"También recuerda Teófilo las mañanas en las que acompañaba a su madre
al cementerio para poner flores a la fosa común donde descansan los
restos de su padre. Las tres fosas del pequeño cementerio permanecieron
abiertas hasta 1945 y él, siendo un niño de 5 años, podía ver los cuerpos de los fusilados comidos por la cal. Entre ellos, el de su progenitor
Otros
días, llegar hasta la fosa se hacía imposible. “Muchas veces tuvimos
que salir corriendo y escondernos en cualquier lugar cuando íbamos al
cementerio. Las familias de derechas nos señalaban, nos
insultaban y temíamos que nos mataran”, señala este hombre. El miedo no
es de extrañar. Además de su abuelo, murieron otros tres familiares
fusilados en el penal.
Sólo en Ocaña, un
pueblo de apenas 11.000 habitantes de la provincia de Toledo, se
registraron entre 1939 y 1959, fecha del último fusilamiento, 1.300
víctimas de la represión franquista. En su pequeño cementerio se
concentran tres fosas comunes.
La mayoría murieron fusilados, pero un
gran número de ellos lo hicieron enfermos dentro de la prisión.
La Asociación de Familiares de Ejecutados en la Cárcel de Ocaña, tras
examinar los registros del penal, señala que en invierno la lista de
fallecidos aumentaba considerablemente debido a las penosas condiciones
de vida a las que estaban sometidos los presos. En muchos casos los
verdugos ni siquiera necesitaban balas para cometer sus crímenes.
“Hemos encontrado varias partidas de defunción de bebés,
que morían en la cárcel. Era habitual que las presas tuvieran allí a
sus hijos. De hecho, conozco un caso escalofriante”, narra Carmen Díaz,
vicepresidenta de la asociación.
“Una presa fue condenada a muerte pero
tenía un bebé en edad de lactancia. Las monjas permitieron que la presa
continuara con vida hasta que el bebé cumplió dos años. Entonces, se lo
quitaron de los brazos y la fusilaron. El bebe fue abandonado entre los
matojos, aunque me consta que logró sobrevivir”, cuenta esta mujer, cuya
historia familiar no es menos trágica.
Su abuelo murió en la prisión tras ser juzgado tres veces:
una para condenarle a muerte, otra para conmutarle la pena por 30 años
de prisión y, finalmente, una última ocasión, en la propia cárcel, para
condenarlo de nuevo a muerte.
La sentencia fue ejecutada inmediatamente
sin avisar a los familiares. “Sospechamos que el último juicio fue un
fraude ya que no aparece en ningún registro. Simplemente, querían verlo
muerto”, cuenta a Público Carmen." (Público, 24/03/2013)
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