"Encontré a los hombres que mataron a mi hijo y me dijeron que ni
siquiera sabían a quién estaban matando”. El jeque Ahmad Badreddin
Hassoun, el Gran Muftí de Siria, está sentado en una silla de respaldo
recto, con un inmaculado turbante blanco sobre una cara angosta,
inteligente y muy atormentada.
Su hijo Sania era un estudiante de
segundo año de la Universidad de Alepo a quien mataron a tiros cuando
subía a su coche. “Fui a ver a los dos hombres en el tribunal y dijeron
que solo les habían dado el número de la patente del coche, que no
sabían a quién habían matado hasta que volvieron a su casa y vieron las
noticias en la televisión”.
Le pregunté por su reacción
ante la confesión de los hombres y el Gran Muftí se cubrió los ojos con
las manos y lloró. “Tenía solo 21 años, mi hijo más joven. Era el 10 de
octubre del año pasado. Trato de olvidar que está muerto. De hecho
siento como si Sania siguiera vivo.
Ese día debía comprometerse con su
futura esposa. Ella estudiaba medicina y él estaba en el departamento de
política y economía. ‘Sania’ en árabe significa ‘la cumbre’. Los dos
hombres dijeron que en total participaron 15 en la planificación de la
muerte de mi hijo.
Dijeron que les habían dicho que era un hombre muy
importante. Les dije: ‘os perdono’ y pedí al juez que los perdonara.
Pero dijo que eran culpables de otros 10 crímenes y que debían ser
juzgados”.
El jeque Hassoun alza un dedo. “Ese mismo día
recibí un mensaje por SMS. Decía: ‘No necesitamos su perdón’. Entonces
oí en uno de los canales de noticias que el líder de la banda había
dicho que ‘primero habrá que juzgar al Muftí.
Entonces que nos perdone’.
De modo que le envié un mensaje: ‘Nunca he matado a nadie y no tengo la
intención de matar pero me considero un puente de reconciliación. Un
Muftí debe ser un padre para todos. ¿Por qué entonces queréis matarme?’
“Todos
los hombres involucrados eran sirios, del campo de Alepo. Dijeron que
habían recibido la orden desde Turquía y Arabia Saudí, que a cada uno le
pagaron 50.000 libras sirias. Eso demuestra que el asesinato de mi hijo
no tuvo fue por doctrinas o creencias. Los dos hombres tenían solo 18 o
19 años”.
De modo que a cada uno le pagaron el
equivalente a 350 libras esterlinas; la vida de Sania tenía un valor
total de 700 libras esterlinas. “Tenía cinco hijos”, dijo el Muftí.
“Ahora tengo cuatro”.
El jeque Hassoun está, se podría
decir, aprobado por el gobierno –oró junto a Bacher el-Asad en una
mezquita en Damasco después de un aviso de bomba– y su familia, por no
hablar de él mismo, era un objetivo obvio de los rebeldes sirios.
Pero
su valor y su mensaje de reconciliación no pueden tener la culpa. En
cualquier nueva Siria que se alce de los escombros el jeque Hussein debe
estar presente, incluso si su presidente se ha ido. (...)
Y es verdad que el Muftí es un hombre secular, incluso fue
parlamentario en la Asamblea por Alepo. “Estoy dispuesto a ir a
cualquier parte del mundo a decir que la guerra no es un hecho sagrado”,
dice. “Y los que combaten en nombre de Jesús, Muhammad o Moisés
mienten. Los profetas vienen para dar vida, no muerte.”
“Hay
una historia de construcción de iglesias y mezquitas, pero construyamos
seres humanos. Terminemos con el lenguaje de la matanza. Si hubiéramos
gastado todos los fondos de la guerra para hacer la paz, ahora existiría
un paraíso. Es mi mensaje para mi Siria”.
No cabe duda de que es un hombre peligroso." (Robert Fisk, Znet/The Independent, Rebelión, 26/09/2013)
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