8/4/21

José Epita Mbomo. El electricista que saboteó a los nazis y salvó a sus amigos. Víctima y héroe en una Europa espeluznante. Un obrero corriente que ocultó una vida épica a su propia familia.

 "El guineano se formó como mecánico de aviones y se casó con una blanca en Murcia en 1936. En el exilio dirigió un grupo local de la Resistencia francesa, fue deportado a Neuengamme y sobrevivió a un bombardeo británico sobre barcos de prisioneros en el Báltico. Una investigadora de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona ha descubierto su paso por el campo de concentración. Esta es su biografía, reconstruida por EL PAÍS.

 José Epita Mbomo fue guineano, español y francés. Mecánico de aviones en los años en que de verdad se asaltaron los cielos. El primer negro que, en 1936, se casó con una blanca en Cartagena (quién sabe si en España). Un republicano derrotado que aprovechó su trabajo como electricista en Francia para sabotear redes e instalaciones de la Wehrmacht. 

Un deportado al campo de concentración de Neuengamme que ayudó a salvar, que la familia sepa, tres vidas. Un superviviente de la masacre del Cap Arcona, el barco alemán que los británicos bombardearon el 3 de mayo de 1945 como si allá dentro fuese el mismísimo Hitler en lugar de 4.500 presos agónicos evacuados de campos del Tercer Reich. 

Un hombre pudoroso que apenas compartió sus dos guerras con sus cinco hijos, que le interrogaban sobre el origen de las cicatrices de su espalda sin demasiadas respuestas. Un militante del comunismo cuando se vivía como una religión y que rompió el carné durante la invasión soviética de Checoslovaquia. Desde que abandonó la isla guineana de Corisco en 1927, asistió en fila privilegiada a lo mejor y lo peor del siglo XX. Víctima y héroe en una Europa espeluznante. Un obrero corriente que ocultó una vida épica a su propia familia.

 José Epita Mbomo nació el 15 de agosto de 1911 en Ibanamai, en la isla de Corisco, entonces parte de la colonia española de Guinea. Allí acude a la escuela que gestionan religiosos claretianos que castigaban a sus alumnos a arrodillarse sobre garbanzos, contaría años después a su hijo Andrés. 

Vive con su tía Esperanza. El 6 de enero de 1927 aterrizaron en la isla tres hidroaviones de la Patrulla Atlántida, una misión militar y científica que buscaba sacar pecho en la carrera de los cielos y recoger información para cartografiar la costa occidental africana. La exitosa expedición regresa con dos adolescentes guineanos a bordo de los barcos de apoyo: José Epita Mbomo y José Friman Mata.

 Ambos se emplearán en la base de Los Alcázares (Murcia) y tendrán biografías en paralelo hasta 1939. Friman se reintegrará al taller militar murciano. Epita Mbomo se refugia en Francia y empezará otra guerra. Años después, en 1956, interrogan a Friman sobre su antiguo compatriota en un proceso puesto en marcha por la dictadura para escudriñar en sus antecedentes. Le perdió la pista en el exilio, contó.

 Un paréntesis sobre la Patrulla Atlántida. El siglo XX se estrenó con la fiebre del cielo. Los aeroplanos se convirtieron en el arma del futuro. Las guerras los desarrollaron a toda mecha: el primer bombardeo español (artefactos alemanes de 10 kilos arrojados sobre el poblado de Ben-Karrik en el norte de África) fue en 1913, una década después del primer vuelo a motor. 

Los países rivalizaban por volar más horas y más lejos. Una de las aventuras españolas que tendrá más eco exterior es el raid de tres hidroaviones Dornier Wal desde Melilla hasta Guinea (más de 15.000 kilómetros ida y vuelta en 121 horas y 25 minutos). Su jefe, el comandante Rafael Llorente Sola, recibió por ello el trofeo Harmon de la Liga Internacional de Aviadores, el mismo año que también se premió a Charles Lindberg por su solitaria travesía aérea de EE UU a Francia.

 En el Archivo Histórico del Ejército del Aire, consultado por EL PAÍS, se conservan unas 800 fotos tomadas por la Patrulla Atlántida y el informe redactado por Llorente en 1944: “La mayor parte de los territorios a recorrer no habían sido volados por nadie, por consiguiente no había que contar con aeródromos ni bases de aprovisionamiento o talleres de reparación y se hizo preciso situar en los puntos de etapa bidones con la gasolina necesaria y unos motores de repuesto en Canarias, Monrovia y Fernando Poo”.

