21/1/13

Secuestrador, carcelero y asesino de Aldo Moro.

El militante de las Brigadas Rojas Prospero Gallinari

 "Prospero Gallinari, que perteneció al grupo terrorista marxista leninista de las Brigadas Rojas, murió en la mañana del lunes 14 de enero en el garaje de su casa, en Reggio Emilia. Tenía 62 años, corazón débil y manos grandes. (...)

Sus manos de campesino y de obrero cogieron las armas a principio de los años setenta, en una guerra al Estado organizada en varios ataques. En la primavera de 1978, formó parte del grupo que secuestró y asesinó a la víctima más famosa del terrorismo italiano: Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana.

En 1993, Mario Moretti contó haber apretado el gatillo. Hasta entonces los jueces habían condenado como ejecutor a Gallinari, quien sostuvo, frente al periodista Sergio Zavoli, que la responsabilidad de aquel gesto fue compartida:

 “Los militantes de las Brigadas Rojas mataron a Moro. Reivindicamos la paternidad de lo que decidimos hacer. Hemos llevado a cabo nuestras elecciones, conscientes de lo que estábamos haciendo y de las consecuencias que provocarían”. (...)

Gallinari creció en Reggio Emilia, ciudad rica de industrias y con pasado rural en el norte del país, galardonada con una medalla de oro por su lucha contra el fascismo nazi: las matanzas del Ejército alemán que se retiraba, entre septiembre de 1943 y abril de 1945, allí se cuentan por docenas y fueron de una extrema crueldad. En 1960, cuando la Democracia Cristiana (DC) formó un Gobierno con el apoyo externo de la extrema derecha del Movimiento Social, en la zona estalló la protesta.

 Durante una manifestación sindical, la policía disparó y mató a cinco trabajadores, todos inscritos al Partido Comunista (PCI), la agrupación de sobra más votada. En esta zona, entre Bolonia y Milán, los padres cogieron el fusil para echar a los fascistas. Sus hijos crecían en el mito de aquella resistencia traicionada.

 Algunos de ellos —no reconociéndose más en la política de los partidos de izquierdas— fundaron el núcleo de las Brigadas Rojas y en las colinas de Reggio, en 1970, decidieron volver a las armas. 

Empezó una época oscura de pistoletazos, secuestros y muertes. Empresarios, policías, funcionarios, periodistas, magistrados, profesores, hasta un obrero, fueron víctimas del grupo armado. En el otro bando, la extrema derecha ponía bombas en trenes, plazas y bancos.

La mañana del 16 de marzo de 1978, 10 brigadistas mataron a los agentes que escoltaban a Aldo Moro, el presidente del primer partido italiano, y le secuestraron. Desde aquel momento, Roma escondió un agujero negro en su vientre caótico.

 Un puntito invisible a centenares de investigadores, policías y carabinieri: la prisión del pueblo, en la jerga terrorista. Cuatro hombres, entre ellos Gallinari, y una mujer mantuvieron al diputado en un pequeño piso, en una habitación tras una estantería, interrogándole y dejándole escribir sus reflexiones y cartas. Italia, allá fuera, estaba convulsionada pero inmóvil entre la búsqueda y la indecisión sobre si negociar. El Estado decidió que no.  (...)

Moro fue condenado a muerte. Gallinari no dejó ni un minuto el piso en los 55 días del secuestro. No salió ni la mañana del 9 de mayo, cuando Moro fue escondido en una cesta, llevado al garaje, tiroteado y dejado en el baúl de un Renault 4, aparcado en el centro de Roma, entre la sede del PCI y la de la DC. Una tumba bien estudiada, ya que Moro, a pesar de las presiones del Vaticano y de EE UU, imaginaba un Gobierno abierto a los comunistas.

Le preguntaba Zavoli: “Gallinari, usted se quedó en el umbral viendo aquella cesta que desaparecía por las escaleras. ¿Qué hizo?”. “Recuerdo el telediario. Teníamos una televisión en blanco y negro, pero el color del rostro del periodista yo lo vi. He visto su cambio de expresión. Aún no había leído la noticia, pero supe que estaba a punto de anunciar el hallazgo del cadáver”. 

En aquel momento, Italia perdió la inocencia. Las Brigadas Rojas siguieron disparando, pero cada vez más aisladas. Gallinari fue arrestado el año siguiente. Con la misma frialdad con la que contaba el evento que desvió la historia de su país y su vida personal, decretó el fracaso de la lucha armada en 1987. Nunca se arrepintió o disoció de lo hecho."     (El País, 17/01/2013)

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