27/1/09

El despojo de los afectos... en el exilio

"PREGUNTA. Su novela es una historia terrible de pérdida.

RESPUESTA. He pensado mucho en el dolor de la gente que perdió a alguien, pero, sobre todo, en el dolor mayúsculo que significa no ver a ese alguien muerto. La verificación de la muerte es, al menos, una forma de consuelo. El limbo o el purgatorio de no saber qué se ha hecho del ser amado, dónde está, si está muerto, o si está preguntando por ti en otro sitio, es desesperante. De hecho, ya se habla de ello en la tragedia griega, cuando Antígona no puede enterrar a su hermano. (...)

P. Durante la época de la dictadura militar desaparecieron cerca de treinta mil argentinos. Ese sentimiento de pérdida, que es tan abrumador en la novela, ¿forma ya parte de cualquier argentino de su generación?

R. En mi caso, yo fui expulsado de mi país poco antes de la dictadura. El motor por el que quise escribir este libro es, precisamente, la interrupción de una vida por el exilio. Hay 10 años de mi vida que se han ido para siempre y que son irrecuperables. Pensé en recuperarlos a través de la escritura. El despojamiento de los afectos es terrible. Por algo ya los griegos pensaban en el exilio como un castigo equivalente a la muerte. Te arrancan de tus afectos, de tus hijos, de tu vida profesional. Te fuerzan a ser otro. Y en esa "otredad" te pierdes. (...)

P. El personaje de Emilia está perdido, pero encuentra a Simón a través de la formidable intensidad de su amor. ¿Es el amor el único sentimiento capaz de desarrollar tanta fuerza?

R. Sobre todo es la ansiedad de recuperar el amor que no viviste, que te convirtió en otro ser. Como digo, el impulso inicial que me movió a escribir este libro fue tratar de recuperar, mediante la escritura y la imaginación, lo que el exilio me ha quitado. La escritura y la imaginación tienen un poder mayúsculo, un poder que traté de medir a través de la escritura de esta novela. La idea original era narrar la vida cotidiana de los argentinos, no los campos de concentración, no los tormentos, no las muertes horrendas, sino la grisura de la vida cotidiana. Sobre todo, algo que me perturbaba estando afuera muchísimo, ¿cómo no se reacciona, cómo se mira para otro lado? Las dictaduras no son posibles sin una complicidad colectiva; una cierta forma de resignación o de complicidad colectiva. La fuente de esa complicidad, creo, es la ignorancia. El gran recurso de los autoritarismos es obligarte a ignorar, a que sólo sepas lo que ellos quieren que sepas." (Tomás Eloy Martínez: "Hay 10 años de mi vida que se han ido para siempre y que son irrecuperables". El País, Babelia, 24/01/2009, p. 16 )

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