17/3/11

"El deporte era la caza del hombre" y las charangas corrían las calles con música para combatir la angustia"

"El miedo hizo mudar la piel: "¡Que no quedaran restos de libertad, de república, de liberalismo!", escribe el poeta cordobés Juan Bernier (1911-1989) en su diario de aquellos días en los que "el deporte era la caza del hombre" y las charangas corrían las calles con música para combatir la angustia. Tocaban el Cara al sol. La sangre pilló desprevenidos a todos. (...)

Pero a la palabra limpieza ya no la podía parar nadie: "Y una infrahumana ferocidad se escuchaba a través de la sondas de uno y otro bando. Y se veían silencios y palideces en los rostros. El azar empujaba a un bando o a otro, según el sitio donde a cada uno les había sorprendido el Movimiento.

Derechas e izquierdas no eligieron, pero los dos signos llevaban a la muerte
", toma nota el poeta en los primeros días del golpe de Estado del ejército traidor. (...)

El cambio galopaba, los amigos eran asesinados, las calles sonaban de otra manera y pocos pudieron darse a la fuga: "No tuvo éxito mi propuesta a alguno de ellos de que huyeran de esta ciudad de cánticos marciales y sobre todo religiosos, que sonaban como misas de difuntos...

Pero bajo los cánticos se instituía la matanza y el asesinato más o menos legal, y pocos tuvieron la suerte de huir al bando preferido..." (...)

"Para matar, los rojos habían escogido las iglesias; los nacionales, los cementerios. ¿Dónde sería la muerte menos lúgubre?", escribe pocos días antes de ser reclutado para un batallón de castigo en el bando de los rebeldes. (...)

"En el campo cercano de Valdespartera, horrible y ávido paisaje de albero y sequedad, sin una planta, sin un árbol, coloreado sólo cada día por la sangre fresca de veinte o treinta rojos fusilados en la noche

Generalmente se los llevan, pero otros días nos encontramos los montones sangrientos donde los charcos de sangre quedan fríos, como gelatina roja sobre la tierra alba y las gafas rotas, las prendas olvidadas de los muertos".

Antes de que la carne vuelva a resucitar el ánimo de Juan Bernier, todavía tiene que pasar por el trago de hacerse el falso duro ante cuerpos sangrantes que huelen a pólvora: "Así mueren nos explica desde su caballo el teniente Sicilia los enemigos de la religión y de la patria.

Se les ha robado todo, pero yo no caigo como el cabo y amigo Marcos en llevarse unas tenazas para sacar los dientes y muelas de oro de estos fusilados que muchos días quedan sin retirar". (...)

"La libertad ciega y brutal me enseñó, con trallazos de sufrimiento, mi exceso de confianza en la bondad y el perfeccionamiento humano.

Vi, claramente, cómo todas las normas, las más respetables y espirituales creencias, los más altos principios no impedían el crimen, sino que incluso servían para justificarlo", escribe.

Tras su paso por la guerrare conoce que odió la severidad falsa de la moral, la "inservible barrera de la religión" (Público, 16/03/2011)

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