9/4/10

La emigración española... a Venezuela...

Por José Luis Morales
Emigración clandestina

Parece que la sociedad española carece de memoria, olvidando etapas muy cercanas cuando emigrar era la única salida para huir del hambre, la muerte, persecuciones de terratenientes y caciques, y de la sangrienta represión franquista. Conclusiones de encuestas recientes ponen los pelos de punta al más insesible de los mortales. Ahora que las pateras continúan llegando a las costas canarias o al litoral andaluz procedentes del llamado ‘cuerno' de África, sobre todo, será conveniente recordar que más de tres millones de españoles, datos estadísticos oficiales, habían emigrado clandestinamente en patera buscando ‘el paraíso' que no verían nunca, en especial a países latinoamericanos, como bien sabe mi fraternal Juan Martín Guerra, al que su familia y amigos llamamos cariñosamente Juanele.

La historia oficial afirma que "eran nuevos aventureros e, incluso, reencarnados colonizadores". La historia miente siempre; pues los emigrantes clandestinos españoles (‘ilegales' o ‘sin papeles', infames e intolerables términos que han acuñado ahora) eran campesinos que huían del hambre, gente sin "posibles" o personas sin perspectivas para "sacar adelante" a su familia, siervos, braceros o aparceros pobres nacidos en comarcas y pueblos españoles donde habían nacido. También perseguidos políticos que, desde las costas gallegas, andaluzas o canarias iniciaban el viaje ‘ilegal' huyendo del terrible acoso al ‘rojo' antes, durante o después de la Guerra Civil española y de la represión implacable contra quienes no mostraran y demostraran su adhesión al ‘nuevo régimen' surgido del golpe de Estado militar del 18 de julio de 1936. Aunque el republicano que puede, va a Francia en la mayoría de casos, también es notable la cifra de este colectivo que arribó a México, Argentina y Uruguay. Todos al fin, intentando ahuyentar la muerte y la persecución, ya fuese de la maquinaria dictadura asesina, ya el látigo de terratenientes y señoritos que explotan secularmente a su familia, aunque los que escapaban por motivos económicos integran el grupo más notable y numeroso. Otros huían por sinrazones propias para escapar de jueces encarnizados por ‘ajustar sus cuentas' con amos, capataces y caciques. Algunos para ‘perder de vista' al marido o la esposa (hubo de todo) o para despejar de sus existencias el miedo social que imponían ricos y poderosos. Quizá por razones que ni ellos saben explicar a sus familias y allegados, quizás aventurándose para salir de sus crueles rutinas infernales que padecen sus parientes, soportadas porque ‘así ha sido siempre y ésta es la voluntad del cielo'. Todos tratando de ‘mejorar sus condiciones de vida' en tareas que puedan redimirlos con toda su familia. Venezuela, Cuba, Argentina, México y Uruguay, sobre todo, eran sus paradisíacos destinos. En la larga travesía perecen muchos ‘ilegales' españoles, gente ‘sin papeles'.

Miles, ahogados, otros, perdidos en alta mar mientras su chalupa, balsa o patera en la que estaban hacinados iba hundiéndose por embates terribles y acometidas impetuosas del faraónico oleaje, o sencillamente porque morían de sed o de hambre. A bordo de barcos para el desguace, veleros, barquitos de mala muerte o balsas, en pateras españolas vivían meses de angustia y demasiadas jornadas de tragedia. Motines en mitad del Atlántico, tormentas, naufragios, asesinatos, canibalismo y hasta trata de blancas. Muchos de los que lograron llegar a tierra, acabaron en la cárcel. Otros, en trabajos forzados de la selva. Algunos fueron repatriados por motivos políticos, acabando su vida en las excavaciones de los túneles del tristemente famoso Valle de los Caídos, el túnel del Guadarrama, etcétera. Detrás de esta tragedia había intermediarios de los grandes traficantes, encargados de vender barquichuelos, barcos pesqueros y veleritos para desguazar. Luego, aquellos intermediarios denunciaban a los "emigrantes clandestinos" como "personas desaparecidas". Los grandes beneficiados de la emigración clandestina española eran altos prebostes del franquismo, destacando de manera especial Blas Pérez, ministro de Gobernación del tercer Ejecutivo franquista después de la Guerra Civil española. Como en los tiempos de la esclavitud. Uno de los capítulos más desconocidos, e intencionadamente mutilado por los comisarios de la historia contemporánea de nuestro país, es el relacionado con la emigración clandestina. Esta movilidad demográfica y social tuvo diferentes momentos y características en los casi cien años que van de 1865 a 1960. Pero a pesar de su gigantesca importancia, la historia oficial aún sigue ignorándolo. Esa migración clandestina ha sido, en algún momento, más importante que la migración legal auspiciada por la dictadura franquista, que trató así de enjugar sus propias crisis.

