5/5/11

"Recorrería unos cinco kilómetros a rastras, atado a la cola de un caballo, y si aún así... sobrevivía, volverían a tirotearlo"


El neurocientífico mexicano José Luis Díaz junto a Pedro do Xastre, último testigo del asesinato de su tío, la semana pasada en O Incio

"El neurobiólogo mexicano lleva varios años viajando a Galicia para reconstruir la historia silenciada de su tío Manolo, Manuel Díaz González, un médico que militó en el Partido Republicano Gallego y luego fue líder local de Izquierda Republicana, que llegó a ser alcalde y que el 11 de septiembre de 1936 fue fusilado en Laiosa, al borde de la carretera de Bóveda a O Incio, junto a una casita que ya no está y un castaño centenario que aún perdura cubierto de hiedra.

La escena hubo de repetirse dos veces. En la primera, los falangistas marraron, la víctima se escabulló por una canalización y fue a parar a Toimil. Allí se refugió, pero lo encontraron. Entonces, los fascistas de la Escuadra Negra idearon para él un martirio que sirviera de ejemplo a todo el pueblo: recorrería unos cinco kilómetros a rastras, atado a la cola de un caballo, y si aún así, al llegar de nuevo al castaño de Laiosa, sobrevivía, volverían a tirotearlo, y esta vez sin escapatoria.

Debía de resultarles gracioso, a esos ocho matones armados que luego se hicieron una foto de pandilla en la feria, ver sufrir a aquel hombre pequeño, que en sus 50 años de vida apenas había tenido tiempo de despegar del suelo por culpa de una meningitis que le cortó el crecimiento.

Pedro do Xastre, vecino de Laiosa, recuerda claramente lo que pasó aquel día. Tenía entonces 19 años; ahora, 95 y dos bastones. Pero debe de ser que en todo este tiempo transcurrido se ha dedicado a cincelar la memoria. Pedro do Xastre es el último testigo vivo que ha encontrado este mes el neurobiólogo.

De su mano, ha localizado el castaño y antes de volverse a México, allá por el 8 de octubre, pretende llevárselo al viejo cementerio de Cruz do Incio, ya clausurado, para que le señale el lugar donde los asesinos le obligaron a cavar la fosa, dentro del recinto pero al margen de las cristianas sepulturas.

Quizás a estas alturas hayan construido encima una acera, ya se verá. "Pero no sería difícil identificar el cuerpo", comenta el mexicano, por la talla que tenía.

El más anciano de Laiosa se cabrea mucho cuando empieza a relatar lo que hasta ahora se había guardado para sí.

El galeno municipal, conocido en todo O Incio (todavía hoy) como O Pequeniño, pero sobre todo como O médico dos pobres, porque nunca cobraba a los que no podían pagar, murió por una orden explícita que dio en el bar otra familia de doctores de la comarca.

Como sus hermanos estaban en la cárcel de Monforte, esa noche un sobrino adolescente cargó a su tío en la carretilla y lo llevó hasta el cementerio. Allí aguardaba, para enterrar el cuerpo, Pedro do Xastre, que había trabajado de jornalero para el muerto, cuidando su jardín de plantas medicinales.

En los días sucesivos, ocurrió lo casi nunca visto cuando todo el mundo tenía miedo a significarse: la viuda del médico dos pobres recibió cartas de pésame, gente que se dolía de aquella injusticia, y por debajo de la puerta alguien le deslizó el retrato de feria de los asesinos.

Todos luciendo sus armas; el jefe, saludando cara al sol y a la cámara. Eran tipos de Laiosa, de Eirexalba y de Sarria, ahora ya identificados por el sobrino de la víctima. (...)

El otro día, en el acto celebrado en A Coruña, se le acercó una mujer "de unos 40 años". "Mi tío abuelo, que era de Eirexalba, mató a su tío", le dijo, "le agradecería que nunca publicase su nombre". "Conozco el de casi todos ellos", le respondió Díaz, "pero descuide: tengo claro que nunca los diré". (El País, Galicia, 21/09/2010, p. 8)

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