"Una libreta de recuentos donde los nazis anotaban los
‘gaseables’ del día y un lápiz. Esto fue lo único que necesitó el joven
médico holandés Eddy de Wind (La Haya, 1916-Amsterdam, 1987) para
novelar el peor de los horrores. Lo hizo porque no le quedaba otra,
siguiendo una máxima que le perseguiría toda la vida: “Tengo que seguir vivo para contarlo”.
Echó mano para ello de un tal Hans Van Dam, tan joven, tan médico y tan
judío como Eddy, un tipo que llevó sus mismos zapatos y que no fue más
que la distancia de seguridad para no volverse completamente loco.
De aquel álter ego nació Auschwitz. Última parada
(Espasa, 2019), la memoria novelada de su paso por el campo de
exterminio escrita desde sus mismas entrañas poco después de haber sido
liberado después de dos años. El rumor de la inminente llegada de los
soviéticos le permitió armarse de valor y pasar a limpio lo vivido. Un
cuaderno escrito casi a vuela pluma, que nos habla de lo cotidiano en
aquella macrofactoría de la muerte, un texto de ambigua belleza en el que el horror más absoluto da paso a la dignidad del ser humano.
Eddy nos habla de las condiciones inhumanas en las que
vivían, del clima extremo y de la insalubridad. Cuando aquello no era
suficiente para acabar con la vida de los prisioneros, se optaba por el
Zyklon-B, gas ideado como pesticida capaz de acabar con 1.440 vidas con
tan sólo 5 kilos.
El número de cuerpos excedía la capacidad de los hornos crematorios,
de forma que, tal y como relata Eddy en su libro, se optaba por cavar
zanjas de «treinta metros de largo, seis de ancho y tres de profundidad»
para, a continuación, echar los cuerpos, rellenar con madera e
incendiar las trincheras con gasolina.
Es difícil contar el hambre, trasladar al lector la
penuria que supone no tener nada que llevarse a la boca. Eddy lo
consigue como pocos en apenas unas líneas, lean esto: «Cabían mil
cadáveres. El fuego duraba veinticuatro horas y luego podía volver a
echarse un nuevo cargamento [...]. Les aseguro que he visto con mis
propios ojos cómo un hombre que trabajaba cerca de esa hoguera descendía
al canal y sumergía su pan en la grasa humana derretida, que seguía
fluyendo hacia abajo».
Pero Auschwitz: última parada, no sólo es
un viaje a la depravación de la que es capaz el ser humano, es también
una historia de amor. La del joven médico con Friedel, una enfermera
judía de la que se enamoró perdidamente en Westerbork, un campo holandés
de tránsito en el que se presentó de voluntario con la intención de que
liberaran a su madre, deportada ya a Auschwitz.
Al poco de casarse con
Friedel, la pareja fue deportada también al campo de exterminio polaco, ella al pabellón 10 –centro de operaciones del sádico Josef Mengele– y él al pabellón 9, donde se desempeñó como médico de los presos polacos. No se volverían a ver hasta terminada la guerra.
Despersonalización y trauma
«A Hans le tocó el número 150.822. Se limitó a sonreír
con desprecio cuando le grabaron el número en el brazo. Ahora ya no era
el Dr. Van Dam. Ahora era el prisionero número 150.822». Así narra Eddy
cómo le fue arrebatado el nombre al llegar a Auschwitz, ese instante en
el que pasa a convertirse en cifra, una sucesión de números sin
recuerdos ni pasado. Desde ahí narra nuestro médico, un lugar para el
olvido que quiso testimoniar en los estertores de la ignominia.
Su obra tuvo un periplo infausto. Como si de un enésimo
revés del destino se tratara, Eddy, reconvertido tras la pesadilla en
un prestigioso psiquiatra especializado en traumas vinculados con el
Holocausto, no consiguió en vida que su obra tuviera la repercusión que
merecía.
Publicada en dos ocasiones, ninguna de las dos ediciones logró levantar el vuelo. Un primer lanzamiento fechado en 1946, a cargo de una pequeña editorial comunista de los Países Bajos que quebró al poco, apenas tuvo circulación. La segunda edición data de los años 80 y su sino fue muy similar. Ahora la obra de Eddy de Wind ve de nuevo la luz y lo hace ahora a lo grande –un total de 20 países–, exigua recompensa para tanto dolor." (Juan Losa, Público, 28/11/19)
Publicada en dos ocasiones, ninguna de las dos ediciones logró levantar el vuelo. Un primer lanzamiento fechado en 1946, a cargo de una pequeña editorial comunista de los Países Bajos que quebró al poco, apenas tuvo circulación. La segunda edición data de los años 80 y su sino fue muy similar. Ahora la obra de Eddy de Wind ve de nuevo la luz y lo hace ahora a lo grande –un total de 20 países–, exigua recompensa para tanto dolor." (Juan Losa, Público, 28/11/19)
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