17/2/14

Se aproximó un camión militar alemán, cogió impulso y se lanzó a toda velocidad sobre los aterrorizados


“(…) Por fin, mi automóvil tuvo arreglo. Un día se vio detenido por una larga "cuerda" de judíos que atravesaba una calle. Hombres, mujeres y niños. Los hombres primero. Todos con las manos en la nuca. En la acera un grupo de curiosos. 

Entre los curiosos, un joven, con la insignia Nyilas en la solapa. Este valeroso muchacho pegaba a los que pasaban cerca de él y les insultaba, ante la indiferencia general o el temor a intervenir. Era lastimoso ver a los pequeños, de ojos asustados, con las manos en la cabeza, marchar en aquella caravana. 

Las últimas, las mujeres. Una vieja, muy vieja ya, con el pelo blanco, andaba torpemente. Con un pequeño grito, cayó al suelo. Sus compañeras pasaban por encima del exánime cuerpo, sin prestarle ayuda, sin mirarle. No pude más y me acerqué al frágil cuerpo, que levanté. 

El joven Nyilas comenzó a increparme y la cosa hubiese terminado mal si no le suelto un repertorio escogido de maldiciones en castellano cervantino. Se acercó uno de los soldados de la escolta, y al advertir que yo era extranjero, se apartó al civil y me ayudó a izar a la vieja. Luego encargó a dos judíos que le llevaran. Me saludó llevándose la mano a la gorra.

Siguió la fila en marcha. En esto se aproximó un camión militar alemán, de cinco toneladas. Frenó, pero al darse cuenta de que se trataba de hebreos, dio marcha atrás, cogió impulso y se lanzó a toda velocidad sobre los aterrorizados, que saltaron como pudieron para evitar ser aplastados. El conductor reía a carcajadas. (…)”

(Eugenio Suárez:  Corresponsal en Budapest  (1946), Ed. Fundación Mapfre, 2007, págs. 159)

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