“Me quemaban el culo con velas y me restregaban ortigas por mis
partes por orinarme en la cama”; “lo que le hice a este señor sé que se
llama felación, pero yo entonces no tenía ni idea”; “pensé en
suicidarme.
Que un niño con 12 años piense en eso es muy duro”. Son
algunos testimonios de los centenares de miles de niños y niñas que
pasaron gran parte de su infancia, cuando no toda, encerrados en
internados y centros de beneficencia durante el franquismo y los
primeros años de la democracia.
Allí fueron víctimas de palizas, violaciones, trabajo esclavo y vejaciones,
en unos centros que el régimen utilizaba para su propaganda. Unas
dramáticas experiencias vitales que quedaron sepultadas por el silencio y
que recoge el documental Los internados del miedo, realizado
por dos de los periodistas que más han documentado la barbarie de la
dictadura en España, Montse Armengou y Ricard Belis, y que este martes
estrena el programa Sense Ficció de TV3.
Los testimonios que han podido recabar destacan por su crueldad y
evidencian la impunidad con la que órdenes eclesiásticas que cobraban
por cada niño que acogían, e incluso funcionarios del Estado, actuaban
contra unos menores que no tenían manera de defenderse ni denunciar.
“Me
llevaron a Sant Boi. A veces yo le contestaba a la monja y me castigaban con electrochoques,
pero no porque estuviera loca, sino como castigo”, relata en la cinta
Julia Ferrer, sobre su experiencia en la Casa de la Caridad de
Barcelona. “Venía el sacerdote con la mano bajo la sotana, tocándote y
tocándose él, teniendo un orgasmo.
Y a este mismo señor al día siguiente
lo veías dando misa a las 8 de la mañana. Mi creencia en Dios quedó
trastocada”, explica Joan Sisa, que pasó varios años en las
instalaciones Llars Mundet de la capital catalana, un internado
inaugurado por Franco para acoger a niños procedentes de familias
desestructuradas.
Algunos de los afectados dan fe de la explotación laboral a la que fueron sometidos. “Yo fui vendido.
Me sacaron del colegio y me llevaron a León a cuidar ganado a los
montes completamente solo, con 13 años”, cuenta José Sobrino, uno de los
afectados. “Nos hacían lavar de la mañana a la noche con sosa.
Me quedaron las manos llenas de agujeros, con sangre y pus. En el
colegio éramos esclavas”, afirma Isabel Perales sobre sus años en el
centro religioso Ángeles Custodios de Bilbao.
Otros testimonios relatan palizas cotidianas y vejaciones delante de los
demás niños. “Un aspecto en el que hemos incidido bastante es en que no
se trataba de castigos que se estilaban en la época, como podía ser
pegar con una regla en la mano en la escuela, sino que rayan la tortura:
los apaleaban de forma cruel, los humillaban en
público, de manera que les han quedado secuelas terroríficas o les daban
una comida infecta y si vomitaban les obligaban a comérselo, con el
discurso aquél de ‘con el dinero que nos costáis y lo que hacemos por
vosotros’”, expone Armengou.
“Estamos hablando de mucha maldad, de mucho
desprecio. Y un impacto muy fuerte para nosotros ha sido comprobar que
este tipo de abusos tuvieron su auge en los 60 y 70, pero también se produjeron a principios de los 80.
Con la amnistía del 77 mucha gente salió a la calle, pero en cambio
estos niños continuaron encerrados en una especie de cárceles”, apunta. (...)
A pesar de no ser un fenómeno que sucediera en todos los internados,
colegios religiosos, orfanatos, preventorios antituberculosos o centros
de Auxilio Social, los casos de abusos físicos, psíquicos, sexuales, de
explotación laboral y prácticas médicas dudosas ocurrieron en multitud
de ellos.(...)
Al contrario de lo que sucedió en Irlanda, donde tanto el Estado como la Iglesia han condenado los casos de abusos a menores, en España el Estado ni siquiera ha escuchado a las víctimas.
Es mediante trabajos como éste que, por primera vez, sienten que
alguien se interesa por ellos y se atreven a desvelar sus traumas.
Armengou destaca el cariño que reciben por ese trabajo: “Una vez más nos
hemos encontrado unas muestras de agradecimiento brutales por parte de
la gente.
Con todas las dificultades continuamos haciendo una apuesta
por estos temas, pero es increíble que tengamos que seguir haciendo de
bomberos, de UVI y de primeros auxilios sobre la verdad y la reparación
en este país. A nivel profesional es muy enriquecedor. Pero como
ciudadana es una vergüenza”. (
Brais Benítez , La Marea, 27/04/2015)
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