"Rogelio Pérez Rodríguez (...) Sabía leer y escribir. Se dedicaba a la
compra-venta de tierras y ganado, también era destajista; su actividad
permitía que su familia viviese cómodamente. Debido a su trabajo, se
relacionaba con todo tipo de personas.
Era un hombre emprendedor, con
don de gentes, trabajador, destacaba por su solidaridad: siempre estaba
dispuesto para ayudar a los demás. También comentaban: «Lo que le
ocurrió a Rogelio, no tenía que haber pasado».
A principios de noviembre de 1936, fue
detenido en su casa, c/ Virgen del Carmen n.º 2, por el cabo de la
Guardia Civil José Quesada Cantos, junto a un grupo de falangistas del
pueblo, por orden del presidente de la nueva gestora, Eladio Sánchez
Camino, en presencia de su mujer y sus 3 hijos. La escena fue
desgarradora, las suplicas de su mujer no produjeron ningún efecto en
ellos.
Aun así, pidió ayuda desesperadamente a sus vecinos en el corto
trayecto que hay desde su casa a la cárcel del pueblo; nadie salió en su
auxilio, pesaron más el pánico y el miedo. Tan solo una persona oscura y
siniestra se asomó por una ventana, para comprobar que su plan se
estaba llevando a cabo.
Lo llevaron a la cárcel del pueblo, y
allí coincidió con algunos vecinos que también habían sido retenidos
forzosamente. Todos se hacían las mismas preguntas. Le pidió a su mujer
que le preguntase al cura Juan Bautista Gago si él sabía por qué estaba
detenido. Éste le respondió con una falta de humanidad y gran cinismo:
«No te preocupes, mujer, a Rogelio no le va a pasar nada malo». (...)
El jueves 19 de noviembre de 1936, como
cada noche, se repitió la misma escena. El silencio era absoluto. Un
militar comenzó a leer «la saca» en voz alta, hombres que se llevaban y
no volvían más. Dijo su nombre… un escalofrío recorrió su cuerpo,
dijeron que le iban a aplicar el bando de guerra. ¡Cuánta injusticia!,
no le dieron la oportunidad de defenderse. ¿Pero de qué le acusaban?
¿Qué delito había cometido? ¡Cuánta impunidad! Tenía 39 años, no
cumpliría más…
El cansancio, la incertidumbre, el frío
lo habían calado hasta los huesos, haciendo mella en él. Le ataron las
manos, lo subieron a un camión junto a un grupo de hombres y una mujer y
los llevaron a las tapias del cementerio de San Fernando de Sevilla,
llenas de sangre y testigos de tantas muertes inocentes… (...)
Lo recogieron en un camión, fue trasladado dentro del cementerio, y en una fosa común lo tiraron como a un perro. Cayó sobre otros cuerpos…. y otros cuerpos cayeron sobre él…. De esta forma quisieron ocultan sus delitos los golpistas.
Con el tiempo, su nieta averiguó que su
trágico final lo decidieron tres individuos de su pueblo, mientras
jugaban una partida de cartas. Motivos: envidias y ambición.
Justificación del hecho: lo acusaron de ser comunista. Se enriquecieron
tras la incautación de todos sus bienes. Todo se volvió de color negro.
La peor pesadilla comenzó para su familia. Lo mataron, pero sigue vivo
en los pensamientos, recuerdos y en los corazones de los suyos, y ellos
transmiten al mundo quién fue y qué hizo en esa corta vida.
Su nieta, después de 80 años de su
asesinato, lo busca y pide Verdad, Justicia y Reparación. Su familia es
el ADN de la memoria. Para que su nombre no se olvide. Para que no se
borre de la memoria." (Tulio Riomesta, 25/11/19)
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