"Hace unos años, en este mismo espacio, expliqué las razones por las que
no soy partidaria de sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos.
Pensaba entonces, y sigo pensando ahora, que la memoria no tiene que
ver con el pasado, sino con el futuro.
Y los españoles del futuro tienen
derecho a que preservemos su patrimonio, a enjuiciar la figura del
dictador en función también de la imagen que él quiso legar a la
posteridad. Nuestros nietos deben contemplar ese mausoleo, aprender que
lo levantaron trabajadores esclavos cuya explotación enriqueció a
empresas privadas que dominarían la economía nacional durante décadas,
conocer el dinero que costó mientras sus antepasados se morían
literalmente de hambre o de enfermedades, erradicadas antes de la
guerra, que sólo resucitaron y prosperaron gracias a su espantosa
miseria.
Esa es la clave de mi postura.
(...) el Valle de los Caídos debe convertirse en un lugar de memoria
consagrado a la figura y la obra del Caudillo. Esto no sólo no implica
un homenaje sino que, a imagen y semejanza de la preservación de los
campos de exterminio nazis, representa todo lo contrario.
Pero si no se
clausura el monasterio, si no se desacraliza la basílica, si no se
instala una exposición informativa permanente, dará igual que los restos
de Franco estén allí o en cualquier otro lugar." (Almudena Grandes, El País, 15/05/17)
"(...) El Valle de los Caídos fue inaugurado el 1 de abril de
1959, vigésimo aniversario de la Victoria. En esas casi dos décadas de
construcción, trabajaron en total unos veinte mil hombres, muchos de
ellos, sobre todo hasta 1950, "rojos" cautivos de guerra y prisioneros
políticos, explotados por las empresas que obtuvieron las diferentes
contratas de construcción, Banús, Agromán y Huarte.
El 7 de marzo de 1959, a punto ya de inaugurarse el Valle
de los Caídos, Franco escribió a Pilar y Miguel Primo de Rivera para
ofrecerles la nueva basílica "como el lugar más adecuado para que en
ella reciban sepultura los restos de vuestro hermano José Antonio, en el
lugar preferente que le corresponde entre nuestros gloriosos Caídos".
En la mañana del 30 de marzo, miembros de la Vieja Guardia de Falange y
de la Guardia de Franco se turnaron en el traslado del féretro desde El
Escorial al Valle de los Caídos. Lo depositaron al pie del altar mayor
de la cripta, bajo una losa de granito con la inscripción "José
Antonio". Era el lugar para su "eterno reposo", como lo tituló el
reportaje del No-Do.
El 23 de noviembre de 1975 el cortejo fúnebre de Franco llegó a la
basílica del Valle de los Caídos. La multitud congregada en la explanada
exterior entonó el Cara al Sol, el Oriamendiy el
himno de la Legión, con la presencia destacada de grupos de
excombatientes, que iban a ser recibidos por el nuevo Rey en su primera
recepción oficial.
En el interior del templo, detrás del altar mayor,
esperaba la fosa abierta junto a la tumba de José Antonio Primo de
Rivera. A las dos y cuarto de la tarde una losa de granito de mil
quinientos kilos cubrió el sepulcro. (...)
Hay tres cosas urgentes que deberían hacerse, más allá de los usos que de todo eso se hace desde la política presente:
1. Mantenerlo y explicarlo como paradigma
de la simbiosis entre religión y política, entre la Iglesia católica y
la dictadura de Franco.
Y debe recordarse, en folletos y en una
introducción clara y contundente a la entrada, que, acabada ya la
guerra, mientras se construyó ese monumento, "símbolo de paz", Franco
presidió una dictadura que ejecutó a no menos de cincuenta mil personas y
dejó morir en las cárceles a varios miles más de hambre y enfermedad,
convirtiendo la violencia en una parte integral de la formación de su
Estado.
Y recordaría, en el recinto ideal para recordarlo, que la
Iglesia católica, recuperados sus privilegios y su monopolio religioso
tras la guerra, se mostró gozosa, inquisitorial, omnipresente y
todopoderosa al lado de su Caudillo.
2. Franco ideó el monumento, y así se hizo, para
inmortalizar su victoria en la Guerra Civil y honrar sólo a los muertos
de su bando, aunque se montara después la farsa de trasladar también
allí los restos de miles de "rojos" muertos o asesinados durante esa
guerra. Esos restos, robados de cementerios y fosas comunes, deben ser
devueltos a sus familias, a quienes se debe una reparación política,
judicial y moral. (...)
3. El Valle de los Caídos representa la espada y la
cruz unidas por el pacto de sangre forjado en la guerra y consolidado
por los largos años de victoria.
Hay que desacralizarlo, convertirlo en
un lugar de la memoria de los crímenes del franquismo, explicado con
rigor y separado de cualquier acto de apología de la dictadura.
Y
Franco, que lo construyó a mayor gloria de él y de su victoria levantada
sobre el crimen y la exclusión de los vencidos, debería quedar allí,
para que todo el mundo lo recordara (...)
Para que los actuales políticos del Partido Popular no se sigan riendo
de las víctimas, los historiadores que lo hemos investigado tenemos que
difundirlo, comunicarlo, sentar las bases para una nueva educación de
las generaciones presentes y futuras que no vivieron aquella historia.
Da igual sacar a Franco de su Valle si no va acompañado de esa
transformación profunda en la educación y en la enseñanza de la
historia.
Es lo que se ha hecho en muchos países del mundo con los
lugares que simbolizan el crimen, la tortura y el genocidio. No borremos
sus huellas. La peculiaridad de la historia de España es que Franco
murió en la cama, 30 años después que los principales dirigentes
fascistas. Pero compartió con ellos crímenes, ideas, historia y
comportamientos. Que no se siga blanqueando ese pasado de muerte,
tortura y humillación." (Julíán Casanova, CTXT, 16/05/17)
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