9/12/10

El terror franquista... el de todos los días

"Hablé sobre el libro con una persona que fusilaron a su padre en Almería, convicto de haber estado y actuado, donde no debía, y me dijo esta persona: “mi padre fue un tonto y pagó, ahora no tenían porqué enterarse los jóvenes”. Y me dijo más: “yo doy una vuelta, no hablo con nadie y me voy a mi casa, no lo he visto más, es un hombre acomplejado”.

Mi padre se llamaba Andrés García Caparrós, trabajaba en Cartagena, en el Parque de Artillería. En una ocasión invitó a la casa donde vivía a Alonso Cervantes El Churumbo y este individuo vio unos planos que tenía mi padre. Cuando terminó la guerra, ese fulano le puso una denuncia que decía: “técnico instructor de armas infernales y maquinaria de cargar cartuchos”.

Lo metieron en la cárcel. Salieron siete personas de este pueblo avalándolo y bajo su responsabilidad para que Andrés García saliera a la calle. Uno era D. Pepe Sánchez, abogado y jefe de Falange; D. Trino Torres, Médico; D. Juan Siles, Profesor; los otros cuatro no los sé.
Salió y estuvo tres días en la calle, pero en la puerta del Café Colón se encontró con el maldito Churumbo, se abrazaron y se ofreció para lo que necesitara pero cuando fue a recoger los papeles para venirse al pueblo le dijeron que no podía irse porque le había puesto una denuncia Alonso Cervantes Cano, Churumbo, que decía: “Rojo peligrosísimo de estar en la calle”.

Mi padre tenía el mayor defecto que puede tener un hombre, y es que no era hipócrita y decía la verdad a cualquiera en su cara, lo mismo a señoritos que a sus compañeros del comité, quien fuera un sinvergüenza, se los decía y listo.

Estaba El Rodabollos y El Pilo, dos muertos de hambre que tanto Los Ramilicos como Los Escurrelas y otros más, los utilizaban para que firmaran todo lo que les ponían, por unas pesetillas. A Sebastián El Albeitia lo salvó mi padre, parece ser que eran parientes aunque lejanos, y su mujer buscó a mi padre cuando lo detuvieron y mi padre fue para que lo pusieran en libertad.

En una ocasión, mi madre fue en su busca y le dijo el tal Sebastián que no podía hacer nada porque había ido de testigo de cargo, lo mismo que fue Antonio El Porreras, unos lo hicieron por salvarse, otros por méritos y al árbol caído hacer leña, todos por miedo, el miedo es libre, cada uno coge el que quiere pero la dignidad es patrimonio individual. El Albeitia murió a consecuencia de los puntapiés que le dieron y enfermó en la fonda Zamora, hoy Banesto, fue la noche que se le escapó un tiro al sargento, el cual murió.

Los Ramilicos vivían enfrente de mi casa, yo tenía ocho años y pasaba por la puerta de esta gente con mi hermana que apenas tenía tres años y al vernos decían: “miraos, los angelicos tienen hambre”. O cuando Paco El Ramilico decía “el agua que bebo me engorda de ver lo que están haciendo con estos ‘rojos’, y no se mueren”. (...)

Yo, con 9 años, pensé que Dios era falangista, nos obligaban a ir a misa, el que no fuera le daban a beber un vaso de agua de la mar, a mi no llegaron a dármelo porque mi madre me obligaba a ir, y un día con la Iglesia llena de gente, el cura, un tal D. Pedro, dijo que salieran todos los niños que tuvieran a sus padres en la cárcel, salimos más de 20, todos con 8, 9 o 10 años, nos reunió en la escalera que sube al Altar Mayor y empezó diciendo que nuestros padres estaban en la cárcel por ‘rojos’ y malos, el muy cerdo se agachaba para hacer ver como estaban en la cárcel, niños y niñas, todos llorando, yo miraba a la gente del pueblo como se divertía y pensaba que si esta es la casa de Dios como no fulmina a este tío, y dice mi madre que “Dios es muy justo”, esto es igual que los falangistas que desfilan por la calle Mayor marcando el paso al compás de los tambores y cuando terminan nos dicen “rojos” y nos insultan, entonces, pensé, “Dios es falangista”. Claro, cosas de niño de 9 años. (...)

Con todo, tanto mi padre como yo hemos tenido relación con El Churumbo, como con Los Ramilicos, con Los Escurrelas, con todos, y parecía que ya habíamos superado todo, pero ahora vienen escarbando en el cieno y ya no es como antes. (...)

Mi padre vino de Melilla porque cerró la compañía Setolazar, lo demuestro con certificados. Los que se sintieron dolidos sacaron todo lo que pudieron para acusar y desprestigiar a la gente. Lo que no es comprensible es que personas que no se habían metido con ellas salieran acusando, y hubo varias, una de las personas más malas que han pasado por este pueblo Miguel Forteza, Cabeza Gorda.

Como tengo cerca de 80 años, he visto muchas cosas, he visto como algunos que creían que el mundo era suyo y todo lo habían ganado, se durmieron, aquellos que arrastraban las eses de forma pedante “essssssssstossssssssssss rojosssssssssss”, y tuvieron que vender propiedades y se tuvieron que ir del pueblo. He visto lo peor de lo peor.

Puede que mi madre tuviera razón cuando decía que había un Dios muy justo." (Gaceta de almería, 06/12/2010)

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