“Primero entraremos en la comisaría de la OD, la policía
judía, ubicada dentro del complejo femenino. El comisario era Chilowicz, y
su lugarteniente, Finkelstein. Ambos fueron asesinados junto a sus familias
unos meses antes de la destrucción del campo. Los policías judíos iban de uniforme,
con gorra de visera y bandas amarillas.
Constantemente proferían maldiciones y
su arma era el látigo, que nunca soltaban. Con ayuda de ese látigo imponían
obediencia. Su tarea consistía en conducir a su propia gente a las selecciones
y las «acciones». Ayudaban a los agentes de las SS a reunir a los prisioneros y
a vigilarlos.
A cambio tenían el privilegio de dormir con su esposa en una
celda especial que se cerraba por dentro, ración doble de sopa más consistente
y una barra de pan con mermelada.
Una vez, cuando estaba entregando un mapa del
campo a Chilowicz, sus hombres trajeron a un prisionero vestido con ropa de
calle: camisa blanca, corbata y un par de zapatos con cordones. Al parecer
había intentado escaparse. Chilowicz le golpeó, le pateó el estómago y gritó:
“Mirad bien a este loco.”
Estudié de soslayo a la victima desamparada y me
pareció perfectamente normal. Miré la ropa rayada que el resto de nosotros
llevábamos y me pregunté quiénes eran los locos.”
(Joseph Bau: El
pintor de Cracovia. Ediciones B. S. A. 2008, pág. 171/3)
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