25/3/13

Las monjas permitieron que la presa continuara con vida hasta que el bebé cumplió dos años. Entonces, se lo quitaron de los brazos y la fusilaron

"También recuerda Teófilo las mañanas en las que acompañaba a su madre al cementerio para poner flores a la fosa común donde descansan los restos de su padre. Las tres fosas del pequeño cementerio permanecieron abiertas hasta 1945 y él, siendo un niño de 5 años, podía ver los cuerpos de los fusilados comidos por la cal. Entre ellos, el de su progenitor

Otros días, llegar hasta la fosa se hacía imposible. “Muchas veces tuvimos que salir corriendo y escondernos en cualquier lugar cuando íbamos al cementerio. Las familias de derechas nos señalaban, nos insultaban y temíamos que nos mataran”, señala este hombre. El miedo no es de extrañar. Además de su abuelo, murieron otros tres familiares fusilados en el penal.

Sólo en Ocaña, un pueblo de apenas 11.000 habitantes de la provincia de Toledo, se registraron entre 1939 y 1959, fecha del último fusilamiento, 1.300 víctimas de la represión franquista. En su pequeño cementerio se concentran tres fosas comunes.

 La mayoría murieron fusilados, pero un gran número de ellos lo hicieron enfermos dentro de la prisión. La Asociación de Familiares de Ejecutados en la Cárcel de Ocaña, tras examinar los registros del penal, señala que en invierno la lista de fallecidos aumentaba considerablemente debido a las penosas condiciones de vida a las que estaban sometidos los presos. En muchos casos los verdugos ni siquiera necesitaban balas para cometer sus crímenes. 

“Hemos encontrado varias partidas de defunción de bebés, que morían en la cárcel. Era habitual que las presas tuvieran allí a sus hijos. De hecho, conozco un caso escalofriante”, narra Carmen Díaz, vicepresidenta de la asociación.

 “Una presa fue condenada a muerte pero tenía un bebé en edad de lactancia. Las monjas permitieron que la presa continuara con vida hasta que el bebé cumplió dos años. Entonces, se lo quitaron de los brazos y la fusilaron. El bebe fue abandonado entre los matojos, aunque me consta que logró sobrevivir”, cuenta esta mujer, cuya historia familiar no es menos  trágica.

 Su abuelo murió en la prisión tras ser juzgado tres veces: una para condenarle a muerte, otra para conmutarle la pena por 30 años de prisión y, finalmente, una última ocasión, en la propia cárcel, para condenarlo de nuevo a muerte.

La sentencia fue ejecutada inmediatamente sin avisar a los familiares. “Sospechamos que el último juicio fue un fraude ya que no aparece en ningún registro. Simplemente, querían verlo muerto”, cuenta a Público Carmen."             (Público, 24/03/2013)

No hay comentarios: