3/11/08

¿Violencia simbólica? Violencia. La nuestra.



"El detonante final que convirtió esta plaza en un ring improvisado fue el estreno, en la primavera de 2007, de la película 300, dirigida por Zack Snyder y basada en la novela gráfica de Frank Miller sobre la Batalla de las Termópilas. Contagiado por el aguerrido espíritu del rey Leónidas y sus hombres, Legend convenció a Scientific y Spider, junto a quienes practicaba artes marciales al aire libre cerca de una discoteca donde se ganaba los cuartos como portero, para tomar prestada la denominación de origen espartana y fundar una congregación de aficionados a zurrarse al aire libre. (...)

El Triángulo, decidió en abril de este año colgar sus hazañas en Internet. Como reconoce Scientific en su perfil del portal Myspace, "nuestra ocupación es el porno: lo que hacemos por diversión es patear culos a nivel profesional". (...)

Al principio, estas refriegas carecían de reglas, hasta que El Triángulo prohibió los golpes en la cara; aunque eso es un decir, a tenor de vídeos como éste de los Union Square Spartans colgado en You Tube. También se ha establecido que si uno de los contendientes se rinde, termina el combate. No corre la sangre, a pesar de la brutalidad de los golpes. Pero sí hay un vencedor por KO. Los luchadores se funden en un abrazo.

"Se trata de una violencia simbólica, de tipo performativo -de performance-, para ser exhibida; cuando la sangre llega al río no suele estar tan a la vista", reflexiona Carles Feixa, antropólogo y autor, entre otros, del libro De jóvenes, bandas y tribus (Editorial Ariel). "Las batallas a pedradas en el espacio público ya formaban parte del paisaje de la España de posguerra en ciudades como Madrid o Barcelona. Se trataba de una especie de deporte. Lo que ha cambiado es la mediatización de la agresión, que se cuelga en Internet a los cinco minutos de ser presenciada. Estas peleas refuerzan a los contendientes su identidad como jóvenes y les autoafirma como grupo. Es una manera de decir: 'Estamos aquí'. Y también fomentan el mito de Nueva York como urbe repleta de violencia, cuando realmente su intensidad ha bajado considerablemente". (...)

La intención de estos muchachos cuando decidieron mostrar al mundo sus combates desde la Red era que sus vídeos actuasen como reclamo para ganarse unos centavos impartiendo clases callejeras de artes marciales. Pero lo que provocaron fue la proliferación de luchadores experimentados, ansiosos por medirse en Union Square. "Algunos de ellos no tienen oficio ni beneficio, y sueñan con conseguir un sponsor que les permita ganarse la vida peleando en espectáculos al estilo Pressing Catch como los que salen por la tele", apunta desde Nueva York Benjamin Lowy, autor de las fotografías que ilustran estas páginas. "El problema", advierte Carles Feixa, "es que la violencia simbólica puede llegar a convertirse en realidad, como ocurrió con la quema simbólica de coches en la Banlieue parisiense". (...)

De hecho, si de algo está el espacio internauta repleto es de vídeos cargados de violencia tan insoportablemente real como el de las chicas menores de edad que recientemente propinaron una paliza en Colmenarejo (Madrid) a una adolescente de origen ecuatoriano, mientras inmortalizaban el ataque con la cámara de un teléfono móvil. Una grabación lamentable donde puede escucharse a una de las ilustradas agresoras gritando "¡Dala fuerte!" o "¡Písala la cabeza!". "Hoy estamos evolucionando del erotismo de la violencia a esa pornografía de la violencia de la que habla Phillip Bourgeois", concluye el antropólogo Carles Feixa. "Esta transición no se debe tanto a lo que se hace sino al ojo de quien contempla esos vídeos". (...)

¿Quién dijo que la vida fuera fácil, muchacho? Como colofón a su libro autobiográfico Fight the power (traducido al castellano por Numa Editorial), el rapero Chuck-D, alma mater de Public Enemy y eminente cronista de la violencia en las calles de Nueva York, cita: "Me levanto después de que me pateen el culo, así que me levanto para patear unos cuantos culos". (El País Semanal, 02/11/2008, p. 67/72)

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