“El cuartel general también albergaba la oficina de
construcción. Allí, ingenieros judíos tenían que llevar a cabo tareas a veces
absurdas a una velocidad de locos.
No importaba lo imposible que fuera la
misión; se las arreglaban para realizar los proyectos que ningún ingeniero
entrenado y en su sano juicio hubiese abordado. Trabajaban sin descanso a fin
de cumplir las cuotas asignadas, que aumentaban incesantemente.
Un ingeniero llamado Greenberg estaba encargado de la puesta
en práctica de los planes del comandante. Cualquier retraso o error significaba
un castigo severísimo.
Greenberg sabía que el jefe no podía permitirse matarlo,
así que normalmente cargaba con los errores de los demás, que de otra forma
hubieran terminado con un balazo en la cabeza. En silencio, aguantaba golpes
capaces de tumbar a un campeón de boxeo.
Tras los malos tratos, Greenberg
dejaba de parecer un ser humano, aunque se le obligaba a seguir trabajando sin
cuidados médicos, ni siquiera primeros auxilios.
Coloco una llama eterna sobre
la casa del comandante, bajo un letrero que dice: EN SAGRADO RECUERDO DE
SIGMUND GREENBERG, QUIEN SE SACRIFICÓ PARA SALVAR A OTROS. LOS PRISIONEROS DE
PLASZOW LE MANIFIESTAN SU AGRADECIMIENTO.
(Joseph Bau: El pintor de Cracovia. Ediciones B. S. A. 2008,
pág. 155)
No hay comentarios:
Publicar un comentario