"(...) ¿Cómo es vivir en la cárcel?
No es igual estar ahí por un delito común, que la gente tenía
otras cosas que hacer, y que muchos terminaban suicidándose. Nosotros,
los presos políticos, estábamos organizados. Teníamos hasta nuestro
periódico clandestino y éramos como un universo dentro del universo
aquel. Lo difícil era cuando estabas en celdas.
Además, los guardianes practicaban la filosofía de los haraganes y
como nosotros poníamos mucha pasión en todo lo que hacíamos les
ganábamos la partida siempre. Cuando te castigaban, que yo he estado
muchas veces castigado, por la mañana te quitaban el petate y te mojaban
el suelo para que no pudieras tumbarte y tuvieras que estar de pie, en
una celda en la que solo podías dar seis pasos hacia delante y seis
hacia atrás.
Y por la tarde te daban el petate, pero no lo cargaban los guardias
sino unos presos que tenían esa función. Así que, por el costado del
petate abrían una pequeña raja y allí metían algún papel (que tenía que
estar muy manoseado, porque nuevo hace mucho ruido), o comida…
Pero
vamos que había mucha unidad entre nosotros y teníamos la certeza de que
estábamos allí por una causa justa. Éramos felices. Como todo en la
vida, si estás seguro de lo que haces y de por lo que lo haces, todo va
bien.
¿Había torturas dentro de la cárcel?
Sí, sí. A nosotros no tanto. De hecho los presos políticos nos
ocupábamos de que no se lo hicieran a los comunes, que a pesar de todo
nos tenían como referentes. Les impresionaba nuestra vida, nuestra
manera de ser… Pero a los presos comunes cuando estaban revueltos sí que
los torturaban. Y nosotros hacíamos muchas veces plante, para que no
se repitiese.
Además, muchos eran chicos jóvenes que estaban allí por haber robado
un pan y cuatro cositas. Así que nos ocupábamos de ellos y cuando salían
de la cárcel estaban aleccionados por nosotros.
A lo mejor a los dos
años nos volvíamos a encontrar dentro con alguno que había vuelto pero
por trabajos ilegales. O sea, que en lugar de mirarlos con desprecio o
autosuficiencia les enseñábamos y los tratábamos con mucho cariño.
¿A usted lo torturaron?
Sí, varias veces. Recuerdo una anécdota… Esto para que veas que las
mujeres tienen mucho más coraje y son mucho más impetuosas que nosotros.
Una vez me llevaron a torturar junto con tres compañeros. También
estaban torturando como a unas seis mujeres. Yo sí aguanté pero mis
compañeros no pudieron resistir las torturas y se doblegaron.
Cuando nos
llevaban de vuelta a la cárcel, en una camioneta, me acuerdo que, antes
de bajarme, una de las mujeres me abrazó y me dijo: “Muy bien,
compañero, has resistido. Te has portado como una mujer“.
¿Se puede decir que hubo genocidio durante todos los años que duró el régimen franquista?
Claro, claro. Yo he visto sacar cada noche a un grupo de compañeros
para ser fusilados. Dentro de la cárcel éramos unos 1.200 o 1.300 pero
llegaban siempre nuevas hornadas de presos condenados a muerte. Y había
sacas todos los días menos los sábados, que los verdugos iban a misa los
domingos y no podían, pero durante el resto de la semana si. Era de lo
más tremendo.
Yo también estaba condenado a muerte y… lo pasaban peor,
claro, los que se iban para ser fusilados, pero era muy duro también
darle un último abrazo a un compañero, que lo querías, que había
convivido contigo… (...)
¿Hoy el miedo ha desaparecido?
No, claro que sigue habiendo miedo. Yo tengo una chica que trabaja
conmigo, una colaboradora, que me cuenta que cada día que sale a la
calle su madre le dice: “hija mía, no te comprometas que mira lo que le
pasó a tu abuelo“, porque lo fusilaron en la Guerra Civil. Y ese miedo
aún lo tienen muchas familias que piensan que las cosas pueden volver a
cambiar. (...)" (Entrevista a MARCOS ANA, 13/11/2013)
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