Prisioneros en el campo de Montreuil-Bellay en 1944. La imagen pertenece
a la colección de Jacques Sigot, publicada en la web de Kkris Mirror
"(...) En este feudo medieval del rey René y de los Anjou, plagado de
almenas resplandecientes que parecen sacadas del juego Exín Castillos,
sucedió hace 75 años una historia ejemplar o espantosa, según se mire.
La historia avergonzó tanto a la gente del Loira que nadie habló de ella
durante cuatro largas décadas.
El 6 de enero de 1940, el capitán del Ejército republicano español
Manuel G. Sesma, nacido en Fitero (Navarra), llegó a Montreuil-Bellay
desde el campo de Gurs al mando de la Octava Sección de la 184ª Compañía
de Trabajadores Españoles, formada por 250 personas. Sesma había salido
de España en febrero de 1939, con los 450.000 refugiados del primer
éxodo republicano.
En 1983, el capitán le contó a Jacques Sigot, maestro de escuela e
historiador local, que los españoles levantaron en menos de seis meses
19 kilómetros de vía férrea “moviendo con las manos unas vías que
pesaban 0,7 toneladas”.
Aquel terreno iba a albergar al personal de un
arsenal de pólvora, pero el avance alemán hizo cambiar de idea a los
franceses, que en junio de 1940 ordenaron a los republicanos construir
un campo de concentración para “individuos sin domicilio fijo, nómadas y
extranjeros que tengan el tipo romaní”. (...)
Los españoles solo tuvieron tiempo de levantar la cárcel subterránea,
“que tenía celdas de 1,30 metros x 1”, y algunos barracones, según
cuenta Sesma en el libro de Sigot Montreuil-Bellay, un camp de concentration pendant la Seconde Guerre Mondiale.
Los alemanes entraron en Montreuil-Bellay el 21 de junio de 1940, y
tras alambrar el solar, lo usaron para retener a soldados franceses y a
civiles extranjeros. Entre el 8 de noviembre de 1941 y el 16 de enero de
1943, el lugar se convirtió en el mayor campo de concentración de
gitanos de Francia.
“El campo estaba custodiado por la Gendarmería”,
escribe Sigot, “y en junio y julio de 1944 fue bombardeado, antes de ser
liberado en septiembre de 1944. Los gitanos volvieron un mes después y
estuvieron hasta el 16 de enero de 1945, cuando fueron trasladados a
Jargeau y a Angulema”.
Muchos gitanos nacieron aquí, y murieron más de 100. Pero su historia
permaneció silenciada hasta que Sigot descubrió las ruinas en los años
ochenta y un puñado de militantes progitanos decidió combatir la amnesia
histórica colocando placas conmemorativas para recordar que en Francia
hubo al menos 30 campos de concentración de gitanos parecidos a este. (...)
La cárcel tiene forma de cueva –troglodita, las llaman aquí- y en las
rocas hay algunos nombres grabados: Duval, Reinhard… “Quizá fueran
primos de primos del gran guitarrista Django Reinhardt”, explica Kkrist
Mirror, un dibujante de cómic y activista progitano nacido en Saumur,
que en 2008 publicó el libro Tsiganes, que narra en blanco y negro la historia de Montreuil-Bellay. (...)
Mirror, que ha venido desde su casa de Brézé en su Harley-Davidson,
cuenta que el campo “llegó a albergar a 1.018 gitanos en agosto de 1942.
Había casi 100 barracones, iglesia y escuela”. El dibujante y guionista
tenía sus razones para interesarse por el asunto. “Desde pequeño viví
el trauma de mi padre, que estuvo internado en un ampo alemán durante la
guerra.
Se escapó vivo de milagro, y yo empecé a dibujar su historia a
los diez años. Luego supe que al lado de nuestra casa hubo un campo de
concentración, organizado no por alemanes sino por franceses. Y más
tarde me enteré de que mis vecinos –el charcutero, el carpintero…-
habían trabajado en él como guardianes para evitar ser enviados al ST0
–el Servicio de Trabajo Obligatorio- en Alemania. Entonces decidí hacer
el libro”. (...)
