10/5/11

"Fue el sacerdote quien se presentó en la cárcel donde estaban las detenidas y “a todas las que le pareció las mandó a Gerena para matarlas”

"A las ocho de la tarde del 26 de julio de aquel año, una columna mandada por Ramón de Carranza, que luego fue el primer alcalde franquista de la ciudad de Sevilla, tomó el pueblo y dejó nombrada una comisión gestora a cargo del Ayuntamiento.

La gestora lo primero que hizo fue suspender a todos los empleados municipales, excepto el alguacil y el jardinero, y la sustitución del secretario por otro nuevo.

Dos días después llegó al pueblo una columna al mando del brigada de la Guardia Civil Juan Ruiz Calderón, que se encargó de poner en marcha a las milicias junto a Antonio Belmonte, jefe de Falange.

A raiz de entonces comenzaron las detenciones y las batidas en las inmediaciones de los pueblos para iniciar la represión y persecución de los huidos y, además, evitar los asaltos que se venían dando en cortijos y fincas en busca de alimentos.

Las detenciones y los traslados de prisioneros a Sevilla para ser ejecutados son cada vez más frecuentes. La gran mayoría de los detenidos se entregaba voluntariamente, engañados por los continuos señuelos de los represores y por las amenazas contra familiares.

En ese marco de represión generalizada, durante el otoño de 1937, diecinueve mujeres del pueblo fueron detenidas y posteriormente sacadas de la cárcel, paseadas públicamente con las cabezas rapadas y obligadas a asistir a misa.

Unos cuantos días después, trasladaron a diecisiete de ellas a Gerena, donde fueron asesinadas alrededor de las diez de la mañana y arrojadas a una fosa común en el cementerio de San José.

José Domínguez, que por entonces tenía ocho años y se encontraba jugando en un olivar cercano junto a sus amigos, contó al profesor Leonardo Alanís Falante que, durante la masacre, las mujeres trataron de esconderse en los nichos excavados en la tierra y un sujeto apodado “el moña” las cogía por los pelos y las ponía para que las mataran.

Mientras ellas trataban de protegerse, sus verdugos disparaban sus fusiles desde la cancela del camposanto. Eran algo más de una docena, todos falangistas, salvo dos o tres guardias civiles. Una de las mujeres presentaba un avanzado estado de gestación.

La mayoría de ellas todavía permanecen inscritas en los registros civiles como personas vivas. La hija de una de ellas conservó para siempre la hoja del calendario que marcaba el día fatídico de aquel año en que asesinaron a su madre (...)

Cuando Miguel, el hijo de Ana Granada Garzón de la Hera, tenía siete u ocho años, sus hermanos y sus tíos le contaron la historia del cura “que las mandó matar”, porque “tenía represalias contra las mujeres que no estaban casadas por la Iglesia”.

Fue el sacerdote quien se presentó en la cárcel donde estaban las detenidas y “a todas las que le pareció las mandó a Gerena para matarlas”. El mismo cura, años después, le dijo a su hermana mayor que lo llevara a bautizar, y le dio “siete gordas”. Todavía hoy se pregunta Miguel “qué buscaba con darle ese dinero a mi hermana si sabía que había matado a mi madre”.

Manuel se enteró del destino de su abuela por boca de su propio padre, “siempre con mucho cuidado y sin contarte todas las cosas”. Su padre nunca intentó hacer nada por ser “un hijo de la dictadura, y a ver quién se movía en esos tiempos”.

Por eso, a los 16 años, Manuel entendió que “hay que hacer algo, porque veo que mi padre se va haciendo mayor y no puede hacer nada”. Con esa impotencia encima, decidió tomar el relevo, porque “esto no se puede quedar así, al menos que sepa que tuvo un padre y una madre”. (Periodismo humano: La batalla por la redención de los nombres (I), 27/04/2011)

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