16/9/16

Iban a su casa y a mi tío Eugenio, que tenía dos años, le ponían una pistola en la cabeza. Cuando se iban, el niño saltaba y decía pum pum

"(...) Carmen y Ángeles tienen una herida abierta. Es una herida que no se ve a simple vista pero que sangra y sangra apenas escarban juntas en sus recuerdos. En los recuerdos íntimos y más conocidos de Sebastián Oliva Jiménez, su abuelo. Han convivido toda su vida con el fantasma de un abuelo al que no han podido saludar, abrazar. 

Han aprendido a sobrevivir con el relato quebrado de dos hijos, la madre de Carmen, María Josefa, y el padre de Ángeles, Francisco, a cuyo padre asesinaron junto a una tapia y cuyo cadáver arrojaron a una cuneta de la vieja carretera de El Puerto, una de las cinco fosas localizadas en la campiña jerezana.  (...)

—¿Qué recuerdos le transmitieron sus padres de su abuelo?

Carmen García Oliva: —Mi madre tenía mucha admiración por su padre, era pasión, era algo extraordinario, sobrepasaba a sus hijos y a todo, su padre era lo máximo. Tuvo que ser un hombre muy bueno, muy excepcional. Era protestante pero en Navidad, en su mesa, tenía que haber sentada gente que no tuviera para comer, se la llevaba esa noche a comer a su casa. 

Mi madre —habla de ella en presente— dice que en mi casa siempre había gente de los pueblos durmiendo. Mi madre no me contó ni un cuento, solo hablaba de su padre, y todo lo comparaba con lo que él hacía. Ayudaba a toda la gente que podía".

Ángeles Oliva: —Mi padre contó muy poco. Yo perdí a mis dos abuelos, y a mi madre le daba pánico hablar de esos temas. Mi padre hablaba cuando podía, te cogía y te contaba cosas. En mi casa estaba prohibido contar cualquier cosa de esas. En la noche del 23F recuerdo oír a mi madre decir: se llevaron a mi padre, no podría soportar que se llevaran a uno de mis hijos.

C. G. O.: —Sí, mi madre sí. Nunca ha escondido la historia, mi madre era cruda para eso, lo contaba todo como fue. Cuando ya empezó el Movimiento, iban a su casa y a mi tío Eugenio, que tenía dos años, le ponían una pistola en la cabeza. Cuando se iban, el niño saltaba y decía pum pum. E iban una y otra vez. A partir de la muerte de mi abuelo, yo no puedo explicar ni cómo era mi madre.

 Como no tuvo ni padre ni madre, el hecho de que nosotros los tuviéramos ya era suficiente. Un trastorno horroroso. Fue todo muy complicado para ella. Tuvo que vivir sin su madre, su padre no estaba en la casa apenas, no estaba. Entre la política y dar clases, imagínate. Le marcó demasiado. (...)

—Si su abuelo no era radical ni violento, ¿por qué era tan incómodo para el poder e incluso para los miembros de su central?

C. G. O.: —Le temían por su poder de convicción, calaba mucho en la gente; al poder le asustaba, ya fuera de un lado o de otro, porque tenía oratoria y capacidad para movilizar. Pero a él, por ejemplo, no le gustó nada que se quemaran conventos —en la provincia se quemaron o asaltaron una decena— ni nada de eso. 

Él llegó a decir que ya no pertenecía a nada porque eso no le gustaba. Era contrario a todo eso. Venían todos a pedirle consejo para determinadas movilizaciones pero él no era violento para nada.  (...)

Eso es porque era alguien muy excepcional. Iba a las viñas a enseñar a leer porque decía que eso era parte del camino hacia la libertad. Con solo haber rumores de una revuelta o algo, a él preventivamente lo encarcelaban. Fue tanto con la Dictadura de Primo de Rivera como con la Segunda República. Ambos bandos veían su figura como peligrosa. (...)

Eugenio era muy pequeño cuando pasó todo. Y pasó que aquella noche vinieron a por Sebastián, a obligarlo a ser un delator. Y pasó que Sebastián huyó a esconderse en una de las viñas donde impartía lecciones a los jornaleros. 

Allí dieron con él en poco más de un mes desde el Golpe y pronto pasó que unos kilómetros más al sur le dieron a su hijo Francisco su bastón: "Tu padre ya no lo va a necesitar más". Cuando rememoran todo este negro episodio, la herida de Carmen y Ángeles sangra. El asesinato de su abuelo, que apenas contaba con 55 años, dejó un cráter en la familia. Los cuatro hijos de Sebastián no fueron los mismos desde aquel 19 de agosto de 1936. (...)

Ángeles cuenta que a su padre, en el colmo de la crueldad, le movilizaron en el Frente Nacional dentro de un pelotón de fusilamiento. "Eso es uno de los traumas más grandes que tenía: cuando empezaba a contar cosas le decíamos papá, ¿pero tú disparabas? y él nos decía yo tuve que matar de pájaros lo que no te puedes ni imaginar.

 Apuntaba para arriba y mataba a los pájaros. Cuando empiezas a conocer la historia ves que hubo mucha gente que cruzó el frente, pero él estaba vigilado, amenazado, siempre le decían nunca te olvides que tienes tres hermanos...   (...)"        (Paco Sánchez Múgica, La Voz del Sur, en CTXT, 14/09/16)

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