"Yo trabajaba trayendo cachelos y grelos de estraperlo, desde Portugal a Pontevedra", nos decía Juan Fariñas, pasajero de un ‘barco fantasma' como llamaban a cualquier navío clandestino que cruzara el Atlántico con destino a Cuba, Venezuela o cualquier país caribeño o latinoamericano. Fariñas tiene ya noventa y dos años y reside en Venezuela, donde nos habla de sus pericipecias para alcanzar sus costas. "Hasta que me detuvo la Guardia Civil. Cuando salí de la cárcel, un amigo de mi pueblo, al que llamábamos ‘el Gago', me dijo que si quería irme a Venezuela. Lo intenté dos veces, sin cuartos, metiéndome de polizón, y dos veces más me volvió a detener la Guardia Civil. Me dieron palizas para matarme. Hasta que llegó la hora. Tuvimos que pagar diez mil pesetas cada uno para comprar un barquito de nada. Era mucho dinero hace más de sesenta años".

La derrota republicana trajo consigo un buen volumen de la forzada emigración. Incluso así, fueron siempre más importantes los desplazamientos masivos por motivos económicos que por razones políticas. "En aquel tiempo de racionamiento, lo único que se conseguía gratis era la información sobre barcos clandestinos. Había un hambre terrible. Toda España era pobre, pero más pobres eran, y siguen siendo, gallegos, asturianos, canarios, extremeños y andaluces", manifestaba con vehemencia Alfonso Rivas en su casa de Caracas. "Como en aquellos momentos se hablaba de los veleros que iban a Venezuela, para vivir tan amargado y con la muerte en vida, decidí que me venía para estas tierras. Un prestamista me dejó cinco mil pesetas con la condición de devolverle diez mil en un año". Todo lo que sabíamos algunos, dice Juan Fariñas, es que el agua era salada. Salimos camino de África y, cuando llegamos a Dakar, nos enfilaron hacia América. Las velas eran lonas que compramos y que llegaron deshechas. Tardamos ciento diez días justos en llegar. "Yo vine clandestinamente en el velero Elcira con muchos canarios y con varios gallegos.

Tres veces me habían cogido por chivatazo", nos comentaba Juan Fariñas, residente en la localidad venezolana de Guarena, "pero al fin pude burlarlos. Nos paseábamos por los muelles, disimulando, a través de unos astilleros que había cerca; cuando nadie nos veía, saltábamos a una falúa, en la que nos esperaban los traficantes, tapándonos con la lona que tenían. Nos llevan hasta alta mar, donde nos esperaba el barco". El primer período de las emigraciones clandestinas llega hasta los años cincuenta aproximadamente. Es el período de viajes al exilio de perseguidos políticos. En paralelo a esos viajes, se produce otra modalidad de migración ilegal hacia Latinoamérica. La de los polizones en barcos trasatlánticos, y especialmente italianos. En ese período confluyeron también, además de los perseguidos políticos, personas que emigraban por su precaria situación económica, por problemas familiares o para evitar el servicio militar obligatorio en el Ejército franquista.

Desde 1950, la emigración clandestina, en vez de disminuir, supera en mucho la de la etapa anterior. El principal motivo es el elevado coste de la emigración legal. "Un tal Mauro Llinares, dedicado a organizar viajes piratas", dijo Alfonso Rivas, "porque alguno que quiso salir legalmente, nunca lograba los cuartos suficientes. Mauro Llinares nos engañó y se escapó con el dinero. Pero lo trincamos. Entonces él pudo robar un barco. Aquel velerillo era un desastre y, allí, en el cascarón, viajamos ciento y pico personas, entre hombres y mujeres. ¡Para qué contárselo!". "Las mafias de los traficantes eran las que más se beneficiaban de la situación", asegura el prestigioso historiador José Trujillo Trancado. "Ésta es parte de la Memoria Histórica, ahora que tanto hablan de ella, que debemos recomponer.

