"El primer convoy a Auschwitz: 999 adolescentes judías.
No eran combatientes de la resistencia, no eran prisioneros de guerra. No había hombres. El primer convoy, el primer transporte oficial de judíos a Auschwitz, estaba formado por un grupo de chicas a quienes engañaron.
Partieron de Eslovaquia creyendo que iban a trabajar
para su gobierno durante unos pocos meses. “Algunas familias pensaban
que iban a una fábrica de calzado”. Una oportunidad laboral que no
podían rechazar, eso les dijeron con todo el cinismo que implica.
Así que la cifra maquiavélica se las llevó: 999 mujeres judías destinadas a construir con sus manos Birkenau, cuyas dimensiones, “equivalentes a 319 campos de fútbol, siguen resultando inmensas”.
Muy pocas sobrevivieron. La reconstrucción de sus vidas nos la ofrece ahora Heather Dune Macadam en
Las 999 mujeres de Auschwitz
(Roca editorial en castellano y Comanegra en catalán), un relato
conmovedor que ofrece las claves precisas para entender todo el horror
–y toda la solidaridad entre sus víctimas– que encierra la barbarie.
La mayoría eran apenas unas niñas que tenían alrededor de
16 años. Y ese 25 de marzo de 1942, en su condición de judías y
solteras, abandonaron sus hogares para subir a un tren. Bien vestidas y
peinadas, a la expectativa, arrastraban sus maletas llenas de ropa y
comida casera. No tenían ni idea de la vida, muchas jamás habían pasado
una noche fuera de casa, pero se habían ofrecido voluntarias para
trabajar durante tres meses en época de guerra. ¡Trabajar no podía ser
algo tan malo!
Ninguno de sus progenitores sospechó que el gobierno
acababa de vender a sus hijas a los nazis para que trabajaran como
verdaderas esclavas. Ninguno sabía que su destino era Auschwitz.
Las crónicas han podido pasar por alto este hecho, pero lo
cierto es que el primer grupo de judíos deportados a Auschwitz para
trabajar como esclavos fueron chicas adolescentes. No había ni un solo
hombre prisionero en esos vagones de ganado.
Estas 999 mujeres jóvenes (¿por qué ese número? ¿Tiene que
ver con las meticulosas manías de Himmler?) fueron consideradas
indignas, víctimas perfectas para ser carne de cañón. Peones humanos.
Pero algunas lograron sobrevivir, volvieron y contaron su historia. Hoy,
su testimonio, está en este libro que dará que hablar.
El 27 de enero de 1945 –se cumplen ahora 75 años– tropas
soviéticas liberan el campo de exterminio de Auschwitz. “Lo primero con
lo que se toparon las chicas eslovacas es con que las abroncaban, las
desnudaban en público, las rapaban y las sometían a interminables chequeos médicos en
plena nieve”. Días después seguirían comprobando su trabajo: obligadas a
caminar descalzas sobre el barro, peleándose por una misérrima ración
de pan, haciendo colas inacabables para llegar a unas letrinas
vomitivas, trabajando sin descanso hasta el agotamiento y desinfectadas
con un producto que les arrancaba la piel... Al final del día les
quedaba un último encargo: tenían que arrastrar los cuerpos de las que
habían muerto hasta el exterior.
En un principio la autora del libro buscó supervivientes.
Contacta con Ruzena, la prisionera número 1649, que ya es nonagenaria,
pero de entrada ella no quiere recordar, aunque acabaremos sabiendo todo
su relato.
Finalmente encuentra una vía que le abre todas las puertas:
Edith Friedman. Ella le cuenta, a sus 94 años, episodios terribles de
su experiencia, también la de su hermana Lea. El álbum de recuerdos de
varias familias: los Friedman, los Grosman, los Gross, se convierte en
un catálogo del horror interminable. “Madge consolaba por las noches a
las que habían perdido el juicio”.
Entre sus trabajos estaba cavar carreteras con las manos y
derrumbar muros. Chicas que no llegaban a pesar cincuenta kilos, contra
muros de toneladas. Cuando finalmente lo conseguían, la primera línea
de chicas quedaba aplastada. Si una compañera quería ayudarles, un
pastor alemán atacaba. Otras, en su delirio, se dirigían deliberadamente
a la zona electrificada buscando el fin.
El libro concluye con una nota y un ruego de Edith
Friedman: “Tienes que entender que en una guerra no hay ganadores.
Incluso los ganadores pierden hijos, pierden casas, pierden bienes y
pierden de todo. ¡Eso no es ganar! (...) Yo he vivido el Holocausto. Y
he vivido con él más de 78 años (...) A decir verdad, yo no creía que
pudiera sobrevivir. Pero me dije a mí misma: ‘Haré lo que pueda’. Y sigo
viva”.
