10/2/14

Todo era recelo en los guetos. Miedo, suspicacia, pésima alimentación, peligro constante de muerte...

"En los guetos se pasaba muy mal. En cierta ocasión, y no sé con qué motivo, nos dijeron que unos aviadores norteamericanos, derribados por la D.C.A., habían conseguido pasar inadvertidos hasta encontrar pasajero refugio en una de aquellas horribles aglomeraciones judías. 

Acompañado de quien me informó al respecto, a la caída de la noche llegamos hasta el gueto. Siempre había un pre-texto para entrar, ya que muchas familias no judías se resistían a abandonar el barrio y la casa antigua, encontrando siempre excusa para la dilación, con lo que la visita estaba siempre justificada, supuesto que no era delito entrevistarse con arios, incluso en una casa-gueto.

 Hacía calor, un calor anticipado de vera-no y de la casa, en la escalera, se percibía el bochornoso latido de una humanidad confinada. Las casas húngaras de vecinos gozan de una particularidad, casi desconocida en las viviendas españolas, y es que los interiores suelen tener la puerta en un corredor que circunda el patio. 

Las ventanas de estos pisos dan al corredor y la intimidad se brinda apenas velada por los visillos. Las severísimas órdenes con respecto al oscurecimiento, por causa de las precauciones antiaéreas, sumían a los edificios en una absoluta penumbra, y en aquella ascensión hacia el tercer piso sólo percibíamos el respirar de docenas de personas apiña-das en la oscuridad, el olor a multitud exhalado por las ventanas abiertas y, de tarde en tarde, la tenue llamarada de un pitillo ávidamente succionado. 

En el rellano unos bultos irreconocibles. Por el apagado tono de las voces parecen dos muchachas. De pronto, una de ellas comienza a cantar en tono apagado y su can-ción, un vulgar cuplé repetido por todas las bocas, tomaba el aire de lamentación talmúdica, de queja milenaria, de una confesión esotérica y desesperada.


En otra habitación -siempre al pasar, al vuelo- cazamos un retazo de disputa. Dos seres se recriminaban con inusitada violencia, en tono contenido, masticando las palabras, comunicándolas un odio concentrado, vitamínico. Mañana habrá delaciones, porque de la convivencia el judío no ha extraído demasiados buenos sentimientos.

 Ellos, que aman la libertad sobre todas las cosas, que son los únicos que han forzado fronteras, incluso espirituales, se desesperan ahora, en este triste y reducido confinamiento. Diez personas por cada habitación de diez metros cuadrados, durmiendo por turnos, soportando la forzosidad de una compañía no solicitada, coincidiendo, muchas veces, dos enemigos profesionales o personales en el mismo cubil; todo ello alimentaba y propagaba a las peores pasiones. 

Es preciso añadir a esto un refinamiento introducido más tarde por el Gobierno: el espía. En casi todas las casas-gueto se había infiltrado un soplón, que hacía idéntica vida que los hebreos, les provocaba a la conversación, tomaba notas para el caso -no del todo probable- en que fuese preciso juzgar al presunto reo antes de fusilarle o de meterle en una cámara de gas. 

Todo era recelo en los guetos. Miedo, suspicacia, pésima alimentación, peligro constante de muerte, no sólo por parte de los alemanes, sino porque una bomba, de las que con generosa profusión lanzaban los americanos, podría aplastarles."                          

(Eugenio Suárez:  Corresponsal en Budapest  (1946), Ed. Fundación Mapfre, 2007, págs. 107/8)

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