 Apadrinados por el comandante Llorente, los guineanos se integran en el taller de la base aérea de Los Alcázares. Epita, desde el 4 de abril de 1927, según el Diario Oficial del Ministerio de la Defensa Nacional del 28 de octubre de 1938, donde figura su ascenso como asimilado a teniente. En ese antiguo pueblo de pescadores transformado con la llegada de los aviadores, Epita y Friman se convierten en delanteros del Club Deportivo Alcázares. Hay referencias a ambos en crónicas de periódicos como La Verdad o El Liberal en 1932 y 1933, localizadas por Javier Castillo, director del Archivo General de la Región de Murcia.

 Antes de que la guerra dinamitase la felicidad, Epita estrenó 1936 a lo grande. El 1 de enero se casa, como siempre había soñado, con una mujer blanca: Cristina Sáez, una cartagenera brava que desafía la hostilidad ambiental por su relación con un negro. La expectación por el enlace fue tal que la prensa madrileña envió periodistas a entrevistar a la pareja. Estampa publicó un reportaje de Javier Sánchez-Ocaña que merece ser leído de principio a fin. Aquí, un par de párrafos:

“-¿Se oponía su familia al noviazgo?

-No, mi familia no se mezcló jamás en nada. Desde el primer momento mi madre me dijo: ‘Tú verás lo que haces, hija. Tú eres la que has de vivir con él. Si te casas, piénsalo bien…´ Mi hermano tampoco se opuso nunca. Era muy amigo de Pepe y le apreciaba mucho. Pero, en cambio, las amigas y los parientes lejanos no me dejaban vivir. A todas horas estaba escuchando lo mismo: “¡Huy, Dios mío, casarse con un negro! ¡Pero si te sobran los pretendientes blancos, muchacha! ¿Y no te dará miedo, por las noches, cuando estéis a oscuras?”.

 En ese artículo José Epita viste el uniforme laboral de la base y Cristina Sáez un quimono que le da un toque de modernidad más propio de Los Ángeles que de Los Alcázares. O tal vez esa modernidad era la atmósfera de la época antes de ser arrasada por las bombas.

La pareja se había conocido en 1934 durante un baile de Carnaval en el casino del barrio de San Antón, donde la entrada de Epita conmocionó. “¡Un negro, un negro! ¡Ha entrado un negro en el baile! La orquesta cesó de tocar y las buenas madres de familia llamaron enérgicamente a su lado a las muchachas, que corrían alocadamente por el salón”, revivía Cristina Sáez dos años después. “Parecía que se lo iban a comer y yo me indigné al ver aquellos aspavientos. 

‘¡Qué gente más salvaje!’, les dije a mis amigas. ‘¿Qué tendrá de particular un negro?’. ‘Huy, yo no bailaría con él’, dijo una de ellas. ‘Ni yo’, añadió otra. ‘¿Y tú, bailarías con él?’, me preguntó mi hermano. ‘Yo, sí’, le contesté. Entonces mi hermano, que ya le conocía, le llamó para presentármelo: ‘Mira, Pepito, esta es mi hermana Cristina. Puedes bailar con ella…”.

Y bailaron y se hicieron novios y los jóvenes del barrio agredieron a Epita por salir con una blanca y las amigas afearon a Sáez por salir con un negro y rompieron y ella se fue a Madrid y él fue a buscarla y decidieron casarse. Una historia de amor, vaya. Cuando se casan en Cartagena, una muchedumbre les aguarda a la salida de la iglesia del Sagrado Corazón. Son el comandante Rafael Llorente y su esposa María Teresa Flores quienes firman las invitaciones para la boda de su “ahijado” José Epita.

 Faltaba poco para el golpe de Estado. “El aeródromo de Los Alcázares se mantuvo fiel a la República, que había creado allí una escuela de formación de pilotos. Era una base con un ambiente muy progresista, a diferencia de la de San Javier, que pertenecía a la Marina y donde casi todos los oficiales se sublevaron. El 19 de julio de 1936 los mandos y tropas de Los Alcázares tomaron la base de San Javier”, explica Javier Castillo, coautor de la obra Los Alcázares en blanco y negro (2006) junto a Juan Francisco Benedicto Martínez, y que prepara una exposición en el Archivo General de la Región sobre los 400 deportados murcianos a campos nazis.

En enero de 1939 Cristina Sáez, sus dos hijos y su madre, María Contreras, viajan de Los Alcázares a Cataluña en el taxi de su hermano. Han perdido la guerra y la familia organiza la evacuación a Francia. Se alojan unos días en la casa de Elvira Sagrera, una solidaria mujer de Banyoles (Girona), que lamentará por carta en mayo el desencuentro familiar: “El 29 de enero vino Pepe, que se disgustó mucho porque se habían marchado (...) Los nacionales debían estar muy cerca. Durante su permanencia hizo diligencias para averiguar su paradero y le dijeron que estaban en un hospital o en un asilo en Francia”.