A finales de 1942 dos tercios de las mujeres del
famoso primer convoy habían muerto. Una de las que permanecía allí logró
hacer llegar a un maquinista –nadie sabe cómo– una nota. Decía así:
“Pase lo que pase, no dejéis que os cojan y os deporten. Aquí nos están
matando”. El ferroviario consiguió entregarla a su familia." (María Escur, La Vanguardia, 25/01/20)
"Yo fui una mujer en Auschwitz (y sobreviví para contarlo).
Entre las novedades de literatura concentracionaria que ha generado este enero el 75º aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, que
se recuerda este lunes, destacana tres títulos que rescatan sólidas y
lúcidas voces de mujeres. Dos de ellos rescatan los testimonios y
reflexiones de dos francesas supervivientes: la francesa Charlotte Delbo, de quien se publica en un solo volumen, 'Ninguno de nosotros volverá', los dos títulos más sobrecogedores de su trilogía de Auschwitz, y 'Regreso a Birkenau', de Ginette Kolinka, que volvió al campo 55 años después del fin de la segunda guerra mundial. El tercero se trata de un ensayo, 'Las 999 mujeres de Auschwitz', donde la escritora Heather Dune Macadam rastreó a las primeras jóvenes judías que fueron deportadas desde Eslovaquia. He aquí sus historias:
LA AFILADA VOZ DE CHARLOTTE DELBO
“La chimenea humea. El cielo está bajo. El humo vaga sobre el
campo y pesa y nos envuelve y es el olor de la carne que arde”. La
literatura directa y sobria de Charlotte Delbo (Vigneux-sur
Seine, 1913 - París, 1985) golpea afilada y a la vez poética. “Las que
están tumbadas ahí, en la nieve, son nuestras compañeras de ayer. Ayer
estaban de pie durante el recuento (…) Iban a trabajar, se arrastraban
en dirección a las ciénagas. Ayer tenían hambre. Tenían piojos, se
rascaban. Ayer engullían la sopa pésima. Tenían diarrea y les pegaban.
Ayer sufrían. Ayer deseaban morir. Ahora están ahí, cadáveres desnudos sobre la nieve”.
Ella, detenida en 1942 junto a su marido, fusilado al poco -ambos miembros de la resistencia francesa-, fue deportada a Auschwitz-Birkenau junto a otras 230 presas. Sobrevivieron 49. Sus palabras, escritas febrilmente mientras se recuperaba en un sanatorio suizo tras la liberación del campo, de la que este lunes se cumplen 75 años, no quiso publicarlas hasta dejarlas reposar durante dos décadas, porque no quería que fueran solo un testimonio del horror (ese trabajo se lo dejaba a los periodistas, decía) ni se viera como una obra “mediocre”, sino que se considerara su valor literario.
El resultado fue el estremecedor ‘Ninguno de nosotros volverá’, que ahora ofrecen en nueva traducción Libros del Asteroide en castellano y Club Editor en catalán, incluyendo ‘Un conocimiento inútil’, pieza posterior que forma parte de su trilogía de Auschwitz (el tercer título, ‘La mesura dels nostres dies’, que habla del retorno y la vida ‘después de’, lo avanzaba hace un año Club Editor.
Ella, detenida en 1942 junto a su marido, fusilado al poco -ambos miembros de la resistencia francesa-, fue deportada a Auschwitz-Birkenau junto a otras 230 presas. Sobrevivieron 49. Sus palabras, escritas febrilmente mientras se recuperaba en un sanatorio suizo tras la liberación del campo, de la que este lunes se cumplen 75 años, no quiso publicarlas hasta dejarlas reposar durante dos décadas, porque no quería que fueran solo un testimonio del horror (ese trabajo se lo dejaba a los periodistas, decía) ni se viera como una obra “mediocre”, sino que se considerara su valor literario.
El resultado fue el estremecedor ‘Ninguno de nosotros volverá’, que ahora ofrecen en nueva traducción Libros del Asteroide en castellano y Club Editor en catalán, incluyendo ‘Un conocimiento inútil’, pieza posterior que forma parte de su trilogía de Auschwitz (el tercer título, ‘La mesura dels nostres dies’, que habla del retorno y la vida ‘después de’, lo avanzaba hace un año Club Editor.
Según su editora, Maria Bohigas, se trata de textos
breves, salpicados de poemas, “con una lengua clara, simple, directa,
como latigazos, que interpela al lector”. Un ejemplo, cuando un SS
ordena a su perro matar a una presa y este le clava sus colmillos en la
garganta: «El SS tira de la correa. El perro se retira. Tiene un poco de
sangre en el hocico. El SS silba, se va».
