Gusanos en las lentejas. Un plato al día. Ratas que corrían por sus cuerpos mientras dormían. Palizas. Limpiar la sangre de sus compañeros. La vergüenza de ser marcadas públicamente cuando les rapaban la cabeza.
Ver cómo pegaban a sus maridos y los arrastraban delante de sus celdas. Insultos y vejaciones. 30 personas conviviendo en el espacio destinado a dos. Nada de eso consiguió detenerlas en su lucha por sus ideas de libertad y justicia.
Aunque tienen una espina clavada: el recuerdo del sonido de los disparos la madrugada del 5 de agosto de 1939, cuando 13 jovencísimas republicanas fueron fusilados.
"Oímos perfectamente los disparos desde la cárcel, y también vimos cómo se iba la camioneta que las llevaba. Al amanecer, se oía la voz de Julia Conesa cantando La joven guardia y todas se le unieron. Mientras llevaban hacia el este a las 13 Rosas", recuerda emocionada García-Madrid.
En esos momentos, Concha Carretero, encarcelada e inconsciente, estaba a punto de vivir uno de los momentos más difíciles de su vida, si no el que más.
"Yo tenía el mismo expediente que las 13 Rosas y cuando me llamaron al despacho de la directora lo supe, me iban a fusilar", rememora.
Desnuda y asustada, delante de la tapia del cementerio y a oscuras, los franquistas le enseñaron las tumbas de sus camaradas. Por suerte, salió de allí.
La odisea si se lograba salir
"La odisea era donde te metías si conseguías salir de la cárcel", explica Arrojo. La cárcel continuaba en la calle. Feli Plaza no ha olvidado cómo la perseguían a ella y a su marido por las calles de Madrid.
"Trabajábamos en el partido a escondidas, con reuniones clandestinas", explica. Otras pidieron a sus amigos que las escondieran en sus casas." (Público, 09/05/2011)
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