 Epita cruza a Francia el 6 de febrero de 1939. Su hija Esperanza descubrió la fecha en una libreta donde su padre anotaba asuntos laborales. Hace una semana decidió examinarla de nuevo y encontró lo que siempre había estado ahí y no había visto: las idas y venidas de su padre por campos de internamiento franceses (Saint-Cyprien, Argelès-sur-Mer, Gurs, Septfonds…) durante diez meses de 1939.

El 6 de diciembre se incorpora a una empresa de Burdeos. Otra guerra se echaba encima y la especialización del español debía de ser apreciada. En algún momento la familia se reagrupa. “No sabemos cuándo se junta de nuevo con mi madre”, señala Esperanza Mbomo. No debió ser fácil a pesar de que ambos pasan por los mismos campos y duermen sobre la arena de Argelès-sur-Mer.

La familia se instala en Mérignac, en el departamento de la Gironda. Epita trabaja de electricista para una compañía contratada por la base aérea de la localidad. En 1942 se suma a un grupo mixto de la Resistencia conocido como Francotiradores y Partisanos Franceses del Sur/Guerrilleros Españoles. Ese año vuelan un garaje de las tropas motorizadas alemanas en Burdeos y destruyen el cable subterráneo que unía el aeropuerto de Mérignac con las unidades de la Wehrmacht de la costa atlántica. 

“No puedo asegurarlo, pero es probable que él haya participado en todo eso”, señala su nieto, Yván Mbomo, que en esta revisión del legado de su abuelo está descubriendo a un comunista de convicciones tan firmes que antepone la lucha por sus ideas a la protección de su vida y la de su familia. El 1 de abril de 1942 el electricista español se convierte en el jefe del grupo local de la Resistencia, a las órdenes de Julian Comme, que años después certifica que Epita participó en actos de sabotaje y propaganda con “disciplina y amor para liberar Francia”.

El 28 de marzo de 1944, cuando ya había nacido su tercer hijo, le detiene la policía francesa.

 

Le deportan con otros 200 españoles al campo de concentración de Neuengamme, al sur de Hamburgo, donde ingresa el 24 de mayo de 1944. Es el preso 31.635. “Fue deportado por motivos políticos, no raciales”, destaca Alicia Pérez Comesaña, la investigadora de la Universitat Rovira i Virgili (URV) de Tarragona que descubrió su paso por el campo gracias al convenio con los Archivos Arolsen de Alemania, que le permite el acceso a una gran base de datos de víctimas del nazismo. “Hasta ahora se conocían siete presos de raza negra en Neuengamme, todos miembros de la Resistencia contra los alemanes. Ahora sabemos que, al menos, eran ocho”.

 A pesar de que las SS destruyeron casi toda la documentación sobre los 100.000 internados en el complejo, está saliendo a la luz nueva información. “Por Neuengamme pasaron más de 500 españoles. Además de José Epita, desde la URV hemos identificado a otros deportados españoles hasta ahora desconocidos”, afirma.

Tanto Alicia Pérez Comesaña como el historiador Antonio Muñoz Sánchez, que investiga sobre los trabajadores forzados españoles del Tercer Reich, consideran que su oficio pudo contribuir a su supervivencia. “Mientras que muchos de sus compañeros españoles fueron asignados a comandos repartidos por todo el norte de Alemania para realizar tareas durísimas y agotadoras, Epita se quedó en Neuengamme y trabajó con toda probabilidad en una de las empresas de armamento que allí se instalaron, y donde los trabajadores especializados eran muy apreciados y tratados con menor dureza”, apunta la investigadora. 

“El hecho de ser negro”, puntualiza Antonio Muñoz, “pudo incluso jugar a su favor. En su racismo alocado, los nazis veían a los escasísimos deportados de origen africano como seres exóticos, y por ejemplo los ponían a trabajar de camareros.”

Y eso ocurrió con Epita, que se desempeñaba como mecánico (o electricista) de día y camarero de noche. “Ahí podía coger restos de comida, pan podrido, patatas y cosas así para sus compañeros”, relata Esperanza Mbomo. Su hermano Andrés recibió testimonios que lo corroboraban: “He conocido a tres de sus amigos del campo que, por separado, me contaron lo mismo. ‘Tienes un padre extraordinario, si él no nos hubiera dado comida cada día, ahora estaríamos muertos”. 

A veces el menú de supervivencia incluía ratas, según rememora Rafael Mbomo, otro de sus hijos. El meticuloso obrero salva la vida en una ocasión porque demuestra que no es el autor de piezas defectuosas, ya que firmaba las que producía con sus iniciales. Una de las pocas historias de Neuengamme que él mismo contó a la familia.

