"(...) Tenía seis años, una hermana de 12 y otra de dos cuando fusilaron a
su madre, Faustina. Antes de matarla, los falangistas le habían rapado
la cabeza. “Todo menos un mechón en la coronilla que le ataron con un
lazo rojo antes de hacerle pasear por el pueblo con un grupo de mujeres a
las que habían hecho lo mismo”, recordaba.
Su padre nunca se recuperó.
María le siguió muchas veces hasta el lugar donde habían matado a su
madre, y escondida, le veía llorar durante horas arrodillado en la
tierra.
“Agarraba un puñado de zarzas y tenía las manos tan duras de
trabajar, que ni sangraba”, recordaba María. Su padre era segador. Su
madre guisaba y limpiaba en casas de otros. “La mataron porque le pedían
1.000 pesetas, y no las tenía”, aseguraba su hija.
En el pueblo les hicieron la vida imposible. Había niños que la
apedreaban cuando la veían pasar con su hermana y adultos que se
divertían haciéndoles pasar un calvario que María se enorgullecía de
haber logrado ocultarle a su padre, para que no sufriera más, y que
describió por carta al juez Garzón muchos años después: “Nos llevaban
atadas al cuartel de la Guardia Civil para obligarnos a comer aceite de
ricino con guindillas.
Un litro y 20 guindillas para las mujeres
embarazadas y sin embarazar y para los niños como mi hermana, de 12 años
y yo, de seis, medio litro y diez guindillas. Y yo me preguntaba:
‘¿Dónde está Dios?’ Porque este desaguisado lo hacían personas buenas de
comunión diaria...”.
Al volver a su casa en La Ventura (Toledo) tras declarar aquel 1 de
febrero de 2012 ante el Supremo, preguntaba: “¿Qué quieren? ¿Qué
esperemos 75 años más?”. María, que decía que hubiera desenterrado a su
madre de la fosa común “con las uñas” si hubiera podido, ha muerto
esperando, sin haber logrado cumplir el encargo que su padre le había
hecho antes de morir: intentar recuperar los restos de Faustina para
enterrarles juntos.
Pero hasta el último día estuvo peleando, pidiendo
ayuda, y ni los años, ni los problemas de salud, ni los desengaños,
lograron nunca que esta mujer menuda que siempre parecía exhausta se
acomodara en la resignación." (
Natalia Junquera
, El País, 25 JUL 2014)
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