Campo de Montreuil-Bellay, en 1944
“En Francia las persecuciones de gitanos comenzaron mucho antes de la
ocupación alemana”, escribió en 2010 la historiadora Marie Christine
Hubert. “Ya en septiembre y octubre de 1939, la circulación de nómadas
fue prohibida en varias provincias. Y en Indra-Loira los gitanos fueron
expulsados. La ocupación nazi agravó aun más las cosas. Los gitanos de
Alsacia y Lorena fueron expulsados en julio de 1940 hacia la zona
‘libre’”.
Esos gitanos compartieron campos con los republicanos españoles en
Argelès-sur-Mer, Barcarès o Rivesaltes antes de ser llevados en
noviembre de 1942 al campo de Saliers (Bouches-du-Rhône), “especialmente
creado por el Gobierno de Vichy para los gitanos. En cada provincia,
los gitanos fueron censados, reagrupados y vigilados”, recuerda Hubert.
La infamia no fue exclusiva del Loira, ni de Francia. El fantasma de la
gitanofobia ha recorrido Europa en paralelo al antisemitismo y a la
islamofobia desde que llegaron los primeros gitanos de la India hace
diez siglos. El miedo al que viaja en carromatos, duerme al raso y le
canta a la luna es parte de las raíces –cristianas- de Europa.
Y hoy,
igual que en la Edad Media, los gitanos son noticia –o rumor- en Grecia,
Francia, Irlanda, Suecia, Rumanía o España por los mismos bulos y
leyendas de hace 500 años: si tienen una hija rubia es porque roban niños —aunque apenas haya antecedentes judiciales que lo sostengan—. Si no, como dijo el ministro del Interior, Manuel Valls, es que “son culturalmente distintos y no se quieren integrar”. (...)
Es lamentable porque los gitanos suelen ser la primera señal de
alarma de que algo terrible va a pasar. Cuando los republicanos llegaron
a Montreuil-Bellay, Francia no estaba en guerra y todavía no existía
Vichy. Las leyes raciales las aprobó la III República. El decreto es del
6 de abril de 1940. Pero la primera ley racial del siglo XX se aprobó
en 1912, dos años antes de la I Guerra Mundial. Y todavía sigue
vigente”.
¿El racismo antigitano es rentable? La frase tiene una parte de
verdad: a menudo concede enormes réditos de popularidad a quienes lo
practican, y rara vez se oyen noticias de denuncias o detenciones por
agresiones verbales o físicas a gitanos. La impunidad es uno de los
sellos de esta fobia barata, que tan cara puede salir —en imagen y
votos— cuando los señalados pertenecen a minorías más cohesionadas y
mejor integradas.
Pero la idea de que el racismo anti-gitano renta es un doble filo
para la democracia y el Estado de Derecho. El 16 de julio de 1912,
Francia colocó a la comunidad gitana, a la que llamó “nómada”, en un
estado de excepción que dura todavía: les negó el carné de identidad
normal, y les obligó a portar un permiso de circulación antropométrico.
Un siglo después, el año pasado, el Consejo Constitucional estableció
que ese carnet es discriminatorio e inconstitucional. Pero la mayoría de
gitanos franceses sigue usando esos papeles.
Según la historiadora Marie Christine Hubert, “el nomadismo de los
gitanos siempre fue combatido por las autoridades francesas, que
pensaban que los gitanos realizaban tareas de espionaje”. La ley de 1912
respondió a esa paranoia regulando el ejercicio de las profesiones
ambulantes y prohibiendo la circulación de nómadas. Eso permitió
identificar y controlar a los gitanos no sedentarios: fue el paso previo
a su exterminio masivo.
Francia y Alemania, enemigos íntimos en tantas guerras, vivieron la
misma obsesión al mismo tiempo. Ian Hancock, profesor de la Universidad
de Texas, ha escrito que la cacería de gitanos en Alemania fue el primer
anuncio de lo que vendría: “Durante la República de Weimar, que
instauró la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la policía de
Bavaria y, después, la de Prusia, abrieron oficinas especiales para
controlar a los gitanos.
