Grupo de campesinos de Fernán Núñez (Córdoba) esperando su fusilamiento
"El investigador Francisco Moreno Gómez lleva más de media vida documentando “el genocidio” que se desató en Córdoba capital y provincia. Casi 4.000 víctimas desde el 18 de julio de 1936 y 11.500 fusilados en los pueblos divididos entre el frente republicano y el golpista.
Cuarenta y ocho de los setenta y cinco municipios cordobeses
amanecieron aquel verano en manos del futuro régimen militar. El resto
intentaba crear una fuerte resistencia.
“Había días que se fusilaba en Córdoba tres o cuatro horas sin parar. Cien personas cada noche” aclara Moreno a Público. “Empezaban a las tres de la mañana y los siguientes morían en el charco de sangre de los anteriores. Llegaba la mañana y a veces tenían que continuar ante los ojos atónitos de los vecinos”.
“Había días que se fusilaba en Córdoba tres o cuatro horas sin parar. Cien personas cada noche” aclara Moreno a Público. “Empezaban a las tres de la mañana y los siguientes morían en el charco de sangre de los anteriores. Llegaba la mañana y a veces tenían que continuar ante los ojos atónitos de los vecinos”.
Sin ningún tipo de escrúpulos tampoco se puede olvidar, si se habla de
la represión cordobesa, del alto número de mujeres asesinadas a sangre
fría. “Iban al cementerio de La Salud y San Rafael y allí los tiraban a
todos en una fosa. Una carnicería espantosa que no es lo único
significativo, ya que aquellas muertes estaban programadas dentro de un
plan de crimen organizado.
Una trama que obedece a una selección y
eliminación sistemática del enemigo”, señala este historiador quien
insiste en “definir aquellos días como crímenes de guerra y delitos de
lesa humanidad”. Los grupos de derechas prepararon con alevosía el
terrible golpe con campañas que no dejaban indiferente a las clases
populares.
Gómez recuerda el triste caso de la periodista francesa Renée Laffont, corresponsal aquellos días de guerra y atrapada en la frontera del frente republicano en Alcolea. “Iba para a hacer un reportaje que estaba cerca de la vieja prisión en la ciudad de Córdoba. El conductor y sus acompañantes no se dieron cuenta y entraron en zona nacional.
Gómez recuerda el triste caso de la periodista francesa Renée Laffont, corresponsal aquellos días de guerra y atrapada en la frontera del frente republicano en Alcolea. “Iba para a hacer un reportaje que estaba cerca de la vieja prisión en la ciudad de Córdoba. El conductor y sus acompañantes no se dieron cuenta y entraron en zona nacional.
La
bajaron del coche y fue juzgada por un tribunal militar”. El vehículo,
en el que iban, sería requisado por Ciriano Cascajo, gobernador
militar de la provincia. El 1 de septiembre de 1936 Renée sería
trasladada desde la cárcel a la zona del cementerio. Tenía 58 años
“Cuando se dio cuenta del camino decidió saltar del camión y correr pero
fue abatida inmediatamente”.
En el Registro Civil la muerte de Lafont,
fechada dos meses más tarde, documenta su fallecimiento a causa de una
“anemia aguda por hemorragia consecutiva por heridas recibidas”. Aunque
realmente “la periodista murió cosida a balazos”, afirma Moreno con
rotundidad.
Tras los primeros meses de represión, llegó a Córdoba
el hacinamiento en las cárceles. La antigua prisión de la capital se
situaba en el Alcázar Viejo. “El profesor Arizala fue uno de los que
mejor me describió el duro ambiente de aquella prisión explicándome que
cada día cambiaba de color.
Un día era azul porque había tenido lugar
una redada de ferroviarios, otros amarillo por el grupo de carteros, que
mataron muchos en Córdoba ya que el alcalde, Manuel Sánchez-Badajoz era del gremio”. Panaderos, Hosteleros, Albañiles. Así fueron limpiando poco a poco la capital.
Joaquín Sama Naharro, médico cordobés narraría a Moreno las duras condiciones de insalubridad en los centros. “No había médicos en las cárceles y solo atendían presos sanitarios como Joaquín, quien recordaba los parpados hinchados de aquellos hombres, una debilidad carencial de vitaminas. Al día siguiente, tras su muerte, los cuerpos estaban amontonados en los pasillos” con un olor insoportable.
Joaquín Sama Naharro, médico cordobés narraría a Moreno las duras condiciones de insalubridad en los centros. “No había médicos en las cárceles y solo atendían presos sanitarios como Joaquín, quien recordaba los parpados hinchados de aquellos hombres, una debilidad carencial de vitaminas. Al día siguiente, tras su muerte, los cuerpos estaban amontonados en los pasillos” con un olor insoportable.
El durísimo relato histórico deja evidencias claras de
lo ocurrido aunque a día de hoy las administraciones locales,
principalmente el ayuntamiento de Córdoba, no haya removido ni un trozo
de aquella tierra para desenterrar los huesos.
La mayoría de las
víctimas en la ciudad no tienen, ochenta años después de la masacre,
nombre en la fosa del cementerio de La Salud y San Rafael. Solo existe
un listado que corresponde a 2.311 víctimas.
Los conocidos “Muros de la
Memoria” de estos cementerios han sido declarados, de forma simbólica,
lugares de memoria en Andalucía sin llevarse a cabo más acciones al
respecto como dar voz a los descendentes que reclaman su atención. (...)" (María Serrano Velázquez, Público, 30/10/16)
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