Puede que José Epita caminase en una marcha de la muerte o viajase en un hacinado vagón de mercancías desde Neuengamme hasta Lübeck (unos 70 kilómetros) cuando los nazis vacían el campo a finales de abril de 1945. Le internan en el Cap Arcona, un crucero alemán de lujo reconvertido en prisión flotante que en 1942 albergó el rodaje de una película en versión nacionalsocialista sobre el Titanic. Visto el final del crucero, un sarcasmo histórico.

 “Para los prisioneros, hacinados en las bodegas, no había ninguna clase de víveres, ni retretes, ni agua. Cuando las SS abrían las escotillas bajaban ollas grandes de sopa, pero no había tazones ni cucharas y gran parte de la comida caía al suelo de la bodega, mezclándose con los excrementos que se incrementaban con rapidez”, relata el historiador Richard J. Evans en El Tercer Reich en guerra (Península).

 El 3 de mayo de 1945, la escuadrilla 263 de la RAF lo bombardea junto a otros navíos fondeados en la bahía báltica y causa una de las mayores tragedias marítimas de la historia. El barco se incendia. Las SS habían retirado el material salvavidas y cortado las mangueras contraincendios. En el agua los náufragos luchaban a muerte (literalmente) por algo a lo que aferrarse para acabar pereciendo igualmente a causa de las heridas, la hipotermia o simplemente por agotamiento”, escribió el capitán del Ejército del Aire Rafael Morales en un artículo dedicado al hecho en la Revista General de la Marina

“Se ha dicho que la RAF ocultó a sus pilotos durante décadas la verdad sobre la naturaleza real de los objetivos hundidos y la identidad de las víctimas, y debe de ser cierto, porque en la historia oficial británica no se mencionan estos extremos”, añadía en el artículo. Tampoco en obras canónicas como La Segunda Guerra Mundial (Pasado & Presente), de Antony Beevor, o ensayos más especializados como Combate moral (Taurus), de Michael Burleigh, se refleja el fatal error de la RAF, que han escudriñado más las historiografías alemana y francesa.

De los 4.500 presos del Cap Arcona solo sobreviven 350. Uno de ellos fue José Epita Mbomo.

 A su familia le contó que se salvó porque sabía nadar. Y apenas contó más, ni del barco, ni del campo, ni de la Resistencia ni de la Guerra Civil porque fue siempre un hombre comedido. Siguió la pauta de otros supervivientes de catástrofes históricas, que envolvieron en silencio sus traumas. “Mi padre era un hombre callado que no decía nada sobre esas cosas que hoy podemos ver en documentos”, sostiene Andrés Mbomo.

Epita hizo lo que tenía que hacer, incluido sabotear a los alemanes o salvar la vida de sus amigos en el campo de concentración, sin vanagloriarse de las cosas buenas ni recrearse en las malas.

Acabada la guerra regresó a Mérignac con Cristina Sáez y sus hijos. Trabajó hasta su muerte en la empresa de electricidad Forclum. En 1956 la Dirección General de Seguridad de la dictadura pide informes sobre sus antecedentes: “Por interesarlo la Dirección General de Marruecos y Colonias, ruego a V. I. ordene me sean facilitados cuantos antecedentes y datos consten en esa sección referentes a JOSÉ MBOMO, hijo de José y Catalina Buambuha, tribu benga”, se lee en el expediente que se conserva en el Archivo Histórico del Ejército del Aire consultado por EL PAÍS. 

La fecha, según su nieto Yván Mbomo, coincide con el momento en que se tramita el cambio de nacionalidad y apellido de la familia (de Epita a Mbomo) ante la administración francesa. “En ese momento mis abuelos quieren evitar que sus hijos mayores, que habían nacido en España, tuviesen que cumplir el servicio militar o ser declarados desertores”, señala.

 En 1968 rompió el carné comunista mientras veía en televisión a los tanques soviéticos aplastando la Primavera de Praga. Al año siguiente regresó por primera vez a España. Pasó agosto junto a su mujer en Cartagena. Se reencontró con amigos, se conmovió. A la vuelta a Francia le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin. Falleció el 19 de diciembre de 1969 en un hospital en Burdeos. La República francesa le concedió honores póstumos como resistente en 1975. Cuando su hija Esperanza le preguntó por las cicatrices de la espalda, Epita no aclaró su origen. Aunque dijo algo:

“No debemos olvidar jamás, pero perdonar, sí. Yo he perdonado”.            (Tereixa Constenla, El País, 21/02/21)

No hay comentarios: