“(…) Por fin, mi automóvil tuvo arreglo. Un día se vio
detenido por una larga "cuerda" de judíos que atravesaba una calle.
Hombres, mujeres y niños. Los hombres primero. Todos con las manos en la nuca.
En la acera un grupo de curiosos.
Entre los curiosos, un joven, con la insignia
Nyilas en la solapa. Este valeroso muchacho pegaba a los que pasaban cerca de
él y les insultaba, ante la indiferencia general o el temor a intervenir. Era lastimoso
ver a los pequeños, de ojos asustados, con las manos en la cabeza, marchar en
aquella caravana.
Las últimas, las mujeres. Una vieja, muy vieja ya, con el
pelo blanco, andaba torpemente. Con un pequeño grito, cayó al suelo. Sus
compañeras pasaban por encima del exánime cuerpo, sin prestarle ayuda, sin
mirarle. No pude más y me acerqué al frágil cuerpo, que levanté.
El joven
Nyilas comenzó a increparme y la cosa hubiese terminado mal si no le suelto un
repertorio escogido de maldiciones en castellano cervantino. Se acercó uno de
los soldados de la escolta, y al advertir que yo era extranjero, se apartó al
civil y me ayudó a izar a la vieja. Luego encargó a dos judíos que le llevaran.
Me saludó llevándose la mano a la gorra.
Siguió la fila en marcha. En esto se aproximó un camión
militar alemán, de cinco toneladas. Frenó, pero al darse cuenta de que se
trataba de hebreos, dio marcha atrás, cogió impulso y se lanzó a toda velocidad
sobre los aterrorizados, que saltaron como pudieron para evitar ser aplastados.
El conductor reía a carcajadas. (…)”
(Eugenio Suárez:
Corresponsal en Budapest (1946),
Ed. Fundación Mapfre, 2007, págs. 159)
No hay comentarios:
Publicar un comentario