7/3/11

La guerra civil de Colombia...

"Cada habitante de este lugar lleva mucha muerte detrás. Las mujeres cuentan historias de matanzas y masacres que han sucedido en sus veredas. Todas tienen un marido, un hijo asesinado por la guerrilla o los paramilitares.

Son campesinos que han huido de la violencia sin nada en las manos. En la reunión comunal hablan de sus cosas. Aquí no hay tiros, sólo palabras que a veces suelen ser violentas, a veces desesperadas. Cuando hay elecciones, llega un político con promesas a cambio de su voto y luego nada. Ninguno de estos campesinos quiere volver a su lugar de origen.

"Yo tenía un chocolatal en Cali", dice Flora Esmila, una mujer de 72 años, "que me daba cuatro cosechas. Tenía plantados plátanos y naranjas. Vivía tranquila, pero un día me dijeron que en Chaguí de Cuaransangá, una vereda de Nariño, habían matado a mi hija. Cuando llegué ya estaba enterrada.

Fue por celos de un meleador que la requería para que se acostara con él y al negarse mi hija la denunció a los del monte como confidente de los militares y un día bajaron los del monte para matarla dejándola con cuatro niños. El marido está vivo, pero no hizo nada por miedo.

Los del monte me dijeron: ándate, échate a trotar, y me vine huida para Tumaco. Ahora cuido acá a mis cuatro nietas sin una ayudica, sin una platica de nada. El otro día, esta cama donde duermo con mis cuatro nietas se llenó de agua con la lluvia. No tengo a un hombre que me ponga una madera". (...)

Antonio Domingo tiene 30 años, nació en Buenaventura, vivió en la vereda de Boca de Satinga y hace dos años que está aquí con su mujer y dos hijos.

"Se llevaron a un compañero que era motosierrista, lo mataron y a los dos días apareció flotando en el río. Así mataron a otros también. Llegaron los Águilas Negras y se llevaron a otros y durante varios días el río fue bajando muertos. Mandaron desalojar a todo el barrio de San José Laturbe con 300 familias y se hicieron fuertes allí.

Me vine a Familias en Acción de Tumaco con mi mujer y mis dos hijos. Nosotros cultivábamos banano, yuca, papachina, mango, naranjas y cacao en un terreno de mi propiedad. Tuvimos que dejarlo todo.

Alrededor había campos de coca, pero nosotros no cultivábamos coca porque somos cristianos adventistas del séptimo día y la palabra de Dios dice que debemos darle el uso debido a lo que Él ha creado y que no debemos cultivar cosas ilícitas". (...)

"El Gobierno sólo llega hasta aquí a estropear a la gente. De pronto se presenta un avión fantasma, un avión negro, y comienza a bombardear la selva, y cada dos meses el Estado realiza un operativo con diez helicópteros que asustan a los niños, y detrás de los helicópteros llegan las avionetas y comienzan a fumigarlo todo.

Con el motivo de la coca, destruyen nuestros alimentos de pan coger, la yuca, el plátano, la caña. Después de la fumigación ya no se puede cultivar nada. Nosotros siempre hemos sido productores de coca. No pudimos controlar el mercado, pero gracias a la coca tenemos una casita, vemos la televisión y nuestra comida está fría en la nevera.

La coca es un arraigo entre nosotros. Culturalmente no se va a acabar porque el campesino es caprichoso. El hambre no admite socio. Pero a veces llega el ejército y produce violaciones, robos, y se nos lleva hasta los zapatos.

La guerrilla contraataca porque con el Gobierno no se puede hablar más que con un arma en la mano. De modo que la violencia no acabará nunca". (...)

Después cuenta doña Flor que llegó de profesora a la vereda de Azúcar y perdió a su marido, Segundo Vargas, hace nueve años en la playa donde nos embarcamos. Lo habían involucrado, pero no había hecho nada. Lo desaparecieron. "Llegan los paracos y si no tienes callos en las manos ya eres guerrillero, lo disfrazan a uno y le dan plomo, así fue con mi marido.

Doña Flor dejó de ser profesora para vivir de la coquita con sus siete hijos, pero ahora con la fumigación malvive vendiendo fritanguitas que prepara en casa. Los helicópteros se fueron con todo".

"A veces llega la guerrilla",
dice Dagoberto, "pero de ella no sufrimos violencia; si se llevan unas gallinas, las pagan; están con nosotros, viven con nosotros, se les sirve un café y se van, por aquí anda la columna de Daniel Aldaba, en caso de problemas se acude a ellos, que están en el monte. (...)

Tenemos un gobierno interno con normas para convivir. No se sirve alcohol a los menores, se cumple un horario de comercio y para caso de disputa o de pelea con puños hay un comité de conciliación, y si no hay avenencia se castiga al culpable a realizar 500 viajes por esta cuesta cargado con costales de diez paladas de arena y mientras sube y baja le da tiempo a meditar.

Aquí tenemos una organización de vigilancia. Sabemos quiénes son todos. Ustedes desde mitad de camino ya estaban vigilados. Les han dado permiso. Sólo queremos un acuerdo humanitario, que liberen a los que están en las montañas y tener un trabajo digno". (...)

El 26 de agosto sucedió una masacre. No se sabe quién fue, si la guerrilla o los paramilitares, o una banda que ganaba plata con el doble servicio, legales o ilegales, pero hubo doce muertos, entre ellos un niño de seis meses que quedó con dos tiros en la cabeza. Quedó con los ojos abiertos mirando uno a cada lado como queriendo saber quién era el asesino.

