6/6/13

Le habían denunciado compañeros de instituto a raíz de una pelea



 Dibujos que presentó el fiscal como prueba contra Ernesto Sempere en el procedimiento sumarísimo de urgencia. Sempere los había hecho a los 15 años. Según el fiscal, "exaltaban la causa roja"

"Ernesto Sempere tenía 18 años cuando, en el concurrido banquillo de los acusados, que compartía aquel 20 de febrero de 1940 con otras 17 personas, escuchó su sentencia: 20 años y un día de cárcel por un delito de adhesión a la rebelión. Le habían denunciado compañeros de instituto a raíz de una pelea. 

Entre las pruebas que aportó el fiscal en aquel consejo de guerra figuraban varios dibujos, firmados años antes por el autor: "Ernesto Sempere, quinto curso". Tenía 15 años. La "Fiscalía del Ejército de Ocupación", según consta en el sumario del proceso sumarísimo, acusó a Sempere de "utilizar la caricatura para denostar nuestro Glorioso Movimiento y exaltar la causa roja".

Todas las personas con las que compartía banquillo, excepto una mujer, también muy joven, fueron condenadas a muerte. Se cumplió la voluntad del abogado militar que defendía a todos los presos y que se había limitado a declarar: "Aquí tienen a 18 rojos. Hay 16 que tienen las manos manchadas de sangre y merecen ser condenados a muerte, y dos jovencitos que tienen pequeñas salpicaduras".
 
Poco antes de morir, Sempere sintió la necesidad de hablar con sus delatores y les buscó. Dio con el teléfono de uno de ellos, lo marcó, se presentó y dijo: "Llamo para perdonarte". 

Al otro lado, el hijo del hombre al que quería perdonar respondió que aquello que le contaba era imposible porque su padre, ya fallecido, había sido un ferviente comunista. La familia Sempere decidió aquel día que no querían arruinar a un hijo el buen recuerdo que pudiera tener de su padre, y no les buscaron más.

Las personas que le denunciaron nunca comparecieron en el juicio. En sus declaraciones, hechas en oficinas de la Falange, acusan a Sempere de ser del Partido Comunista, "peligrosísimo para la Causa Nacional" y "extremadamente izquierdista"; de valerse de "la conversación, la propaganda escrita en periódicos locales, el dibujo y la radio" para combatir a los nacionales; de robar en una iglesia y pedir el fusilamiento de dos compañeros de instituto.

 Hay muchos "he oído decir" e incluso "sólo de rumores conozco los hechos" pero, con todos aquellos testimonios, el "Auditor de guerra del Ejército de Ocupación" construyó el perfil del culpable, del rebelde. Su informe sobre Sempere concluye: "De mala conceptuación religiosa".

Sempere se había presentado voluntario en el cuartel de la Guardia Civil después de que le amenazaran con tomar represalias contra su familia. En el cuartel declaró: que en su instituto había sido secretario de propaganda de la Federación Universitaria de Estudiantes -organismo que antes de la guerra defendía los valores de la República y que después se convirtió en un movimiento de disidentes intelectuales y comunistas-; que "nunca" había hablado por la radio; que "de ninguna manera" había robado en la iglesia porque entonces no estaba en el pueblo y porque era católico; que era "amigo íntimo" de uno de los chicos que decían que había pedido que fusilaran y que no conocía al otro.
 
 Su firma en la declaración no se corresponde con la que aparece en el carné del Partido Comunista que, con su nombre y sin foto, también sirvió de prueba para la acusación.

Sempere regresó tras el juicio a la prisión número 1 de Ciudad Real, donde compartía celda, entre otros, con su padre, presidente en la provincia del Partido Radical Socialista, transformado más tarde en Partido de Unión Republicana. Los separaron poco antes del juicio de su padre, condenado a muerte y finalmente fusilado la madrugada del 17 de julio de 1940 junto a las tapias del cementerio, a escasos metros de su hijo.

 "Sus últimos actos fueron los de escribir una extensa carta despidiéndose de toda la familia y los de confesar y comulgar perdonando a los que mataban", escribió Ernesto Sempere en sus memorias.

En septiembre de 1940 le trasladaron a la cárcel de Valdenoceda (Burgos), donde recientemente fueron exhumados los cuerpos de 156 republicanos que murieron de hambre y de frío en la prisión. Sempere volvió a librarse por su juventud. Sobrevivió porque tenía 18 años y porque por las noches "soñaba con pan". En diciembre de 1948 le concedieron la libertad condicional.

No volvió a participar en política; siguió tocando en una orquesta, como la que dirigía en prisión, y trabajó de contable en una pequeña constructora. Murió en 2005, de cáncer. Le dio tiempo a tener ocho hijos y ninguna hija, y a que le entraran ganas de perdonar a los que lo metieron en la cárcel con 18 años por unos dibujos que había hecho cuando tenía 15."         (El País, 13/05/2007)


"De las condiciones de vida de aquella prisión, dio cuenta en sus memorias uno de los pocos supervivientes, Ernesto Sempere, fallecido en 2005. 

"A los tormentos del hambre, el frío, las enfermedades engendradas por la desnutrición y el conocimiento de los fallecimientos que diariamente se producían, a más de un incierto porvenir, se unían las interminables noches sin dormir, asaltados por miles de chinches que bajaban de las viejas paredes de la vetusta fábrica de sedas o se descolgaban de los techos.

 Además, las legiones de ratas, algunas enormes, que circulaban con nocturnidad y descaro entre los camastros de los penados, mientras algunos las mataban a zapatos, transmitían enfermedades allí incurables (...) 

La vida en la cárcel era tremendamente dura. De comer nos ponían un caldo infame, manchado con una sola alubia que, además, siempre tenía un gorgojo en su interior. También nos daban, y esa era toda la comida, una sardinita de lata y un minísculo trozo de chocolate. Eso era todo. Recuerdo, como todos, el hambre que pasamos, hasta el punto de que mis mejores sueños estaban protagonizados por algo tan simple como una barra de pan".        (El País, 01/06/2013)

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