“Hay menos testimonios femeninos del Holocausto -constata Luis
Solano, editor de Asteroide-. Ella da voz al conjunto de presas, se nota
que lo escribe una mujer, su visión es distinta de la de los hombres.
Se para más en cosas que tienen relación con el cuerpo, la higiene, la
relación física entre las internas, los abrazos y las caricias, que
están presentes en todo el libro. También la vergüenza y la humillación que significa para las mujeres tener que desnudarse para los chequeos y selecciones rodeadas de hombres”.
“Yo no pensaba en nada. No miraba nada. No sentía nada. Era
un esqueleto de frío con el frío soplando a través de todos esos
abismos que forman las costillas de un esqueleto”, escribe Delbo. “Para
ella, sobrevivir un día en el campo es sobrevivir el infinito –apunta
Bohigas-. Mientras el tifus las diezmaba estaban preocupadas por la
necesidad de dejar rastro, de que quedara alguna viva para informar al
mundo». Ella lo logró.
LA OBSESIÓN DE GINETTE KOLINKA
A Ginette Kolinka, con 19 años, recién deportada a
Auschwitz, las presas veteranas le dijeron: “¿Veis ese humo de ahí
fuera? ¡Pues ahí están! ¡Son sus cuerpos, son vuestras familias lo que
están quemando!”. “No las creo, pero lo sé”, escribe esta superviviente
de los campos nazis, ya con 94 años, en ‘Regreso a Birkenau’ (Seix
Barral), pensando en su padre, de 61, y su hermano de 12, a quienes no
volvió a ver tras ser gaseados al llegar juntos en un convoy en abril de
1944 después de ser detenidos por la Gestapo en Aviñón.
En el libro, escrito junto a la periodista Marion Ruggieri,
describe cómo le tatuaron el número 78599, cómo las obligaron a
desnudarse –«la vergüenza de la desnudez es tal y tan intensa que no
siento nada más» y les afeitaron cabello y vello púbico. También lo que
vio la primera vez que se despertó: «montones de trapos en los rincones
del barracón. Eran las muertas de esa noche». Recuerda los recuentos,
durante horas a la intemperie, «firmes, heladas, temblorosas, agotadas»,
y las palizas: «cada orden es un golpe. Nos pegan todo el tiempo, todo
el día, por nada. (...) Es continuo, tanto que ya ni siquiera me duele
(...). No sirve de nada ir al hospital. Su primer reflejo es echarte de
allí; el segundo, matarte».
«No hay que contestar, no hay que mirar, solo obedecer sin más
(...) Decido pasar lo más inadvertida posible, no sublevarme jamás,
aceptarlo todo (…) Perder el ánimo es precipitar la muerte», escribe
Kolinka, que de Auschwitz-Birkenau fue trasladada a Bergen-Belsen y a
Theresienstadt, donde la pusieron a trabajar en maquinaria de guerra.
Cuando la liberaron pesaba 26 kilos.
En el 2000 volvió a Auschwitz con estudiantes de instituto.
Responde sus preguntas por ejemplo, sobre cómo las mujeres se las
apañaban con la regla -“Ya nadie tenía la regla. ¿Era por la
alimentación, el miedo, las condiciones de higiene?”- pero lamenta que
no la interroguen sobre qué comía, “el hambre, porque el campo era eso: el hambre” y sí quieran saber si vio a Hitler.
Kolinka
teme que hoy Birkenau sea visto como “un decorado”. «En mi cabeza está
el olor, la suciedad, la gente deambulando por todas partes. Y me
entristece pensar que la gente que lo visita pueda imaginarse otra cosa…
¿Cómo ver el humo, los gritos, los empujones; esas decenas de miles de
personas que trabajan, que corren, que caen al suelo? Ya no hay nada de
todo eso. Ya no hay barro. Y tampoco hay un alma”.
999 JÓVENES JUDÍAS ENGAÑADAS
En 1942, el Gobierno de Eslovaquia reclutó a judías solteras de
entre 16 y 35 años para ser enviadas a trabajar durante tres meses al
extranjero. Fueron voluntarias y confiadas, y engañadas. La mayoría
creían que volverían pronto a casa, pero lasdeportaron a Auschwitz. Heather Dune Macadam siguió la pista de las supervivienes para contar sus historias en 'Las 999 mujeres de Auschwitz' (Roca / Comanegra). Eslovaquia pagó a la Alemania nazi 500 marcos por lo que llamaron «reubicación»." (Anna Abella, El Periódico, 25/01/20)
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