-En mi libro aparece un amplio catálogo de torturas
llevadas a cabo por las SS, pero la que más me estremeció fue la
consistente en verter asfalto fundido en el ano de un prisionero judío,
llevada a cabo por el comandante del campo de concentración de
Buchenwald, Karl Koch.
-¿Y el personaje más sádico?
-Sin duda, Martin Sommer, ayudante de Karl Koch en
Buchenwald. Las torturas que practicaba con los prisioneros no serían
superadas por el peor asesino en serie. Incluso disponía de una especie
de cascanueces con el que reventaba el cráneo de los desgraciados que
caían en sus manos.
También podía introducir los testículos del
prisionero alternativamente en agua hirviendo y helada hasta que se
deshacían. Los que estaban en las celdas debían permanecer en pie todo
el día sin moverse, si no querían ser apalizados.
También podía entrar y
matarlos a golpes con una barra de hierro. Igualmente, a Sommer le
gustaba asesinar por la noche a un prisionero con una inyección letal,
colocarlo debajo de su cama y dormir tranquilamente. Sería difícil
encontrar un criminal nazi peor que él.
-En
su libro aparecen también las historias de varias mujeres. ¿Cómo
calificaría su papel? ¿Llegaban a tener el mismo grado de sadismo que
sus compañeros masculinos?
-Las mujeres tuvieron un papel secundario en el aparato
represivo nazi, pero cuando tuvieron oportunidad de demostrar su
brutalidad contra los prisioneros, no sólo igualaron, sino que superaron
a sus compañeros masculinos.
Resulta desconcertante que algunas de las
guardianas más crueles y sádicas, como Dorothea Binz, Maria Mandel o la
propia Irma Grese, apenas superasen los veinte años. Pese a tratarse de
mujeres tan jóvenes, eran respetadas e incluso temidas por sus propios
compañeros, que quedaban impresionados al contemplar su comportamiento
brutal. (...)" (Entrevista a Jesús Hernández, ABC, 29/10/2013)
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