28/2/19

“Cuando vieron que sacaban a su padre del calabozo, y sabiendo que lo iban a fusilar, mis tías se agarraron a sus piernas, a una de ellas le dieron con el mosquetón y le cortaron la oreja”. Después “les cortaron el pelo y les pusieron una banderica. A mi abuela le pusieron un cartel en la espalda que ponía ‘roja’ y la pusieron a barrer las calles”

"(...) María Andresa Marikovich Cánovas no había nacido, pero ha escuchado demasiadas veces los hechos que destrozaron a su familia. Imposible ignorarlos: “No olvido, y, si hay dios, que perdone él”, dice. Por su madre y sus tías supo que, el día del golpe de Estado de 1936, su tío, un anarquista de Aljafarín (Zaragoza) había viajado a la capital: “Al volver le habían hecho una hoguera en la plaza del pueblo para quemarlo vivo”.

Al ver el macabro recibimiento, evoca, se escapó, “pero le pegaron dos tiros”. A pesar de todo logró huir al monte, donde se recuperó hasta que pudo marcharse: “No supimos nada más de él”. Mientras estuvo escondido en la montaña, “mi abuela (su madre) le llevaba mendrugos de pan en los calcetines cuando decía que iba a buscar leña”.

Pero eso no iba a quedar así: “Al no pillar a mi tío fueron a buscar a mi abuelo y lo metieron en el calabozo. Alrededor del 30 de julio lo sacaron y lo fusilaron”.

Tampoco era suficiente: “Cuando vieron que sacaban a su padre del calabozo, y sabiendo que lo iban a fusilar, mis tías se agarraron a sus piernas, a una de ellas le dieron con el mosquetón y le cortaron la oreja”. Después, continúa María Andresa, “les cortaron el pelo y les pusieron una banderica. A mi abuela le pusieron un cartel en la espalda que ponía ‘roja’ y la pusieron a barrer las calles”.

Su madre, que también pisó la cárcel en aquellos tenebrosos años, es quien ha impelido en María Andresa la fuerza para seguir: “Tenía obsesión por saber dónde está enterrado su padre, y se murió (en 1997 con 78 años) sin saberlo. Hacer esto se lo debo a ellos”.  (...)"               (Óscar F. Civieta, eldiario.es, 22/02/19)

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