25/10/19

El "paseo de la vergüenza". Las fuerzas vivas obligaban a desfilar a las mujeres rapadas desde la plaza hasta el rompeolas en un teatro que duró un mes. Caminaban dando pequeños pasos, defecando por el aceite de ricino que les habían dado. De esa manera, quedaron señaladas para el resto de sus vídas para su propio escarnio y el de sus familias...



 Cuatro mujeres rapadas al cero por los franquistas en Oropesa (Toledo) por ser familiares de republicanos.  Fundación: Pablo Iglesias

"Tam-Tam, tampatantam. Gregori Goitia Izurieta (1919) tenía 16 años pero recuerda como si fuese ayer el sonido del tamboril que anunciaba el "paseo de la vergüenza". 

Con el apoyo de los "señoritos", los alguaciles y guardias civiles testaban en Lekeitio un castigo que se extendió por muchos pueblos y ciudades del nuevo Estado dictatorial, aunque los registros de aquellas humillaciones públicas sean escasos. De norte a sur, solamente se conservan tres únicas fotografías que ilustran esa barbarie.


Rufo Atxurra, historiador autodidacta y una de las fuentes más fiables de información del pueblo no pudo recabar documentos de lo acaecido en Lekeitio porque "las víctimas hicieron lo posible por enterrar esas vejaciones" y "las autoridades no escribieron un listado de las atrocidades cometidas".


Tampoco figuran expedientes sobre estas mujeres en los tribunales militares del franquismo. Han sido las grandes olvidadas. Son los propios familiares los que, con su testimonio, pueden ayudar a escribir el relato de aquellos escarnios.


Para que os hagáis una idea, era tal la brutalidad con la que fueron tratadas estas mujeres que, en el periódico madrileño ahora, fechado el 2 de octubre de 1936, hablaban de "bárbaros instintos de las hordas fascistas que dejaban sus huellas en estas mujeres vascas".   (...)

Brijida, Mari "Ondarru", Miren "Ponpon", Rosario "Akorda", Claudia y Carmen "Antzarra" no salen en los libros de historia pero tienen algo en común: fueron despojadas de uno de los símbolos más visibles de feminidad de la época.


Sin haber "torturado, violado y asesinado" a nadie, les raparon el pelo de la cabeza al cero en el ayuntamiento y, a alguna de ellas, también el de las cejas. Ese sería solamente el inicio de un calvario que iban a experimentar en sus propias carnes, una venganza y un ensañamiento que supera lo imaginable.


"Les dejaban una cabellera más blanca que el color de mi brazo", explica Gregori señalando una de sus articulaciones agarrotadas por el exceso de trabajo de años y años. A punto de cumplir un siglo de edad , Gregori todavía suspira al hablar de la guerra "entre hermanos": "Ay la guerra, ay la guerra", lamenta con un debilitado hilo de voz.  (...)

Una falsa denuncia de un vecino del propio pueblo, el simple hecho de tener un familiar en el bando republicano, vizcaíno o nacionalista sin la necesidad de que ellas compartieran esas ideas y, en definitiva "porque a ellos les daba la gana", concluye Mila Mendia. Cualquier pretexto era válido para que una mujer acabase en prisión.


"A mi abuela María se la llevaron simplemente por haber estado ayudando en el puesto de la Cruz Roja a los gudaris que llegaban heridos del frente", explica Iñaki Ruiz Laka. "A la mía, en cambio, por llevar una ikurriña", responde el nieto de otra. "A fulana y a mengana por no cantar el "Cara al sol".

 "Fueron trasladadas a una prisión que habían improvisado en una casa donde actualmente se encuentra el bar Itxasalde", informa Mari Nieves Erkiaga, "donde está el primer mirador". Dormían hacinadas y arrinconadas en el suelo, en un espacio que no superaba los 60 centímetros de ancho. "La comida escaseaba y los contados alimentos que llevaban a la boca estaban podridos".

Una de las secuencias más memorables de Juego de Tronos es el "Walk of Shame"- el paseo de la vergüenza- al que sometieron a Cersei. "La Lannister era obligada a ir hasta el castillo real atravesando desnuda y sin su larga melena por las calles de Desembarco del Rey".