A una mujer embarazada la partieron en dos con una motosierra, le sacaron el feto y lo botaron. A doña Tulia, el ejército le mató al marido, don Gonzalo, que iba con ella, no era guerrillero, pero le dieron por muerto en combate. A Yurami, apenas una adolescente, con dos hijos, le mataron a sus cuatro hermanos.

A Sandra Viviana, de 21 años, le mataron al marido y la dejaron con dos hijos. Si les preguntas quiénes fueron, guardan silencio y se ponen a temblar cada una con su criatura en brazos. (...)

En medio de la selva, un campesino awa puede encontrarse con un grupo armado. Ante cualquiera de sus preguntas se siente perdido. ¿Has visto por aquí a los guerrilleros? ¿Has visto por aquí a los paracos? Tampoco le sirve el silencio.

De ambas partes recibirán la misma descarga de plomo. Su territorio lo necesitan la guerrilla, los colonos, los petroleros, los paramilitares, los capos de la droga. Pero ellos defienden el espíritu de sus mayores y luchan por no desaparecer. (...)

León Valencia, un ex guerrillero del EFN, fundador de Justicia y Paz, dirigente del movimiento Arco Iris, hijo del Mayo francés, de la teología de la liberación y del socialismo de Allende, se fue un día a las montañas, cuando tenía 16 años, porque en Medellín comenzaron a matar líderes cristianos que estaban de parte de los pobres.

Los curas empujaban a aquellos muchachos a la rebelión. En el monte los esquilmaron a tiros. Entre sus compañeros de ELN hubo 72 muertos. Abandonó el monte en 1994. Hoy trabaja por la reconciliación nacional, pero recibe amenazas todos los días por Internet, por carta, por teléfono y por mensajes por debajo de la puerta de su despacho. (...)

Alba Marina, de 40 años, es una líder del barrio. Lleva una Virgen Milagrosa estampada en la camiseta. Llegó aquí en 2001 desde Putumayo porque un día llegaron los de la guerrilla y, según dice, se llevaron a un hermano y al marido y los mataron, luego los dejaron botados en la plaza con dos niños de meses bajo el aguacero como si fueran marranos.

"Allí en nuestra tierra teníamos una vaca, ayudábamos al cura y sembrábamos coca. Yo era coquera, ¿por qué lo voy a negar? Gracias a eso pagaba las vacunas". Hoy en Ciudad Bolívar recibe amenazas de los paramilitares porque, con 2.500 desplazados, bajó a Bogotá y tomó el parque Tercer Milenio en señal de protesta por el abandono en que los tiene el Gobierno.

El hijo de la señora Orfilia García traía bestias para la guerrilla allá en Tulima. Ella dice: "Allí si a un guerrillero se le antoja acostarse contigo y te niegas, matan a tu marido por escarmiento. Yo me acosté con uno para salvar a mi hijo. Y si lo tienes como amante, tienes que quedarte o darles un hijo para la guerra, de lo contrario tienes que irte. A veces te obligan a acostarte con toda la cuadrilla".

A una mujer que se negó le mataron al marido con 14 tiros y lo tiraron al abismo de la quebrada. La señora Juzlary, de Río Blanco, no se negó a acostarse con un guerrillero. "Si mi marido supiera lo que tuve que hacer para que siguiera vivo... Un día comenzó a sospechar y me dijo: 'Ya sé por dónde va el agua', pero se ve que lo dio por bueno que me acostara con otro hombre con tal de vivir". (...)

En el barrio de Soacha viven algunas madres de los llamados falsos positivos. A los soldados del Ejército se les ofreció un premio en metálico por cada guerrillero que mataban. Sucedió que una cuadrilla de militares comenzó a arramblar jóvenes drogadictos, mendigos, enfermos y elementos llamados desechables extraídos de los bajos fondos, los raptaban, los metían en un camión, los vestían de guerrilleros, los mataban, pasaban al cobro y luego los enterraban en una fosa común en Ocaña.

Las madres de estos falsos positivos se han unido para rescatar la dignidad de sus hijos. Cuentan entre lágrimas historias patéticas que encogen el corazón. Adolescentes sacados de la cama con una promesa de trabajo, un disminuido mental raptado en plena calle, otros buscados entre los tugurios de lata y cartón. Dice Maria Julilerma: "Mi hijo Jaine Esteven, de 16 años, trabajaba en una buseta. Se fue a las once, no apareció a las seis de la tarde ni a las nueve. Un día me llamó desde Ocaña. Estoy bien, mamá. Lo mataron. ¿Dónde estará enterrado mi pobre chivito?"

. Estas madres reciben cada día amenazas de los paramilitares. Los Águilas Negras les mandan avisos escritos con letras mayúsculas: "A veces es mejor el silencio en caso de una desaparición, algo que ustedes no han podido entender de una buena vez por todas, tú eres la siguiente víctima, es mejor que calles todo lo que se ha dicho, tú ya sabes que estamos cerca de ti, así tú no entiendas y quieras jugar con nosotros. No es una amenaza, sino una advertencia. El pajarito vuelve al nido solo". (Manuel Vicent: Fuego cruzado en Colombia, El País Semanal, 21/12/2010, p. 46 ss.)

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