"AVRAHAM KOCHAVI
Había veinte o veinticinco
vagones en cada tren y se tardaba mucho hasta que los alemanes acababan de
meter a la muchedumbre a empujones. Oía unos gritos terribles.
Vi a unos presos agredir a otros para tener un sitio donde ponerse, la gente se empujaba para poder estar en alguna parte, o para tener aire para respirar.
Vi a unos presos agredir a otros para tener un sitio donde ponerse, la gente se empujaba para poder estar en alguna parte, o para tener aire para respirar.
La gente se
asfixiaba. Los primeros en desmayarse eran los niños, las mujeres, los
ancianos, caían como moscas. Mi padre estaba a mi lado y de pronto vi que se
caía, y se desplomó.
Traté de levantarlo y reanimarlo con todas mis fuerzas,
con toda la fuerza que tenía, pero no pude. Entonces vi un palo en el suelo del
vagón; lo empuñé y me puse a golpear con el palo a la gente que me rodeaba,
para que hiciera sitio y mi padre pudiera levantarse.
Recuerdo que no me
preocupaba el sufrimiento de los demás, sus gritos, sus amenazas, sólo que mi
padre pudiera levantarse, que no me dejara solo.”
(Richard Holmes: Un mundo
en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona,
2008, págs. 294)
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