"¿Cómo fue su detención-desaparición y qué ocurrió mientras estaba secuestrado?
Yo
viví en Quito casi cinco años y estudié un año de sociología y dos de
periodismo en la Universidad Central. Fui detenido en esa ciudad el
martes 24 de septiembre de 1985, por tres hombres que se identificaron
como miembros de Inteligencia Militar.
Pocas horas después supe que
había sido un operativo conjunto de militares colombianos y
ecuatorianos. Estuve vendado, esposado de pies y manos, casi todo el
tiempo tirado por el piso durante casi cuatro días.
Los
interrogatorios y la tortura síquica eran constantes. No me dejaban
dormir, y la comida que me dieron fue bien escasa, pero debo decir que
no sufrí maltratos físicos.
El viernes me trasladaron a otro lugar
que por detalles muy precisos identifiqué casi de inmediato como la
sede del Servicio de Investigación Criminal, SIC, no lejos de la
presidencia de la República. Fue ahí donde recibí terribles torturas.
Por poco me quiebran la columna vertebral a golpes.
Durante tres días me
pusieron electricidad en la cabeza, en la lengua, y en las partes
genitales. Sigo sin olvidar el olor de mi piel quemada, ni los
estallidos de la cabeza, ni las risas de los torturadores.
¿Realizaba usted alguna actividad política por la que se le pudiera señalar como subversivo?
Nosotros,
un grupo de colombianos, habíamos formado el Centro de Estudios
Colombianos, CESCO. Nuestra labor era denunciar el terrorismo de Estado
que se establecía en nuestro país. También difundíamos una revista
llamada La Berraquera. Todo lo que hacíamos era público, pues hasta
conferencias nos permitieron organizar en la Casa de la Cultura.
¿Esto se dio dentro de qué contexto político?
El
gobierno del presidente León Febres Cordero necesitaba establecer una
serie de medidas neoliberales, y sabía que esto traería la reacción y el
rechazo popular. Entonces, pretextando la guerra a las nacientes
guerrillas, reprimió, asesinó y torturó a obreros, profesores,
estudiantes, campesinos, hombres y mujeres.
Se dice que unas tres mil
personas terminaron en la cárcel, y no creo que las guerrillas llegaran a
tener 300 miembros. Se aplicó la guerra contra el “enemigo interno”,
esa que había dictado la doctrina de la Seguridad Nacional
estadounidense en los años sesenta. (...)
En el libro usted dice que estando aún desaparecido reconoció a los torturadores.
Un
lunes, hacia el medio día, me sacaron del SIC, me llevaron por la
autopista Occidental, me cambiaron de auto, me retiraron las vendas, y
me metieron de nuevo al SIC con mucha cordialidad. Yo continuaba en
condición de “desaparecido”, pues se seguía negando mi captura.
Yo no
podía creerlo: ahora el amable oficial Fausto Elías Flores Clerque se
iba a encargar de la “investigación”, ¡después de haber ayudado a
torturarme! Al día siguiente, luego de que un ex torturador me tomara la
indagatoria, me encontré frente a frente con los jefes torturadores.
No
sé cómo pude simular que no los conocía: Byron paredes Morales y Edgar
Vaca Vinueza, quien no sólo era el jefe del grupo sino que también era
experto en torturas. En esos pasillos del segundo piso del SIC también
me crucé a Enrique Amado Ojeda, jefe del SIC-Pichincha, y a Mario
Pazmiño, asesor presidencial y el enlace con los servicios de seguridad
colombianos. Estos dos últimos asistieron a mis torturas.
¿Cómo
los reconocí? Es que los torturadores no se dieron cuenta que yo los
veía. Porque nunca me cambiaron las vendas que los militares me
pusieron. Y éstas, con el sudor y el llanto, se fueron despegando. Y
cuando tiraba un poco la cabeza hacia atrás veía todo.
¿Qué puede decirnos de la trayectoria que han seguido sus torturadores?
El
gratificar a los “servicios” prestados permitió que todos ellos
ascendieran hasta altos cargos en sus instituciones. Continúan gozando
de total impunidad, aunque la Comisión de la Verdad, conformada por el
presidente Correa, detalla sus crímenes en su contundente informe
presentado en el 2010.
Además, estos hombres hicieron parte del grupo
paramilitar denominado SIC-10, encargado del trabajo “sucio”. Tenemos
que Paredes llegó a coronel (y narcotraficante); Flores ascendió a
coronel y jefe antinarcóticos en una provincia; Ojeda fue general de la
policía; Vaca, que fue jefe del SIC-10, llegó a Comandante general de la
policía; y Pazmiño ascendió a director de Inteligencia del Ejército,
hasta que el presidente Correa lo destituyó por ser el hombre de la CIA.
Pero,
yo creo que esos policías y militares son tan responsables de mis
torturas, y las de miles de otras personas, así como de los cientos de
asesinatos que cometieron, como quienes los entrenaron para ello. Y esto
no se ha tenido en cuenta. Ni la Comisión de la Verdad lo investigó ni
lo expuso como creo se merece.
Porque fueron los servicios de seguridad
de Israel y de Estados Unidos, sin dejar a un lado a los de España,
quienes convirtieron a esos potenciales enfermos mentales, en
sanguinarios criminales." (Entrevista a Hernando Calvo Ospina, Patricia Rivas, El Telégrafo, Rebelión, 19/06/2013)
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