
solo era gigantesco; los procedimientos administrativos eran casi
incomprensibles. Fui de archivo en archivo estudiando los trenes
especiales. Nada más acabar el análisis, Claude Lanzmann me vino a ver a
Vermont para comentar la posibilidad de grabar una gran película sobre
la catástrofe judía. Me mostró un documento sobre trenes que había
encontrado y lo cogí con ímpetu para explicarle los jeroglíficos que lo
cifraban.
Me dijo que tenía que grabarlo sí o sí, de modo que repetí el
desglose ante la cámara”. Lanzmann, un hombre muy poco dado a los
elogios, escribió a su vez sobre la obra de Hilberg: “Un faro, un
rompeolas, un barco de la historia anclado en el tiempo y en un sentido
más allá del tiempo, imperecedero, inolvidable, con el que nada en el
curso de la producción histórica ordinaria puede compararse”.
Relación con Hannah Arendt
Sin embargo, con quien Hilberg mantuvo una relación más compleja —por decirlo sin cargar las tintas—
fue con la filósofa Hannah Arendt, a quien dedica unos cuantos dardos
porque redactó un informe contrario a la publicación de su obra, pese a
que luego reprodujo sus tesis en Eichmann en Jerusalén (un
ensayo del que acaba de salir una nueva edición en Lumen en traducción
de Carlos Ribalta).
La idea de Arendt de la “banalidad del mal” no es
ajena a la tesis que el historiador trazó a lo largo de décadas de
trabajo, estudiando minuciosamente documentos: que la máquina de la
burocracia nazi convirtió a todos en responsables, y a la vez a ninguno,
que la culpa quedó enterrada bajo toneladas de documentos solo
aparentemente banales, aunque al final se encontraban las cámaras de gas
y el exterminio de seis millones de personas.
En su libro sobre el juicio de Adolf Eichmann, Arendt explica: “Me he
basado en la obra de Raul Hilberg, que fue publicada después del juicio,
y que constituye el más exhaustivo y el más fundamental estudio sobre
la política judía del Tercer Reich”.
Aquel primer tutor de Hilberg tenía solo razón en parte. Es cierto
que el libro resultó difícil de digerir, que, como reconoce su propio
autor, llegó demasiado pronto, pero también que cambió la forma en que
se contempla el acontecimiento más terrible del siglo XX. “En 1948 me
había marcado un rumbo y lo seguí sin pensar en el futuro”, escribió. En
el siglo XXI, cuando está a punto de conmemorarse el 75 aniversario de
la liberación de Auschwtiz, el próximo 27 de enero, su obra se sigue
debatiendo y editando, como una aproximación al mal absoluto que se
esconde detrás del papeleo." (Guillermo Altares, El País, 15/01/20)
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