“Fue Rebecca Bau quien consiguió un puesto para su marido en
la lista de Schindier. Cuando Amon Goeth supo que Rebecca sabía hacer la
manicura, la llamó para que se la hiciera.
Le puso una pistola en el codo y le
dijo que si le pinchaba o arañaba, le dispararía allí mismo. Aunque Rebecca
tenía miedo y algunas veces se escondía, se convirtió en manicurista. Gracias a
este trabajo conoció a los miembros del gabinete de Goeth, entre ellos el
secretario judío de éste, Mietek Pemper.
Un día, Rebecca vio que un guardia
nazi estaba a punto de disparar a la madre de Pemper. Intervino advirtiendo al
guardia de que si Goeth se enteraba de a quién había matado, lo ejecutaría. La
madre de Pemper se lo contó a su hijo, y cuando la lista de los judíos que Oskar Schindler podía
llevarse a su fábrica de Checoslovaquia estaba siendo confeccionada, Rebecca
fue a ver a Pemper y le recordó el favor que le debía.
Cuando iba a poner el
nombre de ella en la lista, Rebecca lo sustituyó por el de su marido. Muchos
años después, cuando la película La lista de Schindier fue estrenada, le dijo a
un periodista que ella tenía fe en su propia supervivencia, pero que temía por
su mando: «Para mí, mi marido era más importante, y yo no tenía miedo.» Así fue
como Joseph Bau se enteró de cómo se libró del calvario del campo de
concentración de Gróss-Rosen.
Rebecca Bau fue enviada a Auschwitz, donde la escogieron
tres veces para la cámara de gas, y otras tantas veces se salvó de una muerte
cierta, la última gracias a su elocuencia.
Durante una selección, Josef Mengele
interpretó una mancha roja en su pecho como un síntoma de enfermedad y la
escogió para la fila de los que tenían que ser gaseados. Rebecca se dirigió
hacia la fila, pero se dio la vuelta y regresó al grupo de mujeres desnudas
pendientes de examen.
Tres veces se presentó y tres veces fue seleccionada para
morir. La última vez, Mengele la reconoció y se puso furioso, pero Rebecca no
se achantó. Le dijo que no estaba enferma y que el grano le había salido porque
estaba menstruando.
Dubitativo, ya que según él en los campos las mujeres
dejaban de menstruar, Mengele ordenó que una polaca le hiciera una prueba
pasándole un trapo. Cuando la mujer verificó la versión de Rebecca, el «Ángel
de la Muerte» tuvo que rectificar y dejar que se uniera a la fila de los
vivos.”
(Joseph Bau: El pintor de Cracovia. Ediciones B. S. A. 2008,
pág. 200/1)
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