Los fotografiaban y tomaban sus huellas como si
fueran delincuentes comunes. En 1920, se les prohibió entrar en los
parques y los baños públicos. En 1925, fueron enviados a campos de
trabajo. En 1935, los nazis rescataron leyes antigitanas de origen
medieval para oprimirlos más”.
El III Reich exigió a los gitanos cumplir un requisito que duplicaba
el exigido a los judíos para clasificarlos como no arios: si solo dos de
sus bisabuelos eran parcialmente gitanos, no podrían salvarse. A día de
hoy, las cifras del Holocausto gitano -Porrajmos, la
devoración, en caló- siguen siendo aproximativas, aunque según escribió
Simon Wiesenthal a Elie Wiesel en 1984, “los gitanos fueron asesinados
(en una proporción) similar a la de los judíos; en torno al 80%
(murieron) en el área de países ocupados por los nazis”.
Según algunos revisionistas, las detenciones masivas evitaron que los
gitanos franceses murieran como en Austria y Alemania —donde el 90%
fueron desaparecidos—, o, en menor medida, en Polonia, Hungría,
Italia, Yugoslavia y Albania. Vichy impidió que fueran enviados a las
cámaras de gas como ocho millones de judíos y (cerca de) un millón de
romaníes europeos.
Para Hubert, se trata de una verdad a medias: “Si
bien los gitanos de Francia escaparon a la Auschwitz Erlass del
16 de diciembre de 1942, que ordenó la deportación y el exterminio de
todos los gitanos del Gran Reich, en 1943 hubo hombres deportados desde
el campo de Poitiers –cerca de Saumur- y muchas familias de las
provincias del Norte y Paso de Calais fueron detenidas y exterminadas
por los alemanes”.
Los datos de Hubert indican que “al menos 6.500 personas vivieron
entre 1940 y 1946 en 30 campos de concentración franceses en razón de su
pertenencia real o supuesta al pueblo gitano. Sus bienes fueron
expropiados y sufrieron la mayor precariedad material y moral”.
En
Montreuil, los vecinos pagaban entradas para poder verlos, según cuenta
Mirror en su libro. Hubert: “Los niños recibían una educación católica
en los campos. Y en casos extremos, eran separados de sus padres y
entregados al Servicio Social o a instituciones religiosas para
extraerlos definitivamente de un medio que se juzgaba pernicioso”.
La duda es: ¿quién ha robado niños a quién a lo largo de la historia?
Como ha pasado hoy con la llegada de los socialistas al poder, la
Resistencia, la Liberación y la paz no fueron de gran ayuda para los tsiganes.
Los últimos estuvieron encerrados en el campo de Alliers, cerca de
Angulema hasta mayo de 1946, nueve meses después de la Liberación.
Montreuil-Bellay había cerrado mucho antes, recuerda Kkrist Morris:
“Cuando trasladaron a los gitanos, el director del campo, un petainista
convertido en resistente, decidió encerrar a las prostitutas de la zona y
se puso a regentar el burdel. La epidemia de sífilis fue tan brutal que
las mujeres de los pueblos exigieron que se cerrara el campo”.
La reparación oficial a los presos del bronce nunca llegó. “Nadie ha
sido indemnizado por haber sido encerrado en los campos franceses, y
tampoco hubo compensación moral porque esa realidad no dejó el menor
rastro en la memoria colectiva”, ha escrito Hubert.
Quizá por eso, la persecución dura todavía. Entre la indiferencia
general, los prejuicios atávicos alentados por los medios, la
comprensible renuencia de un pueblo masacrado a exigir justicia –ya sea
de forma individual o colectiva-, y el consenso infernal que suscitan
entre los políticos de las democracias neoliberales, los gitanos siguen
siendo el perfecto chivo expiatorio, la primera señal de alarma de que
algo muy profundo no va bien." (
Miguel Mora
, El País, Montreuil-Bellay,
2 NOV 2013 )
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