Aquellos mafiosos contaban con la complicidad de aduaneros, guardias civiles, funcionarios y policías que ontendrían buenas comisiones. La corrupción no es exclusiva de la etapa franquista. Los que están son iguales que aquéllos. Tenga usted en cuenta que uno de los mayores beneficiarios de aquellas mafias sería Blas Pérez, nacido en Canarias, quien reclamó la extradición de los que no pagaban; a Juan Santana, uno de esos, lo fusilaron a los tres días de que el Gobierno de Marcos Pérez Jiménez, el dictador venezolano, lo devolviera. Otros, como Perfecto Froufe, Marino Olivares y José Uría, asturiano éste, estuvieron trabajando en el Valle de los Caídos y allí mueres; según tengo entendido, en uno de tantos derrumbamientos que hubo en esa monstruosidad franquista".

Dos protegidos intermediarios de Blas Pérez, ministro de Gobernación franquista, eran Blas Mendoza y Matías Aguiar, falangistas, somatenes y destacados dirigentes de la Guardia de Franco. Cerca del cincuenta, organizaban en Galicia, vía Canarias, viajes piratas a Venezuela. Los organizaban dos gallegos, hermanos Faudre Rouco, que luego se casaron con dos hermanas ricas de los consignatarios de la empresa italiana Sorrento, un tal Blas Mendoza, más conocido como Barrabás, zapatero, y Matías Aguiar, isleños los últimos. Cobraban buena cantidad de dinero antes del embarque. Citaban a los que iban a embarcar, una noche determinada, los metían en una lancha y, cuando estaban un poco alejados de la costa, los mataban a hachazos. Los amarraban con una piedra y los tiraban al mar. Hasta que uno flotó. El que apareció muerto era el hijo del alcalde Juan García Mateo, que estaba haciendo el servicio militar. Es cuando descubren los asesinatos. A Blas Mendoza lo condenaron a muerte y lo ejecutaron. Matías Aguiar murió en la cárcel, porque cuando le dieron la libertad no se atrevió a salir y allí se quedó trabajando. Blas Pérez no hizo nada, aunque él se llevó buenos réditos del negocio que amparaba y encubría. "Los dos hermanos gallegos lograron escapar, y después reaparecen en A Coruña, donde vivían hasta hace poco años como unas personas honorables".

Algunos campesinos emigran sin entregar dinero, pero tenían que llevar papas (patatas), cochinos (cerdos) o cabras. Cuando estaba todo dispuesto, el dueño del barco despachaba una ruta y, en alta mar ya, fuera de control, el barquillo cambiaba el rumbo y se acercaba de noche al lugar de la costa convenido de antemano, donde embarcan víveres y pasajeros. Las desgracias de la emigración clandestina son incontables. A los barcos que desaparecieron, hay que sumar todos los muertos por el camino, los que se mataron en peleas en mitad del Océano, y los que se tiraron al agua al volverse locos, explicó Juan Fariñas, "nunca puedes quitarlo de tu cabeza". Unos ovetenses estuvieron tres meses navegando con una barquilla de mala muerte que robaron. Tienen que tirar tres muertos al mar y, cuando encuentran tierra, creen que es América, pero los estaba esperando la Guardia Civil. Habían estado tres meses dando vueltas al mismo sitio sin enterarse, pues no sabían absolutamente nada de los barcos ni de navegación. Los preparativos para viajar solían durar varios meses. Cuando lo tenían todo listo y dispuesto, llegaba el momento más temido. Es decir, la hora de embarcar. Lo que pasara después, nadie lo podía saber. A pesar de las precauciones que tomaban, podría aparecer la Guardia Civil y suspender las tareas del viaje. "Aquello es peor que el infierno, pero detrás quedaban el hambre y los sufrimientos", escribía Juan Fariñas en sus Memorias, publicada por él mismo; "y así un día y otro día, y otro y otro, y todos desesperados. El problema que teníamos era el agua. A mí me sorprendieron una noche, durante la travesía, cogiendo agua para mi cuñado, que se moría de sed, y me dejaron dos días sin beber. Por la noche, apresábamos peces voladores en bandadas y nos los comíamos".

