5/12/13

Greenberg sabía que el jefe no podía permitirse matarlo, así que normalmente cargaba con los errores de los demás


“El cuartel general también albergaba la oficina de construcción. Allí, ingenieros judíos tenían que llevar a cabo tareas a veces absurdas a una velocidad de locos.

 No importaba lo imposible que fuera la misión; se las arreglaban para realizar los proyectos que ningún ingeniero entrenado y en su sano juicio hubiese abordado. Trabajaban sin descanso a fin de cumplir las cuotas asignadas, que aumentaban incesantemente.

Un ingeniero llamado Greenberg estaba encargado de la puesta en práctica de los planes del comandante. Cualquier retraso o error significaba un castigo severísimo. 

Greenberg sabía que el jefe no podía permitirse matarlo, así que normalmente cargaba con los errores de los demás, que de otra forma hubieran terminado con un balazo en la cabeza. En silencio, aguantaba golpes capaces de tumbar a un campeón de boxeo. 

Tras los malos tratos, Greenberg dejaba de parecer un ser humano, aunque se le obligaba a seguir trabajando sin cuidados médicos, ni siquiera primeros auxilios. 

Coloco una llama eterna sobre la casa del comandante, bajo un letrero que dice: EN SAGRADO RECUERDO DE SIGMUND GREENBERG, QUIEN SE SACRIFICÓ PARA SALVAR A OTROS. LOS PRISIONEROS DE PLASZOW LE MANIFIESTAN SU AGRADECIMIENTO.

(Joseph Bau: El pintor de Cracovia. Ediciones B. S. A. 2008, pág. 155)

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