Regresó a Alemania hace 35 años, "sin haber olvidado nada" e "intentando no pensar en los seis millones". El Holocausto es "un suceso clave" en su vida y en sus libros. En su primera novela, el protagonista es un paria del gueto de Mogilev-Podolsk. "Yo no lo tuve tan mal, teníamos un salvoconducto que nos protegió de las deportaciones al Este". En la Ucrania ocupada, al otro lado del río Bug, esperaba la SS, que asesinaba a todos los judíos. Es común entre los supervivientes "un sentimiento de culpa impreciso, porque uno ha salido de allí y tantos otros no". Celan, Levi y Améry se suicidaron. Hilsenrath vuelve a reír: "Yo no me he suicidado, como es obvio: muy al contrario, se me desarrolló el sentido del humor". (...)
Cuando fantasea con regresar a Alemania, a Bronsky lo recibe un tipo con pinta de nazi y secretario general de Culpa y expiación (así tradujeron al alemán Crimen y castigo). Le dan dinero, chicas y una vivienda. Es una parodia de la hipocresía de la posguerra alemana, "porque no hay expiación posible, ni siquiera castigo adecuado para el Holocausto". ¿Y cuando Angela Merkel va a Yad Vashem? El "no" de Hilsenrath es rotundo: "Creo que Merkel es sincera, como su generación".Hilsenrath regresó "por el idioma". En su novela Última estación: Berlín, el protagonista vuelve con el plan de matar a un compañero que lo maltrató en la escuela por judío. Se encuentra con un hombre amable, socialdemócrata y socio de Amnistía Internacional. Su odio se disipa. "Aquel niño existió, pero yo no fui a matarlo; vive cerca de Halle. Yo ya no tengo afán de venganza". ¿Desde cuándo? "Hará dos años". (Edgar Hilsenrath: El judío que se salvó con la risa. El País, ed. Galicia, cultura, 28/02/2010, p. 47)
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