18/11/12

Algunos soldados hablan de excitación, placer incluso. “La experiencia es muy intensa, no hay nada comparable a que te disparen"

"Le observo las manos, delicadas, de dedos finos —en el anular la alianza le queda grande, y también el reloj, un viejo modelo clásico, en la muñeca—. Me cuesta imaginar esas manos manejando un arma tan mortífera como la ametralladora M-240 B de 7,62 milímetros (12 kilos y medio, casi un millar de balas por minuto), la que usaba en Irak. Es zurdo, le pregunto si eso es una desventaja para usar armas. Enrojece. “En este mundo ser zurdo es malo para todo”. (...)

Kevin Powers (Richmond, Virginia, 1980), pese a los tatuajes, no se ajusta en absoluto a la idea que puedes tener de un veterano de guerra estadounidense. Tímido, tranquilo, reflexivo, de rasgos finos y apariencia delicada, tiene una voz suave y unos bonitos ojos marrón verdoso que miran con sensibilidad e inteligencia. Además es poeta. 

 Powers, que sirvió un año en Irak (2004- 2005) como ametrallador en una unidad de infantería, ha escrito una (primera) novela excepcional sobre la contienda en la que participó, Los pájaros amarillos (Sexto Piso, 2012), aplaudida unánimemente por la crítica anglosajona, que la elevan a la categoría de clásico, y saludada por Tom Wolfe, nada menos, como “el equivalente de Sin novedad en el frente en las guerras árabes estadounidenses”.

Dotada de un extraño lirismo que hace pensar en La delgada línea roja, la película de Terrence Malick —trazadoras sobre campos de jacintos entre la niebla del Tigris, “la guerra intentó matarnos en primavera (…) era paciente y le daba igual que te amaran muchos o ninguno”— , sin dejar de mostrar todo el salvajismo y la atrocidad del combate, Los pájaros amarillos narra a saltos, yendo adelante y atrás, en Irak, en el campamento de instrucción en Nueva Jersey, en los hogares en Virginia, y en la base en Alemania, la peripecia del soldado John Bartle, de 21 años, que ha prometido a la madre de un camarada de 18, Murphy, cuidar de él. Un empeño en el que —se revela desde el inicio— fracasa. (...)

¿Por qué fue a Irak? “Bueno, estaba en el ejército, mi unidad fue, tenía que ir. Cuando me alisté no estábamos en guerra. Luego sentí que tenía la obligación, con respecto a mis compañeros”. ¿Y por qué se alistó? “No hay una respuesta sencilla. Era muy joven, tenía 17 años, en EE UU no es raro hacerlo, mi familia no tenía muchos recursos y el ejército te financia los estudios; mi padre fue soldado en Vietnam, mi abuelo en la II Guerra Mundial. No se si volvería a hacerlo”.

Estuvo en el ejército ocho años. Uno en Irak. En la tercera brigada de la segunda división de infantería. Dice que fue un reto porque de manera natural no encajaba en la vida militar y la adaptación le fue difícil. En Irak protegía a una unidad de desactivadores de bombas —un reflejo de esa tarea aparece en la novela en el episodio del cadáver bomba amarrado a un puente—.

Powers sirvió en Mosul y Tal Afar, escenarios representados en la novela en la ficticia Al Tafar. ¿Estuvo bajo el fuego? “Sí”. ¿Podría explicarlo? “Me disparaban, balas, cohetes, morteros; patrullas, avances retiradas, emboscadas, no sé qué quieres que te cuente”. ¿Qué sentía en combate? Powers se mira las manos. 

“He tratado de describir la realidad de las circunstancias. Es algo muy intenso pero a la vez transmite una fuerte sensación de irrealidad. Ves lo grave de la situación, pero la aceptas. El área que controlas es muy pequeña, hay mucho azar alrededor. Tienes que dejar mucho al destino”. 

¿Hay espacio para pensar? “En realidad no, es una experiencia eminentemente física, hasta que vuelves, entonces piensas mucho”. Algunos soldados hablan de excitación, placer incluso. “La experiencia es muy intensa, no hay nada comparable a que te disparen.

 El nivel en que tus sensaciones se incrementan es brutal. Parte de la dificultad al volver es saber que nunca experimentarás nada tan fuerte. Nunca te sentirás tan vivo”. ¿Bajo el fuego eres consciente de la posibilidad inminente de muerte? “Sí, ves a gente que muere. 

Pero es más después, al acabar, entonces te llega de golpe la sensación del peligro que has pasado. En pleno combate no tienes el pleno control consciente de tu cuerpo, responde pero sin pensar. Hay miedo, por supuesto”. El entrenamiento ayudará. “Exacto, en el fondo todo es para eso”.

¿Mató a alguien? Powers se mira las manos. “No lo sé”.. Pero disparó a gente… “Sí”. ¿Es una cuestión de pudor?, ¿le produce vergüenza? “Sí, posiblemente. ¿Cómo describirlo? Quizá sea un rasgo para proteger la cordura el no ser consciente de si has matado". Algunos estarían orgullosos, se vanagloriarían. 

“Puede, seguro. No en mi entorno, no vi a nadie jactándose. No vi a nadie disfrutando de la guerra. Esa parte oscura. En uno de mis personajes, el sargento Sterling, hay algo de ese lado”. ¿Hacer literatura de la guerra no traiciona su esencia, no la embellece e intelectualiza de alguna manera?

“No, es como mirarla al microscopio, ves partes que no habías visto. Escribir de la guerra no es traicionarla sino destilarla, con los detalles la iluminas”. ¿Qué opina de la guerra? “Es producción masiva de muerte. 

Algo que solo puede inspirar repulsión. No creo que se pueda malinterpretar mi novela en ese aspecto”. ¿Y no es eso antipatriótico? “No, yo amo a mi país, y contar la verdad es un acto patriótico, no quiero que mis conciudadanos sacrifiquen sus vidas por intereses políticos, en Irak o en Afganistán. 

No me considero una persona política pero para mí es obvio que la versión que nos daban de lo que pasaba y lo que pasaba en realidad no coincidían. Empezando por las inexistentes armas de destrucción masiva iraquíes y siguiendo por la absurdidad de que los iraquíes representaran un peligro para los Estados Unidos”.  (...)

Es consciente de que no se librará nunca de la guerra, pero cree que la experiencia, aunque no se la recomienda ni desea a nadie, tiene algún elemento positivo: “Entiendes de verdad qué frágil y preciosa es la vida, aunque eso no es exclusivo de la guerra, una enfermedad o cualquier otro suceso traumático también te lo puede enseñar”        (El País, 27/10/2012)

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