19/7/11

"No hice nada en 12 años, solo temer que me matasen"

"El general Luis Herlindo Mendieta pasó "congelado" 4.152 días de su vida. Once años y medio cautivo de las FARC, "escuchando los sonidos de la selva, las chicharras, las aves de colores". Le sujetaban el cuello con una argolla y las muñecas con grilletes.

Vivía en una jaula con otros compañeros, "sin intimidad", y comía todos los días lo mismo: arroz con lentejas, arroz con frijoles o arroz con guisantes. Ahora ni siquiera posa la vista, aunque sea por curiosidad, en el apartado de arroces de la carta.

El general Mendieta -traje oscuro, mirada lejana- lleva seis meses en Madrid "tomando tapas, vinos, paseando y disfrutando". Le dijeron que se marchase, que respirase sin escoltas. Sin miedo.

Es agregado policial de la Embajada de Colombia, pero no tiene muchas obligaciones laborales, confiesa. Su tarea es vivir: "La gente no lo puede entender. Yo no hice nada en 12 años. Solo pensar cada día en que me podían matar". Tiene 52 años.

El general cayó en Mitú el primero de noviembre de 1998. El pueblo desapareció en cinco horas. Lo defendían 106 policías frente a 2.000 guerrilleros. Cuando lo liberaron, en 2010, le costó regresar "al ruido, la gente".

Tenía secuelas y se sometió a terapia. También le quedaron "las piernas negras, como gangrenadas", después de estar tres meses caminando por "saltaperritos" [subidas y bajadas continuas]. Un largo "paseo" que se llamó "la marcha de la muerte". Tiene problemas de audición y de vista por la espesura de la jungla y las explosiones.

Lo más duro, dice, no es el dolor del cuerpo. "Es difícil adaptarse a la mujer y los hijos tanto tiempo después. Uno sueña con ellos todo el tiempo, pero en los sueños no pasa el tiempo, no crecen, no envejecen". Ahora le sucede lo contrario y sueña todos los días con el cautiverio: "Misterios de la mente humana".

Su misión autoimpuesta es recordar a los que siguen secuestrados: "Yo estoy comiendo un cebiche, estoy en éxtasis, pero ¿qué estarán sufriendo mis amigos?". Tantos años de cautiverio "dan para muchas experiencias de convivencia". A veces discutían. Recuerda, por ejemplo, un día que trajeron una gaseosa para 28. O cuando peleaban por el mejor trozo de carne de animales salvajes, "danta, saino, cachufe".

También aprendían cosas. "Un compañero montó la escuelita de la selva", recuerda con una risilla casi en sordina. Les daba inglés y ruso. Lo malo era la conversación porque "no había con quien platicar", pero aprendieron mucha gramática.

Mendieta rezaba la novena mientras otros oían vallenatos. Jugaban al parchís concon dados hechos con velas y a veces se reían: "La alegría del payaso, que llora por dentro". (...)

Quiere volver a escribir. Algún día contará su historia. "Me he matriculado en la Complutense. Tengo que obligarme a leer y reeducarme". Es importante que las cosas se sepan. Pero aún no. ¿Duele recordar? Calla. Después, con el plato vacío, responde: "Así es". (El País, ed. Galicia, 14/07/2011, última)

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