7/3/11

'Diamantes de sangre'

"En las minas freelance del Congo, Angola y Sierra Leona, los sueldos fijos son inexistentes. La comida, en el mejor de los casos, es gratis, pero los ingresos dependen exclusivamente del éxito de cada individuo en la tarea paciente e ingrata de buscar diamantes. Bucean por ellos en los ríos, cavan hondos agujeros en la tierra.

Muchos mueren, pero como la alternativa en muchos casos es morir de hambre, el riesgo parece valer la pena. Las imágenes de mineros casi desnudos, embarrados, desviviéndose por encontrar una piedra dura y brillante entre los millones que escudriñan, o que “lavan”, como ellos dicen, son infernales; las imágenes de la relativa riqueza de los compradores locales de diamantes, con sus trajes y sus coches de lujo, atrozmente ofensivas.

Que sólo es la versión en miniatura de la atroz discrepancia entre la calidad de vida de los mineros y los compradores de diamantes en Occidente, entre África y los países ricos en general.

Echar toda la culpa de los males africanos a los antiguos poderes coloniales es un reflejo anticuado y simplista. La culpa se comparte con los poderosos africanos. Se vio con especial claridad durante la era de los llamados diamantes de sangre (el nombre de una película de Hollywood sobre el tema), que tuvo su auge a finales de los años noventa y hoy parece haber desaparecido.

El término se refería a la práctica de movimientos rebeldes de financiar sus guerras, especialmente en Sierra Leona y Liberia, a través de la venta de diamantes extraídos, en condiciones de semiesclavitud, en los territorios bajo su control.

La participación hasta hace poco de ejércitos de varios países –Angola, Ruanda, Zimbabue– en la guerra del Congo se debió en buena medida a la abundancia de riqueza mineral de este país, que incluye diamantes, especialmente en la zona del sur de Mbuji-Mayi. Hoy la guerra se ha extendido a zonas donde no hay diamantes. (...)

La mala noticia es que existen todavía áreas grises de abuso no cubiertas por el término diamantes de sangre o por los monitores del grupo Kimberley. En vez de grupos armados dedicados a derrocar gobiernos, hay gobiernos o mafias locales culpables del mismo grado de explotación y violencia.

El caso más notorio en este preciso momento es el de Zimbabue, cuyo presidente, Robert Mugabe, no deja de expresar su desdén por la opinión internacional, manifestada en este caso por la agencia de derechos humanos Human Rights Watch y observadores del Proceso de Kimberley. (...)

El ejército de Mugabe mató a más de 200 personas durante la violenta captura de los campos de diamantes de Marange a finales del año pasado, según Human Rights Watch. Hoy, niños y adultos son sometidos a trabajos forzosos y a torturas, golpes e incluso violaciones en caso de no cooperar con los militares.

El dinero de la venta de los diamantes acaba en los bolsillos de los propios oficiales del ejército y de altos funcionarios del Gobierno de Mugabe. Contrabandistas transportan los diamantes a clientes occidentales o árabes en el vecino Mozambique. (...)

El caso de Zimbabue es el más descarado que se conoce en este momento, pero sólo es la expresión más burda de un fenómeno de descontrol total, en el mejor de los casos, o explotación y mafiosismo, en el peor, que se ve a lo largo del continente, como demuestran las fotos de Kadir van Lohuizen.

La ironía es que los afortunados hoy son los que trabajan para De Beers, empresa fundada por el magnate más voraz producido por el imperialismo británico en el siglo XIX, Cecil Rhodes. " (John Carlin: El diamante pierde brillo, El País Semanal, 21/02/2010, p. 64 ss.)

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