"(...) De ahí el sobresalto que le provoca, ya en los años 20, saber que
durante la guerra, los militares nacionalistas turcos exterminaron en
Anatolia a cientos de miles de armenios.
Para el joven Lemkin, el
descubrimiento llega gracias a las declaraciones y a los documentos
exhibidos en el proceso celebrado en Alemania contra un joven armenio
que mató en la calle a Talaat Pashá, el ministro otomano que en abril de
1915 puso en marcha el asesinato de un pueblo.
El 22 de agosto de
1939, al dar instrucciones a sus generales para la invasión, Adolf
Hitler asienta su proyecto de conquista y destrucción de Polonia sobre
un antecedente bien concreto: “¿Quién se acuerda del aniquilamiento (Vernichtung) de
los armenios?"
La sensibilidad de Lemkin ante el mismo episodio
histórico, su sentido de la justicia, le lleva a una conclusión opuesta:
al considerar la eliminación deliberada de cientos de miles de
inocentes, “me di cuenta de que una ley contra este tipo de asesinatos
raciales o religiosos debía ser adoptada por el mundo”.
Había adivinado
con antelación la lógica de Hitler, expuesta en la reunión de 1939: no
era su objetivo mover unas fronteras, sino aniquilar físicamente al
adversario “para conquistar el espacio vital que precisamos”. Análoga
voluntad de exterminio aplicará a los judíos. Hitler y Lemkin coinciden
al elegir como antecedente histórico a Gengis Khan. (...)
El holocausto fue el crimen colectivo de mayor entidad en el siglo XX,
la trágica prueba de esa necesidad. No el único. Por otra parte, de
ceñirnos a la dimensión homicida de los crímenes contra la humanidad,
será imposible percibir que los mismos resultan de unos antecedentes, de
unas ideologías y de unos intereses asesinos, convergentes en el caso
del nazismo, y que además el exterminio puede asumir otras dimensiones,
tales como la cultura de un pueblo o la destrucción de sus elites. La
gestación del concepto de genocidio requería aunar la precisión con la
complejidad. (...)
Lemkin habla de “barbarie” y de “vandalismo”. Ambos conceptos se
encuentran asociados. El primero remite a “acciones exterminadoras” por
motivos “políticos y religiosos” de variada índole: masacres, pogromos,
“acciones emprendidas para arruinar la existencia económica de los
miembros de una colectividad”.
La última frase alude de forma críptica a
un genocidio concreto, el decidido por Stalin contra Ucrania en
1932-33, tema aun hoy muy vivo, donde las brutales requisas de grano
provocan millones de muerte por hambre, y de paso, según la pauta
leninista de 1921, tiene lugar la eliminación de los intelectuales.
No
se trata, como en el Gran Salto Adelante maoista de un monumental error,
sino de un designio de aniquilamiento. Es lo que individualizará al
genocidio.
De forma complementaria, el “vandalismo” anticipa la noción
de genocidio cultural.Tales delitos no son propuestos para
castigar, sino para impedir que se produzcan mediante su tipificación en
el Derecho Internacional, al tener conocimiento los posibles criminales
de que su acción no quedaría impune. (...)
En 1944 publica El poder del Eje en la Europa ocupada, que ve
nacer el término “genocidio”, presente ya en las acusaciones de
Nuremberg. Los ingleses lo rechazarán, ejerciendo una oposición
permanente a su aprobación y regulación. “Nuevas concepciones exigen
nuevos términos”, responde Lemkin. Genocidio es “la puesta en práctica
de acciones coordinadas que tienden a la destrucción de los elementos
decisivos de la vida de los grupos nacionales, con la finalidad de su
aniquilamiento”. (...)
Lemkin tuvo que emplearse a fondo, en una interminable serie de
contactos personales, para que en 1948 la Asamblea de la ONU aprobase la
Convención contra el genocidio, y luego fuera ratificado país por país.
Distribuidas
en varios centros, quedan veinte mil páginas inéditas de Lemkin,
incluida una historia del genocidio y de los colonialismos genocidas,
con acentos lascasianos, a partir de su visión del tratamiento del Este
europeo por Hitler (o por Mussolini en Etiopía) como colonia de
poblamiento para los conquistadores y de despoblación forzada para los
autóctonos. Había sido el patrón aplicado por Hitler para la
germanización de Polonia.
Todo confluía hacia la exigencia de una
jurisdicción universal, esbozada como “interestatal” ya en 1933. La
Convención contra el Genocidio hizo nacer el Tribunal Internacional de
Justicia, de acuerdo con la idea lemkiana de que el ataque contra un
grupo humano equivale a atentar contra la humanidad, y por ello la ley
contra el genocidio debiera ser adoptada “por todas las naciones del
mundo”.
El genocidio, escribió en 1946, “debe ser considerado un crimen
internacional”. En definitiva, implicaba un enfrentamiento “del mundo
consigo mismo”. (...)
En los años 50, apartado del puesto universitario en Yale, se consagró
por entero a la lucha por su causa, hundiéndose en la pobreza. Un
infarto puso fin a su vida en 1959. “Creer en una idea exige vivirla”,
escribió y cumplió siguiendo a Tolstoi." (Rafael Lemkin: la soledad del justo, de Antonio Elorza en El País, en Caffe Reggio, 14/02/2014)
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