"(...) PREGUNTA. Hay un momento en ‘Patria’ en el que
Joxian se encuentra con el amenazado y luego asesinado Txato, que hasta
entonces ha sido su mejor amigo. Le explica que desde que han aparecido
las pintadas contra él en el pueblo ya no puede saludarle porque “le
traería problemas”, pero que le saludará con el pensamiento. Y el Txato
le responde: "¿Alguna vez te han dicho que eres un cobarde?". ¿La
historia de ETA es una historia de matones y cobardes y poco más?
RESPUESTA.
En parte, sí. Pero lo que yo ofrezco al lector es una ficción, ese
episodio en concreto me lo he inventado. Eso no quiere decir que fuera
imposible, porque en ese caso yo no lo hubiera introducido. Y a
continuación extrapolamos, cometemos el error de Don Quijote que ataca
el Teatro de Títeres por considerar que la ficción es real.
En esa
sociedad vasca en la que imperaba la violencia, y no me refiero solo a
la violencia más llamativa, a la que llegaba a los periódicos, sino
también a otra de tipo más cotidiano, hubo una gama muy amplia de
comportamientos. Esos comportamientos no interesan a la historiografía
por ser subjetivos y quedar fuera de su potestad. Esa es la mía, la del
escritor de novelas. Yo estoy llamado a indagar en la condición humana
desde la palabra escrita.
Y la condición humana no se puede describir
sin tener también en cuenta los comportamientos de las personas, lo que
se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Así, una novela no responde a
la pregunta de qué pasó —que también—, sino a la de ¿cómo se vivió
aquínbsp;Y el lector se pone entonces en la situación de preguntarse:
¿qué habría hecho yo? (...)
P. Por cierto que la 'omertá' que durante tantos
años se enseñoreó del País Vasco pareció afectar también a la literatura
sobre lo ocurrido, impresionantemente escasa para tan graves sucesos.
Apenas un puñado de páginas, algunas de ellas escritas por usted. ¿Los
escritores vascos pagaron su propio impuesto revolucionario con
silencio? ¿Fueron tan cobardes como los demás?
R.
Es que ese colectivo de escritores vascos no existe, no forman un grupo
homogéneo. Existen vascos que escriben. De hecho, se supone que el
escritor es aquel que se va a expresar desde una perspectiva propia. Si
no lo hace, no está cumpliendo con su tarea. Y así lo que escriben unos
se completa con lo que escriben otros. Ha habido escritores cómplices
con el terrorismo, es evidente, han puesto su escritura al servicio de
una causa.
Es muy difícil dar frutos valiosos desde esa perspectiva,
entre otras cosas porque no es la perspectiva de un hombre libre. Y
después naturalmente ha habido miedo. Cómo no lo va a haber entre
agresiones y asesinatos. A mí no me gusta juzgar desde la posición de
uno que vive lejos a los hombres concretos que sufrieron esta situación.
También es cierto que los escritores necesitamos un recorrido mayor
que, por ejemplo, los periodistas que narran la actualidad. Pero
nosotros introducimos en nuestros hábitos la humanidad completa, que
decía muy perspicaz Ernesto Sábato. Conseguir esto no está al alcance de
cualquiera. Uno lo intenta y puede fallar. De manera un tanto
exculpatoria, entiendo que los escritores hayamos sido los últimos en
llegar.
Pero nosotros estamos llamados a dejar las palabras perdurables.
Cuando nuestro testimonio tiene calidad estética, se convierte en
universal. Recuerdo que cuando yo veía el 'Guernica' en los libros de
texto con 10 años, ya me hacía una idea concreta de quiénes habían sido
los malos durante la Guerra Civil. El hecho estético es irrebatible.
P.
A propósito de la Guerra Civil. ‘Patria’ arranca con el final de la
violencia armada y con la negativa de una viuda a aceptar el olvido como
pilar fundamental de los nuevos tiempos. Se me ocurre una analogía con
las víctimas la Guerra Civil. Los del bando nacional pudieron llorar a
los suyos, mientras que los del republicano tuvieron que enjugar sus
lágrimas durante cuatro décadas. ¿Las víctimas de ETA pueden hoy en
Euskadi llorar en paz?
