"La noticia saltó el 19 de enero. Un grupo de
personalidades, intelectuales, juristas, actores y familiares, pidió que
se reabran las investigaciones de los cuatro principales asesinatos
políticos de los años sesenta en Estados Unidos. Se trata, por orden
cronológico, de los casos del presidente John F. Kennedy, del activista
Malcom X, de Martin Luther King y del senador Robert Kennedy.
Entre noviembre de 1963 y junio de 1968, el establishment
de la seguridad nacional eliminó a los dirigentes de la oposición y a
los dirigentes y activistas políticos con veleidades de cambio y
reforma, incluido el presidente del país, los dos principales líderes de
la oposición a la guerra de Vietnam -uno pedía la “retirada militar
inmediata” (King) el otro solo “detener los bombardeos”- y al más
influyente activista de la minoría negra. No hay otro caso comparable de
una purga tan radical en ningún otro régimen parlamentario.
Crímenes de Estado
Constituido en Comité por la verdad y la reconciliación
-un nombre que homenajea a la comisión que investigó los crímenes del
Apartheid en África del Sur- el grupo califica esos asesinatos de,
“asalto salvaje y concertado a la democracia” y “actos organizados de
violencia política” que tuvieron un, “impacto desastroso en la historia
del país”. Todos ellos querían de manera diversa, “apartar a Estados
Unidos de la guerra y dirigirse hacia el desarme y la paz, salir de la
violencia y la división interior y avanzar hacia la amistad civil y la
justicia”.
Sobre el asesinato de John Kennedy, el grupo dice que,
“fue organizado en las altas esferas de la estructura de poder de
Estados Unidos y llevado a cabo por elementos superiores del aparato de
la seguridad nacional que utilizaron, entre otros, a personajes de los
bajos fondos para ayudar a su ejecución y encubrimiento”. Recuerdan los
“juicios farsa” que rodearon los cuatro asesinatos y apelan al Congreso a
que exija la publicación de todos los documentos gubernamentales, que
deberían haber sido desclasificados por completo en 2017 pero que la CIA
y otras agencias mantienen en secreto.
Oficialmente todos fueron muertos en atentados obra de
“locos solitarios”; Lee Harvey Oswald mató a John Kennedy antes de ser
muerto a su vez por Jack Ruby, Malcom X, murió a manos de tres negros
musulmanes, Marti Luther King cayó a manos del loco James Earl Ray y el
senador Robert Kennedy bajo las balas de Sirhan Sirhan, un palestino
perturbado.
Forman parte del grupo los hijos de Robert Kennedy,
abogados y colaboradores de Martin Luther King, médicos y forenses de
renombre que trabajaron en el caso JFK, el disidente Daniel Ellsberg que
destapó los papeles del Pentágono, cantantes como David Crisby, el
cineasta Oliver Stone, autor de una gran película sobre el caso JFK,
actores de Hollywood, etc. La noticia era clara, incluso desde el punto
de vista del espectáculo y las personalidades firmantes, pero muy pocos
se hicieron eco de ella. Ningún gran medio español lo hizo.
¿Les suena Michael Hastings?
Mientras nos entretienen con las fechorías de los
países adversarios, la simple realidad es que no solo de puertas afuera,
donde es la principal dictadura del planeta, sino en sus relaciones
interiores, Estados Unidos es un ejemplo bastante bueno de estado
policial en el trato a sus propios disidentes, con uso del asesinato
político encubierto en casos extremos y la violación permanente de
derechos elementales de aquellos que considera políticamente peligrosos.
El vicepresidente Henry Wallace tuvo su correo
controlado y su teléfono pinchado por la policía política, por defender
que la amenaza soviética estaba siendo exagerada por el complejo de la
seguridad nacional. Lo mismo le ocurrió al candidato presidencial George
McGovern, a cantantes como Pete Seeger o Woodie Guthrie, músicos como
Duke Ellington, científicos como Albert Einstein, los activistas del Occupy Wall Street o Black Lives Matter… En fín, desde que Eduard Snowden demostró documentalmente la existencia de Big Brother,
y su encarnación en la NSA, las más básicas garantías constitucionales
son negadas al conjunto de la ciudadanía mundial desde Estados Unidos.
Todos conocen el caso de la periodista rusa Anna Politkovskaya, pero a muchos menos les suena el nombre de Michael Hastings
Los Solzhenitsin, Sájarov y demás de nuestro tiempo llevan nombres
anglosajones; Eduard Snowden, Julian Assange, Chelsea Maning, etc.
La cobardía de Obama
La publicación del manifiesto no noticiado del Comité por la verdad y la reconciliación
vino precedida en apenas quince días, por el fallecimiento del gran
sociólogo norteamericano Norman Birnbaum. En su retrato de la cobardía
de Barack Obama, Birnbaum explicaba hace unos años, en una entrevista
con Deutchlandfunk, que el presidente tuvo muy
presente durante su mandato el destino de otros personajes de la vida
americana, como los cuatro mencionados, que llegaron a representar
determinados riesgos de reforma. “Nuestro sistema tiene formas y maneras
de advertir para que no se superen determinados límites”, decía. “Creo
que en el caso de Obama, el presidente ha hecho para su persona esa
lectura de nuestra historia”.
Desde la advertencia del Presidente Dwight Eisenhower, en su discurso de despedida del 17 de enero de 1961 (“Debemos
cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, tanto
solicitada como no solicitada, del complejo militar industrial“,
Oliver Stone inicia su película sobre JFK con esa cita), el presidente
de Estados Unidos es un prisionero del aparato de seguridad nacional.
“Ese aparato tiene sus propias leyes y sabe perfectamente cómo
disciplinar a la gente”, decía Birnbaum a propósito de Obama.
Dándole la vuelta a lo que siempre se dijo sobre el
comunismo, que era un sistema irreformable, la simple experiencia nos
lleva a pensar más bien lo contrario: A lo largo de más de cuarenta
años, los países del Este de Europa no pararon en intentar reformas
hacia el “socialismo de rostro humano” que la URSS impidió siempre, el
comunismo soviético fue tan reformable que hasta se autodisolvió, y en
China y Vietnam se ha entronizado algo parecido a la “reforma
permanente”.
Lo que se ha demostrado históricamente irreformable es
más bien el sistema de Estados Unidos. Una sociedad de extrema
desigualdad, desprovista de estado social, regida por el interés de una
minoría y faro del mundo moderno, que elimina a los líderes que
representan riesgos de transformación, y disciplina de paso a quienes
llegan al poder con ínfulas de cambio.
Sacar a la luz esa historia, naturalmente, no es
noticiable y cuando se saca a colación siempre hay algún genio que
suelta aquello de la “teoría de la conspiración”. El concepto fue
acuñado por la CIA en los años sesenta, precisamente para cortar el
cuestionamiento de la increíble versión oficial de la muerte de Kennedy…
Desde entonces no paran: cada vez usan más ese latiguillo, porque cada
vez tienen más estiércol que ocultar." (Rafael Poch, blog, 30/01/19. Publicado en Ctxt)
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