"(...) María Andresa Marikovich Cánovas no había nacido, pero
ha escuchado demasiadas veces los hechos que destrozaron a su familia.
Imposible ignorarlos: “No olvido, y, si hay dios, que perdone él”, dice.
Por su madre y sus tías supo que, el día del golpe de Estado de 1936,
su tío, un anarquista de Aljafarín (Zaragoza) había viajado a la
capital: “Al volver le habían hecho una hoguera en la plaza del pueblo
para quemarlo vivo”.
Al ver el macabro recibimiento,
evoca, se escapó, “pero le pegaron dos tiros”. A pesar de todo logró
huir al monte, donde se recuperó hasta que pudo marcharse: “No supimos
nada más de él”. Mientras estuvo escondido en la montaña, “mi abuela (su
madre) le llevaba mendrugos de pan en los calcetines cuando decía que
iba a buscar leña”.
Pero eso no iba a quedar así: “Al
no pillar a mi tío fueron a buscar a mi abuelo y lo metieron en el
calabozo. Alrededor del 30 de julio lo sacaron y lo fusilaron”.
Tampoco
era suficiente: “Cuando vieron que sacaban a su padre del calabozo, y
sabiendo que lo iban a fusilar, mis tías se agarraron a sus piernas, a
una de ellas le dieron con el mosquetón y le cortaron la oreja”.
Después, continúa María Andresa, “les cortaron el pelo y les pusieron
una banderica. A mi abuela le pusieron un cartel en la espalda que ponía
‘roja’ y la pusieron a barrer las calles”.
Su madre,
que también pisó la cárcel en aquellos tenebrosos años, es quien ha
impelido en María Andresa la fuerza para seguir: “Tenía obsesión por
saber dónde está enterrado su padre, y se murió (en 1997 con 78 años)
sin saberlo. Hacer esto se lo debo a ellos”. (...)" (Óscar F. Civieta, eldiario.es, 22/02/19)
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