R. Las heridas todavía están abiertas y supurantes. Se
siguen produciendo homenajes a presos de ETA liberados y en el pueblo
los reciben con música y ceremonias de ensalzamiento. Puedo imaginarme
que a una persona a la que le hayan matado al padre ese tipo de escenas
le reproduzcan el dolor.
Que no haya atentados, sin duda alivia, aunque
no tenemos la garantía de que no se vayan a volver a producir. Pero en
la sociedad se nota que se han perdido la crispación y el miedo cerval
que había hace unas décadas. Si a esta situación se le puede llamar
'paz'...
No sé, no tengo prisa por ponerle un calificativo a la
situación actual, en la que sí veo un deseo natural de distanciarse de
aquella violencia. Un deseo natural que no es propiamente vasco, se da
en todas las sociedades en las que ha habido conflictos sangrientos.
P.
Pero su punto de vista es esperanzador. No vamos a destriparle al
lector el final de la novela, pero apunta a un final positivo que
sí parece un trasunto de su propia esperanza.
R.
No quiero trivializar el concepto de la esperanza. Algo positivo hay al
final de 'Patria', es cierto. Recuerdo que una víctima del terrorismo
me acompañó en la presentación de ‘Los peces de la amargura’ y al final
me amonestó porque no dejé un hueco a la esperanza. Esta fue una lección
muy importante para mí.
Negar la esperanza es negar cierto triunfo que
la víctima se reserva para sí. Yo he aprendido mucho hablando con las
víctimas, me han dado grandes lecciones. Cené una vez con un grupo de
víctimas y, vaya, si no me hubieran dicho lo que eran, habría pensado
que era una despedida de soltera. No paraban de reír.
En aquel ambiente
en el que no tenían que explicar nada, porque todas habían compartido un
mismo destino, había alegría, risas. Yo, que todavía era inmaduro, no
lo comprendía, pensaba que debían vivir en un funeral constante. Hasta
que aprendí que esa alegría era algo que no se habían dejado arrebatar
por sus agresores. (...)
P. Su perfil del etarra encaja en esa categoría
de Arendt que señala la banalidad del mal. El terrorista, lejos de ser
heroico o especial, no era más que el bruto del pueblo, el mismo chaval
envenenado de testosterona y odio que disparaba perdigones a los perros.
El problema de esta tesis es que resulta demasiado atractiva para los
que nos consideramos inteligentes. Si eras inteligente, inquieto, leído,
etc, ¿estabas completamente a salvo de caer en las redes de ETA? O de
otra manera, ¿lo estuvo usted?
R. No, no, no,
yo estuve tan expuesto como otros jóvenes vascos de mi edad a la
doctrina, a la presión grupal, pero por determinadas razones no caí.
Pero otros chavales de mi barrio cayeron y entraron en aquella espiral
de la que ya no se podía salir. De ETA no se podía salir vivo. Me pongo a
pensar qué salvó al muchacho vasco inmaduro con las hormonas alteradas
que yo era.
¿Por qué no fui de ETA? Tal vez por haberme criado en una
ciudad donde el control sobre la gente es mucho menor que en un pueblo,
donde te quedas sin amigos. Luego pienso también en la base cristiana de
mi juventud, que reconozco desde mi ateísmo actual. La idea de que uno
tiene que hacer el bien a los demás, la empatía con aquel que sufre. Y
por supuesto viajar, conocer otros mundos, otras sensibilidades.
P. Es un tema manido, pero ¿por qué cree que en los
lugares donde anida el nacionalismo la Iglesia católica suele ser uno
de sus principales valedores? ¿Son la religión y el nacionalismo ramas
del mismo árbol?
R. Don Serapio es uno de
tantos curas, aunque también hubo curas con escolta. Pero es cierto,
como bien mostraba un reportaje demoledor de Antena 3, que el 70% del
clero vasco es nacionalista.
P. Su novela se
titula ‘Patria’ y la patria parece en ella el virus maligno que
envenena todo lo demás, desde la convivencia a la amistad.
R.
Absolutamente, el nacionalismo siempre pone un filtro. Siempre es
tradicionalista, medieval, romántico, sacraliza la tierra. Y llevado a
la política, el nacionalismo es muy peligroso. (...)" (Entrevista a Fernando Aramburu, Público, 14/09/16)
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