24/9/14

“Hemos oído que medio millón de niños han muerto en Irak ¿Valía la pena pagar este precio?” Sí, dijo Madelein Albright, “nosotros creemos que valió la pena”. El “nosotros” aludía a su jefe, Bill Clinton

"Con su respuesta dejó estupefacta a su entrevistadora. Le había preguntado si el medio millón de niños que habían muerto a causa del bloqueo decidido por los Estados Unidos contra Irak desde 1990 (y convalidado, a su pedido, por el Consejo de Seguridad de la ONU) había sido un precio justo a pagar, si este terrible genocidio infantil había “valido la pena.” 

La pregunta que en 1996 le hiciera Leslie Stahl, conductora del Programa “60 Minutos” a la por entonces embajadora de Estados Unidos ante la ONU durante el primer turno de la Administración Clinton, decía textualmente:
 “Hemos oído que medio millón de niños han muerto. Quiero decir: esto es más que los niños que murieron en Hiroshima. … ¿Valía la pena pagar este precio?” Sí, dijo Madelein Albright sin hesitar, pues de ella se trataba: “nosotros creemos que valió la pena”. 

El “nosotros” aludía a su jefe, Bill Clinton, su gabinete, los congresistas que apoyaron la agresión y, por supuesto, ella misma. Lo dijo sin inmutarse, sin que ese perverso holocausto dibujara siquiera fugazmente una huella de compasión o arrepentimiento en las duras facciones de su rostro. Un atroz crimen de guerra había “valido la pena” para este siniestro personaje. 

Y muchos más crímenes se perpetrarían en los siete años siguientes, durante el segundo mandato de Bill Clinton –y con ella como Secretaria de Estado- y por George W. Bush hasta la invasión y destrucción producida en 2003 del país que muchos historiadores, arqueólogos y antropólogos no vacilan en caracterizar como una de las fuentes de nuestra civilización. (...)

Una persona cuya inescrupulosidad fue templada durante los ocho años de la Administración Clinton, cuando siendo Secretaria de Estado defendió los bombardeos indiscriminados sobre Afganistán y Sudán en 1998 y, al año siguiente, justificó la intervención de Estados Unidos para destruir a la antigua Yugoslavia propiciando el bombardeo que durante dos meses devastó a ese país.

 Esta decisión, instrumentada por la OTAN bajo el liderazgo de Washington fue llevada a cabo en flagrante violación de la Carta de las Naciones Unidas y sin contar con la imprescindible aprobación del Consejo de Seguridad de esa organización, cuestiones estas que fueron desdeñosamente ignoradas por la Sra. Albright. 

La intrusión de los Estados Unidos junto a sus lacayos europeos en los Balcanes desencadenó –tal como luego ocurriría en Libia y ahora en Siria- una de las guerras civiles más sangrientas que se tenga memoria, en ocasión de la cual se produjo “por error” el bombardeo de la embajada de la República Popular China en Belgrado. 

Súmesele a todo lo anterior el protagonismo de Albright en el mantenimiento del bloqueo y los periódicos bombardeos sobre Irak; el velado apoyo del gobierno norteamericano a la operación “Hermanos al Rescate”, una provocación montada por la mafia anticastrista de Miami y que culminó con el endurecimiento del bloqueo contra Cuba y la sanción de la infame Ley Helms-Burton; y, por último, el golpe de estado en Haití y la imposición de un gobierno, el de Jean-Bertrand Aristide, con la condición de que ejecutara el programa económico dictado por la Casa Blanca (...)"           (Atilio Borón, Alainet, en Jaque al neoliberalismo, 22/09/2014)

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