"(...) Luis es uno de los diez hijos de Hipólito, un emprendedor culto que
levantó una fábrica de alpargatas en el barrio del matadero, al otro
lado del río, en la ciudad del Tormes. Una venganza pudo originar una
denuncia sobre unas monedas falsas llegadas de Portugal justo antes de
la guerra.
Le condenaron a once años de cárcel, y cuando estalló la
guerra lo trasladaron del Dueso (Cantabria) pero nunca llegó a la
prisión de Valencia, su siguiente destino. Había sido asesinado por el
camino pero su familia nunca lo supo. Hace tres años se enteró dónde
estaba su padre.
“Mi casa era un foco que irradiaba cultura en ese barrio. Los
obreros venían para jugar al ajedrez y al parchís con un reglamento
propio. No todo el mundo nos quería, pero este era el ambiente anterior a la tragedia”, comentó.
Cada hermano tenía una formación y consiguieron mantener a flote la
fábrica pese al encarcelamiento del progenitor. “Éramos una familia
feliz a pesar de que mi padre estuviera en la cárcel, pero el
levantamiento militar lo convirtió en una tragedia”. Ocho de los diez
hermanos fueron a la cárcel. A uno de ellos, Agustín, lo condenaron dos
veces a muerte.
De la primera lo libró otro hermano, pero ya no pudo
hacer nada la segunda vez. “El 20 de junio del 37 me despertaron a
gritos mi hermana Adela y mi madre: ‘Ya lo han matado’. Un grito que aún
resuena en lo más hondo de mi ser”, dijo Luis, hoy nonagenario que se
formó en químicas y trabajó en el CSIC.
El último mensaje que transmitió a otro hermano mayor de Luis antes
de que lo fusilaran fue el siguiente: “Vuestro consuelo no es la
venganza”.
“Tras su muerte anidó en mí un deseo de venganza y la vida perdió
todo su valor, pero mi hermana Adela me habló del mensaje que le había
dejado a mi hermano. Me convertí en un niño bueno, tímido, vergonzoso,
vivía en mi mundo, lloraba, cantaba,… pero nunca sentí soledad.
A los 14
o 15 años había desaparecido el deseo de venganza, conocí a una niña
que en el 36 perdió a su padre. Lo mataron los republicanos sin causa y
sentí rabia cuando me lo contó, pero le cogí cario y me enamore de ella,
nos casamos y fue una muestra de que fracasaron los odios que sembró
la guerra civil”, relató.
“La muerte de mi hermano Agustín fue como un rayo destructor, mientras que la esperanza de vida de mi padre fue distinta.
La esperanza de que viviera se fue desvaneciendo lentamente, hasta que
un día terminó la tristeza, te echas a llorar y aceptas que lo mataron.
Tardamos 77 años en saber qué le pasó a mi padre. Lo habían fusilado
mientras lo trasladaban a la cárcel de Valencia. Cuando me enteré entré
en un estado de serenidad y de paz”, explicó con aplomo.
Fusilaron a su hermano y a su padre, y no se sabe cómo murió otro
hermano suyo, Jesús. Fue apresado en el 36 y en el 41 se fugó de la
cárcel con otros siete reclusos. Cuatro de ellos consiguieron escapar
vivos. En el 43 cesó su búsqueda.
“Poco a poco se fue perdiendo la
esperanza de que se salvara. Quiero creer que lo mataron, pero también
nos dijeron que algunos prófugos morían de inanición en el monte y mi
hermano lo hubiera preferido antes que volver a la cárcel”. (Entrevista a Luis Froufe, Crónica de Salamanca, 03/02/17)
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