Un padre que prefiere mantenerse en el anonimato no es capaz de buscar un símil mejor para contarle a su hijo lo que aconteció entre 1937 y 1940 en Lekeitio. "Aquí pasó algo parecido", afirma tajante. Su mujer compara los sucesos de la villa marinera con otra figura de la "España Negra", "con los sambenitos esos que imponía la inquisición española a los acusados de brujería, a los falsos conversos y a los herejes".


Tras ser arrestadas, a las mujeres peladas las forzaban a ingerir grandes cantidades de aceite de ricino, un laxante al que muchos le otorgaban propiedades abortivas. En el mejor de los casos el nauseabundo líquido les provocaba fuertes dolores de barriga y quemazón estomacal, en el peor de los casos diarrea y vómitos. (...)

 Según afirma el psiquiatra Enrique González Duro en su libro Las rapadas, el franquismo contra la mujer (S.XXI) , "las víctimas quedaban marcadas indefinidamente, aunque no tuvieran secuelas físicas". Quedaron grabadas en el imaginario colectivo de toda la población.

"Vagaban como almas en pena" narra Nicolasa Laka Egaña "Niko" con la firmeza del que conoce bien la historia. Su madre, Mari "Ondarru" se libró de milagro del ricino porque estaba a punto de dar a luz a su hermana , pero la exhibieron de modo deshonroso. "A la pobre le subieron la minifalda por encima de las rodillas y la pasearon de aquí para allá entre las sonrisas de algunas personas y la cara de pena de otras", agrega con tristeza. "La dejaron libre para traer al mundo a Txaro, que caprichos del destino, nació el mismo día en el que cumplía años el Caudillo", esboza una sonrisa tendenciosa. "Al de tres días nos la metieron presa otra vez", lamenta.


"Se les dejaba un pequeño mechón de pelo al que le anudaban un "txori" - un lazo en euskera - rojo y amarillo", amplia Mila Mendia , "llevaban los colores de la bandera monárquica como mofa".


A las hermanas María y Alejandra Erkiaga Bengoetxea les obligaron a limpiar los palacetes y las casas de los terratenientes y ricachones. "Dejábamos el suelo como la patena y, al acabar, los soldados echaban escupitajos al parqué mientras gritaban “puta vasca, limpia otra vez", solía contarle en vida María a su hija Rosa Bárcena Erkiaga. "Otras mujeres se encargaban de dejar como la patena la Basílica de Santa María, los cuartelitos de la Guardia Civil y el ayuntamiento", apostilla Rosa, "todo con jabón y frotando con la arena de la playa pequeña, eh".  (...)

En todos los pueblos se conocen historias parecidas. "Pregunta, pregunta", me reta una señora. En Berriatua, sin ir más lejos "en el pueblo de al lado de Lekeitio, a partir de mayo de 1937 cortaron el pelo a otras siete y fusilaron a otras dos", dice tajante para acallar las preguntas.

Oropesa (Toledo) , Montilla (Córdoba), Marín (Pontevedra), La Peña (entre Jaca y Ayerbe), Fuente de Cantos (Badajoz)... son algunos de los otros ejemplos de esta práctica extendida. No hay territorio ni municipio en el que las mujeres no pudieron evitar el rapado sistemático como forma de castigo. (...)

Las "liberadas" que vivieron esos episodios volverían al ámbito privado del hogar, avergonzadas y estigmatizadas. Hasta que les volvía a crecer el cabello, las mujeres se escondían en sus casas y se cubrían el pelo que no tenían con un pañuelo (en el caso del País Vasco tapaban la cabellera con una txapela).


En muchas ocasiones, al ver que no llevaban "sus vergüenzas a la vista", los falangistas les arrancaban las telas que protegían sus cabezas cuando las veían por las calles para así aumentar su vergüenza.


Pero el rapado del cabello y las purgas de ricino no fueron las únicas formas represivas y ejemplificadoras. En el peor de los casos, las mujeres se enfrentaron a agresiones sexuales, a abusos y a violaciones por parte de las fuerzas falangistas, moras y regulares o cualquiera que las consideraba exclusivamente un cuerpo y se creía el derecho de hacer uso de la fuerza contra ellas.

En ocasiones, fruto de estas relaciones no consentidas se dieron infinitos casos de embarazos no deseados.  (...)"                        (Ibon Pérez Bárcena, Público, 20/10/19)

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