Emigrar o morir

Los tripulantes clandestinos del velero ‘América' son sorprendidos en el momento en que embarcan a la altura de Eras de Fasnia, en Tenerife, por la pareja de la Guardia Civil que le da el alto, delatados por un chivato. Bajo el fuego de fusilería, aquellos ‘sin papeles' españoles tienen que abandonar buena parte de lo que estaban embarcando. Llegaron a nado al barco, para alejarse de la costa a toda vela. Otro tropiezo con la Guardia Civil, uno de los más pintorescos, tuvo lugar con emigrantes clandestinos procedentes de varias regiones (seis gallegos, dos asturianos, tres canarios y un leonés) en el motovelero Arroyo. A punto de zarpar, se presentan dos guardias civiles a bordo. Sospechan que no se dirigen a faenar al banco pesquero, como alegaban y ya disponen a registrar el barquito; entonces, de pronto, se ven encañonados de inmediato por los tripulantes. Les quitan los uniformes y los atan a unas pesas para arrojarlos al mar. Con los guardias civiles a bordo, partieron a Venezuela. Los dos emigrantes forzados se quedan en el país caribeño. Uno de éstos, ya enriquecido, murió hace treinta años.

El otro, Juan Manuel Sousa, es un poderoso industrial caraqueño. En el ‘Cumbre II', cuando llevaban treinta días navegando, sin agua ni alimentos, se produjo el estallido infernal. Como dice un superviviente, Juan Cruz Ramírez, pelean todos contra todos. De los dieciocho que son, tres mueren y todos salen heridos. Los tres cadáveres los arrojan al mar, menos el de Santiago Romero, al que se van comiendo los días del tiempo que tardan en llegar al delta del Orinoco. En el mar pasan días, semanas y meses como encarcelados entre murallas de agua, viendo cada jornada aquellos mismos rostros angustiados, llegando en ocasiones a la desesperación más dolorosa que no puede nadie imaginar. Los entretenimientos durante la travesía son pocos. En el ‘Nuevo Adán' sobraban piojos. Contando con eso, los ‘clandestinos' convierten parte de cubierta en auténtico hipódromo, haciendo apuestas en sus insólitas carreras de parásitos. La mayoría de ‘barcos fantasmas' tendrían como meta el puerto de La Guaira, en Venezuela. Pero muchos de aquellos barquichuelos arriban a las costas de Brasil, Panamá, México o Cuba. Otros acaban en La Guayana, y alguno dan con la quilla en tierras argentinas.

La mayoría de emigrantes ilegales que llegaba a Venezuela, conocerá muchas de sus cárceles y campos de concentración. Unos van a parar a las islas Orchilla y Guasina; otros al establecimiento penitenciario que irónicamente se llama Eldorado, así como a Puerto Cabello. En alguna ocasión, la policía del país impide que entren barcos clandestinos, remolcándolos mar adentro, condenando a muerte a sus desesperados pasajeros. Huir de las ‘Colonias Móviles de Eldorado' era prácticamente imposible. Se trata de una isla situada en medio del cauce del Orinoco, a la que cierra una espesa selva, casi imposible de atravesar por el interior.

Fugas y supervivencia

Se conocieron varias fugas. En una, de los tres escapados, solamente sobrevive uno. El primero que murió, es asesinado por sus compañeros para ‘alimentarse'. Al segundo lo mató un tigre. Juan Andrés Romero, el tercero, vive en Maracaibo a sus ochenta y siete años, aunque sin olvidar un solo detalle de esa etapa de su vida. "Nos detuvo un barco de la Fuerza Naval", dice Francisco Azcona, "en la misma entrada del Orinoco. Nos llevan primero al Centro Penitenciario que hay Carupano y, desde allí, a Curacoa, cerca de Eldorado. Era un infierno. Algunos mueren por las picaduras de insectos o por agotamiento. Un asturiano que vio emigrado, era el capataz. Nos explotó más que nadie, siempre con consentimiento del Gobierno venezolano. Eran peores los empresarios españoles, muchos de los cuales llegaron clandestinamente, como nosotros, y se hicieron ricos aquí". Ya en tierra, empezaba una nueva etapa de la aventura. El oro no estaba en el suelo y los trabajos no eran precisamente maravillosos. Los que tenían la promesa de algún paisano, se llevaban el chasco cuando éste los enviaba a colonizar en medio de la selva.

"Los que tenían suerte, podían trabajar en la construcción o acarreando sacos en el Mercado de Coches, en Caracas, o haciendo lo que los demás no querían hacer. Algunos se enriquecieron, explotando a sus propios compatriotas, como la mayoría de los socios de la Casa de España en Venezuela, que habiendo emigrado o eran contrabandistas, continúan siendo auténticos negreros hasta para sus propios compañeros". (Comunistas Uruguayos de España, 08/04/2010)

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