6/12/13

Los policías judíos iban de uniforme, con gorra de visera y bandas amarillas. Constantemente proferían maldiciones y su arma era el látigo



“Primero entraremos en la comisaría de la OD, la policía judía, ubicada dentro del complejo femenino. El comisario era Chilowicz, y su lugarteniente, Finkelstein. Ambos fueron asesinados junto a sus familias unos meses antes de la destrucción del campo. Los policías judíos iban de uniforme, con gorra de visera y bandas amarillas. 

Constantemente proferían maldiciones y su arma era el látigo, que nunca soltaban. Con ayuda de ese látigo imponían obediencia. Su tarea consistía en conducir a su propia gente a las selecciones y las «acciones». Ayudaban a los agentes de las SS a reunir a los prisioneros y a vigilarlos. 

A cambio tenían el privilegio de dormir con su esposa en una celda especial que se cerraba por dentro, ración doble de sopa más consistente y una barra de pan con mermelada. 

Una vez, cuando estaba entregando un mapa del campo a Chilowicz, sus hombres trajeron a un prisionero vestido con ropa de calle: camisa blanca, corbata y un par de zapatos con cordones. Al parecer había intentado escaparse. Chilowicz le golpeó, le pateó el estómago y gritó: “Mirad bien a este loco.” 

Estudié de soslayo a la victima desamparada y me pareció perfectamente normal. Miré la ropa rayada que el resto de nosotros llevábamos y me pregunté quiénes eran los locos.”    

(Joseph Bau: El pintor de Cracovia. Ediciones B. S. A. 2008, pág. 171/3)

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